Martes 13 de mayo 2025

Daniel, el “Flaco” que se hizo querer

Redacción 01/04/2025 - 08.10.hs

Dejó su recuerdo entrañable en quienes lo trataron. Se acogió a la jubilación en 2020 pero era habitual que hiciera periódicos llamados a la redacción, como una forma de seguir ligado a sus compañeros.

 

Lo vi por primera vez una tarde cuando llegó a la redacción, en el tiempo en el que estaba ubicada en la calle 25 de Mayo. “Él es Daniel Colombato, y va a trabajar en Corrección”, lo presentó Rosalba D’Atri, por entonces presidenta del directorio de LA ARENA. Corría el mes de mayo de 1984, y se acogería a la jubilación precisamente 40 años después.

 

Lo recuerdo perfectamente. Muy delgado –característica que lo acompañó siempre-, el cabello largo y esos anteojos que no abandonaba nunca y le daban una cierta semejanza a John Lennon, precisamente uno de los músicos que tanto admiró.

 

Fue mucho tiempo de compartir tareas, el mate, bromas, y algunas rabietas que no faltaban cuando el trabajo no se hacía con la pulcritud y el esmero que él entendía merecía.

 

Por eso golpeó fuerte la tarde del sábado último cuando, de repente, se conoció la noticia de su fallecimiento. Era una jornada de trabajo más, de esas en los que Daniel sabía comunicarse con alguno de sus ex compañeros para saber “cómo anda todo”, y para ponerse al día con lo que estaba pasando.

 

No la tuvo fácil en su vida. Perdió a su mamá cuando era pibe, y ese fue una carencia que lo marcó para siempre.

 

Se supo refugiar en algunas amistades, como la de la familia Ciaffoni, en la época que Don Julio era el alma mater del ciclismo santarroseño. En su bicicletaría de la esquina de Moreno y Lagos pasaban muchas horas conversando. Precisamente la afición por la literatura del reconocido dirigente fue un punto de contacto que los acercó, porque Daniel también era un ávido lector.

 

Esa cercanía hizo que se convirtiera en un aficionado al deporte, y su abuela María –siempre muy cercana- le compró la bicicleta con la que iba a empezar a competir con otros pibes de su edad, de modo tal que se convirtió en un apasionado del ciclismo.

 

Noches de bohemia.

 

Después de recibirse en el secundario en la Escuela Normal, Daniel se fue a estudiar a La Plata, hasta que decidió regresar a Santa Rosa porque extrañaba sus calles, su gente, sus amigos y aquellas noches de bohemia a las que era tan afecto.

 

Puede decirse que fue parte de la movida cultural santarroseña, y era habitual que pasara por ese templo que fue El Café de Sonia –muchas veces después del cierre de la edición de LA ARENA, ya de madrugada-; y también fue asiduo concurrente de peñas musicales y literarias.

 

Muchas de esas noches las compartió con Mario Lóriga, Marito Lugones, Adrián Acosta, Tuky Montano y Charly Olivera, y toda una legión de sus entrañables amigos. Fue Tuky –músico reconocido si los hay- quien por estas horas confesó que “Daniel me hizo conocer a Frank Vincent Zappa”, lo que dice a las claras de sus conocimientos en el tema.

 

Diversas tareas.

 

Ya en LA ARENA durante un tiempo se desempeñó como esmerado y laborioso corrector; aunque más tarde trabajaría en otros sectores muy vinculados a la actualidad periodística como es el área de Cables –donde se maneja información nacional e internacional-, y también en Locales donde se aborda lo que tiene que ver con lo que pasa en la ciudad y la provincia.

 

En los últimos años su tarea era la de Verificación, que llevaba adelante con una meticulosidad que no dejaba de llamar la atención. Y más de una vez lo hemos visto farfullar por lo bajo ante un error o tropiezo en algún determinado artículo.

 

“El punto rojo”.

 

Aquel era el momento de la rabieta que no podía disimular, aunque jamás iba a apuntar a algún compañero como el culpable, aunque eso sí se encargaba de salvar el yerro antes de que llegara a la impresión del diario.

 

No dejaba de llamar la atención el compromiso con que afrontaba su trabajo. Y todavía se recuerda con una sonrisa su marca de “punto rojo”. Era la señal que dejaba con su lapicera en los originales, como una forma de certificar que habían pasado por su exigente mirada.

