Gonzani, un mito empecinado
Resulta difícil imaginarse la Santa Rosa de hace 55 años atrás. Un mundo en el que no existían las redes sociales ni internet, donde no habían radios FM ni tampoco televisión. ¿Cómo hizo aquella sociedad para procesar un hecho como el "crimen de la descuartizada", que acabó teniendo todos los condimentos necesarios para transformarse en novela y en película?
Perro.
Todo comenzó en la mañana del domingo 2 de marzo de 1969, en un campo en las afueras de Toay, cuando al puestero Godofredo Heick le llamó la atención el estado de agitación de los perros que escarbaban en un esquinero del predio. Cuál no sería su sorpresa cuando se encontró con la macabra aparición de restos humanos dispersos, envueltos en bolsas de plástico: Cabeza, tronco y piernas de una mujer (las manos nunca fueron encontradas).
El descubrimiento disparó una investigación policial que, con algo de fortuna, dilucidó el hecho en pocas semanas. Sin huellas dactilares, la identificación del cadáver hubiera sido imposible de no ser por una rara giroversión en un premolar de la muerta. Esa evidencia forense -coincidente con los registros odontológicos de la víctima- y el identikit dibujado por el experto policial, condujeron las sospechas hacia un verdadero "pez gordo" de la política local: Federico Gonzani, un marino retirado que fungía como encargado de ceremonial en el Centro Cívico, entonces a cargo del gobernador de facto Helvio Nicolás Guozden.
El funcionario se había ausentado de su domicilio con el pretexto de tomarse vacaciones, pero luego se supo que en realidad estaba huyendo a bordo de su automóvil, aparentemente, sin un plan claro de evasión. Cuando finalmente fue interceptado por un operativo policial en la Capital Federal, se entregó mansamente, acaso hastiado de huir, acaso buscando la penitencia.
Un jovencísimo Ricardo Di Nápoli -entonces, estudiante en Buenos Aires- tras recibir la primicia de la detención, pudo fotografíar a Gonzani en la seccional de policía, y esa toma se transformó, al día siguiente, en tapa de LA ARENA, que como los restantes diarios de la provincia, venía dando profusa cobertura al caso, cuya repercusión social derivó en un fuerte aumento de la circulación de la prensa.
Tiro.
En su defensa, Gonzani adujo que el fallecimiento de su esposa, Blanca Nieves Harguindeguy, se había debido a un disparo accidental efectuado con su escopeta de cazador, en momentos en que la estaba limpiando. El descuartizamiento fue post mortem, como método para poder desembarazarse del cadáver, ya que para la fecha del crimen la calle frente a su domicilio (Corrientes, a metros de Avenida Belgrano) estaba inhabilitada para el tránsito por obras. Ello hacía inviable trasladar y cargar el cadáver entero en el baúl del auto.
Si bien el descuartizamiento no constituía un delito en sí mismo, fue el detalle macabro que encendió la indignación popular. Sumado, por supuesto, a la notoriedad del asesino, cuya condición de funcionario no le representó ninguna garantía de impunidad.
No menos irritante fue el dato, conocido después, de que en esa noche de fines de enero, tras ultimar a su mujer, el funcionario concurrió, en ejercicio de su cargo, a la Fiesta del Trigo de Eduardo Castex, como si nada hubiera ocurrido. Sus andanzas extramatrimoniales, que ya eran un secreto a voces, completaron el retrato del villano.
Como quiera, aquella comunidad sedienta de información, que no contaba ni mucho menos con la profusión de imágenes que caracterizan a nuestra época, construyó un mito "boca a boca", donde la indignación humanitaria convergía con el comentario político, y también -por qué ocultarlo- con el morbo y el humor negro, como lo demuestra la instauración del dicho "Vamos por partes, dijo Gonzani", que todavía hoy puede escucharse, sobre todo en boca de los más veteranos.
Epoca.
El año 1969 sería histórico a muchos niveles. Ese 29 de mayo tendría lugar el alzamiento popular conocido como "El Cordobazo", comienzo del fin de la dictadura que, bajo el mando de Juan Carlos Onganía, gobernaba desde 1966. El hecho fue también causa del alejamiento de Guozden de la gobernación pampeana, ya que fue designado como interventor en la convulsionada Córdoba.
También en 1969, pero el 20 de julio, se produjo el primer descenso de una tripulación humana sobre la superficie de la luna, dando origen a un sinnúmero de teorías conspirativas, y también a la instauración del "día del amigo".
Pero en Santa Rosa, y en La Pampa toda, sólo se hablaba del Caso Gonzani. Cada una de las diligencias judiciales en las que el preso era trasladado a la vista del público, se convertía en una manifestación popular. Muchos iban por mera curiosidad, y otros -mejor dicho otras, ya que aquí las mujeres llevaban la delantera- buscaban expresar su repudio al asesino.
Gonzani fue finalmente condenado a prisión perpetua por homicidio, agravado por el vínculo matrimonial que lo unía a la víctima. Durante un tiempo cumplió su condena en la Colonia Penal de esta ciudad, para luego ser trasladado a un penal de la provincia de Chaco, donde se produjo su deceso en 1977.
Legado.
Tal vez el Caso Gonzani haya servido como una suerte de "pérdida de la inocencia" para la comunidad santarroseña. Esta comunidad pequeña (tenía bastante menos de la mitad de sus habitantes actuales) de gente laboriosa y progresista, se encontró así con un hecho inusitado, que ponía en tela de juicio varias instituciones ancestrales, como el matrimonio, el patriarcado, el poder político, la religión dominante.
Era sólo cuestión de tiempo para que este cóctel explosivo diera lugar a obras de ficción, como la novela "Vamos por partes - El triángulo de Gonzani" (2000) y la película "Campo de sangre" (2001), que fue vista por más de 12.000 espectadores en La Pampa, lo que la transformó en uno de los grandes éxitos del cine nacional aquel año.
Nuestra época permite, además, otras miradas. En 1969 no existía el delito de "femicidio"; casi seguro ni se empleaba esa palabra. No existía la perspectiva de género en la tarea judicial, ni se había dado el movimiento "Ni una menos", ni los encuentros anuales que consolidaron el movimiento feminista y lo llevaron a obtener la abolición del delito de aborto.
Aquellas mujeres que atestaban las calles y las oficinas de Tribunales, insultando al asesino, no habrían escuchado la palabra "sororidad"; probablemente eran muy pocas las que habían leído a Simone de Beauvoir. Pero aquellas marchas espontáneas fueron antecedente de las actuales. De aquellos polvos vienen estos lodos.
ALBERTO ACOSTA
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