 

Era tan responsable que su trabajo terminaba al otro día cuando al llegar consultaba: “¿Salió todo bien”. Recién después que se lo confirmaran se quedaba tranquilo.

 

Daniel vivió en LA ARENA toda la transformación tecnológica, porque se había iniciado con la incipiente aparición de las computadoras, pero aún en tiempos en que la máquina de escribir era utilizada por los periodistas. Su trabajo finalizó en 2020, cuando era época plena de internet y las redes sociales.

 

La jubilación.

 

La pandemia de Covid 19 lo iba a turbar y afectaría bastante su ánimo, porque no podía entender ese flagelo que azotaba al mundo. Desde allí podría decirse que ya no volvió al diario porque estaba sobre la fecha de su jubilación.

 

Cuando llegó este momento no se decidía a enviar el telegrama: “Estoy tan agradecido con LA ARENA que quiero plasmar en mi nota de renuncia todo eso que yo pienso”, le contestó a Roberto Benini cuando éste le comentó que se hacía necesario que la presentara para avanzar con el trámite. “Presentala porque además tenés un dinero para cobrar…”, lo instó.

 

Finalmente Daniel lo hizo, pero cada tanto, ya jubilado, sabía llamar a Roberto para preguntar por sus ex compañeros y “ponerse un poco al día”.

 

Un sábado muy triste.

 

Es verdad que Daniel en el último tiempo se había tornado un poco taciturno, con poca vida social, y sólo se dejaba acompañar por quien al cabo era su gran compañía, el gato “Rob”. Le había dado ese nombre por Robert Fripp. guitarrista de King Crimson. 

 

En lo político, aunque no se identificaba con algún partido en especial, su pensamiento era progresista y –seguro- no le caería nada bien un gobierno que restringe derechos, que apalea a jubilados y que descalifica a músicos y obras literarias.

 

Para nosotros, quienes fuimos sus compañeros, la noticia de su fallecimiento fue una sorpresa que nos entristeció de gran manera la tarde del sábado. Porque ciertamente todos lo queríamos a Daniel…

 

La anécdota con Miguel Abuelo.

 

Un día llegaron “Los Abuelos de la nada” a Santa Rosa y sucedió una anécdota increíble. Daniel Colombato había conocido al guitarrista durante su estadía en La Plata, y lo reencontró en el club All Boys. Allí se encontró también con Miguel Abuelo –donde estaba el bowling- y empezaron a charlar, hasta que una integrante de la familia le dijo al músico que le gustaría que le firmara algo. “No hay problema, te firmo lo que quieras”, contestó el artista.

 

“Estamos a una cuadra de mi casa (Garibaldi 85), y tengo el póster de ustedes en mi habitación… si querés venís y lo firmás”, le pidió Daniel.

 

Y allí fueron, caminando. Al llegar la menor de las hijas de Daniel (Diana) hizo un berrinche porque quería unos lentes amarillos que tenía puestos el cantante. “¡Coño! Tomá…”, dijo Miguel Abuelo y se los prestó por un rato.

 

La cuestión es que fueron a la habitación y firmó el póster de la pared con una dedicatoria a la familia Colombato y escribió: “Eslabones de amor con fe”.

 

A la noche, después del show, Miguel Abuelo tomó a la hija mayor de Daniel y le preguntó cómo se llamaba. “Nunca tuve una novia que se llame Casandra… ¿querés ser mi novia?” La pequeña le respondió que sí.

 

Al tiempo Charly Olivera –tío de Casandra- se encontró en un pueblo con Miguel Abuelo que lo saludó y le preguntó por su novia de La Pampa.

 

Daniel tenía una gran relación con la música, y entre los que admiró se cuentan King Crimson, Peter John Sinfield (cofundador y antiguo letrista de King), Deep Purple y Pink Floyd. Y obviamente Los Beatles y Charly García estaban entre sus preferencias.

 

El "Rinconcito" de Daniel.

 

En la redacción de este diario se mantiene inalterable un lugar que recuerda la presencia de Daniel Colombato. Una foto de su rostro pegada en una antigua máquina de escribir Olivetti sobresale en unos estantes que también reúnen otros elementos que solía utilizar el ‘Flaco” en su trabajo cotidiano, como la famosa lapicera roja.

 

(M.V.)

 

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