La lucha diaria de un hombre común
Corren épocas que obligan a trabajar firmemente para subvenir mínimas necesidades. Y son muchos los padres que se afanan mucho para aportar al estudio de sus hijos con la esperanza de un tiempo mejor.
MARIO VEGA
Cuando un presidente de la Nación, cuando un gobierno se muestra tan desinteresado de la suerte de la gente común, de la educación, de la salud, y de las cosas más elementales que el pueblo necesita para vivir bien, es casi natural que a muchos nos gane la desesperanza… Porque se ingresa en la impotencia, en los interrogantes sin respuesta para saber qué será del futuro de cada uno, y sobre todo de nuestros hijos. O de quienes vienen detrás cargados de ilusiones que no saben si alguna vez podrán concretar.
Ya se dijo, hay un gobierno nacional que parece regodearse pegándole a las cosas que más significativas le resultan al pueblo. Y ese es el caso del ataque a los jubilados; o a las universidades públicas… “No le sirven a nadie” llegó a decir este presidente que nos está haciendo la vida imposible, el que vino para “implosionar” el Estado desde adentro, según confesó sin que ningún fiscal se haya animado a advertirle que eso era lo mismo que atentar contra la Patria. Nada más, ni nada menos.
¿Vendrán tiempos mejores?
“Si vieras que triste que está mi Argentina “(…)/ La crisis se pasea por las calles y la tristeza del pueblo/Es como un barco que no llega a destino”. La melodía y la letra de la canción de Cacho Castaña está fechada muchos años atrás… Y parece tan de estos tiempos.
Ha pasado tanto y no obstante sigue siendo una representación que resulta muy actual… Sí, el pueblo está triste; y sólo celebran “los cuatro atorrantes” que, cabe decirlo, son los canallas de siempre. Los que nunca pierden, los que siempre ganan por sobre las penurias de la gente.
Pero igual… no hay que rendirse. Por más que esté difícil y el panorama invite a la desesperanza. Ya vendrán tiempos mejores. Seguro.
Una historia mínima.
La de “Quito” Spina (52) es una historia mínima de por aquí nomás… una de las que protagonizan tantas de esas personas que luchan con denuedo para conseguir vivir un poco mejor, y fundamentalmente para que los hijos avizoren un futuro que no los haga pensar que un día tendrán que irse a otros destinos –como lo hicieron tantos-- para concretar sus sueños.
Carlos Alberto Spina es un rionegrino, nacido en Beltrán, que desde hace muchos años anda por aquí. Llegó un día para jugar al fútbol –como muchos otros muchachos--, y eligió quedarse para siempre. Y aquí llevó adelante su vida y su familia.
El esfuerzo de todos los días.
Su historia es simple, una más, en este caso de alguien que se esfuerza por salir adelante, aunque se presenten dificultades que a veces agobian. “Toko” Ferreyra, un amigo ex camarógrafo de Canal 3 (ahora Televisión Pública Pampeana) --uno de esos que tienen mejor archivo que las propias dependencias oficiales y que cada tanto nos envía algunas imágenes--, sugirió que quizás valía contar el esfuerzo que hace todos los días, desde hace muchos años, “Quito” Spina para subvenir sus necesidades y la de su gente más cercana.
El hombre común.
Alguien podrá preguntarse cuál es la novedad… y bueno, sí, al cabo es la historia de muchos como él. Pero de esas que tal vez cada tanto conviene refrescar como para hacer ver que hay gente que se compromete, que intenta, que busca. A pesar de las piedras que, recurrentemente, aparecen en el camino.
Es verdad, hay muchas personas que están en la misma situación –y como nunca faltan los “contreras” al momento de opinar-- estarán los que reprochen una nota a quien, al cabo, es un hombre común. Ese que el genial Osvaldo Ardizzone sabía pintar en sus escritos como nadie.
Familia y fútbol.
“Quito” está casado con Viviana Bardy. Tiene tres hijos: Antonela (24) que es bióloga; Enzo (18) que estudia Ingeniería Química en Bahía Blanca; y Joaquina (15) que va al secundario, que hoy juega al voley, pero antes lo hacía “muy bien al básquet en General Belgrano”. Y también está Cristian (hijo de Vivi, que es analista de Sistemas)
La familia se compone además con sus padres Carlos (“Carluchio” para todos), y Nelly. Él papá dedicado al arreglo de radios y elementos electrónicos, y la mamá pedicura desde hace muchos años. Son cuatro hermanos, Eduardo que es comisionista, “Quito”, Víctor que es locutor; y Marcos que viviendo en Bélgica es Ingeniero Químico.
La de “Quito” fue una infancia y una adolescencia feliz, completando primaria secundaria como “buen alumno”, pero sobre todo con el fútbol como la pasión que iba a ser gran protagonista de su destino. Porque más allá de sus condiciones, de su desempeño como defensor en diversas instituciones, resultaría el vehículo que lo llevaría por distintos lugares hasta recalar al parecer definitivamente en esta ciudad.
Llegada a Santa Rosa.
Como quedó dicho, llegó desde el Valle Medio (Río Negro), donde había jugado fútbol en el Club Social y Deportivo Luis Beltrán, debutando muy jovencito en primera división. Luego una posibilidad de una prueba en el poderoso Olimpo de Bahía Blanca que superó, pero con una transferencia que no se concretó porque el club de origen no le dio el pase; y lo mismo sucedió cuando lo pretendió Deportivo Roca. “Ahí me renegué y me fui a jugar a Sportivo, en Puerto Santa Cruz”, dice ahora sonriente.
¿Y la llegada a Santa Rosa? “Se dio porque se jugó un Norpatagónico en Viedma, y allí me hablaron Raúl Camerlinckx y Raúl Mansilla para venir, y me decidí a probar suerte… y lo que son las cosas, pasó tanto tiempo y en La Pampa construí mi vida”, sostiene.
En Santa Rosa.
Aquí jugó no sólo en Atlético Santa Rosa, sino también en All Boys –compartiendo en ambos grandes planteles--, pero también lo hizo en Atlético Macachín, Sarmiento y algunas otras entidades.
Y recuerda sus inicios en La Pampa: “Me tocaba vivir en El Prado Español –entonces regenteado por Atlético Santa Rosa-- junto a Ramón Cabrera. Y tuvo la satisfacción de consagrarse campeón de Liga con dos de las grandes instituciones de nuestro medio.
Varios trabajos.
Pero como pasa siempre, el fútbol oficial un día se terminó. “Quito” sabía que no quedaba otra que trabajar, y así tuvo distintas ocupaciones. “Sí, lo tenía claro… primero estuve en ‘Pizzamanía’, fui un tiempo cadete con la moto; estuve en Megatone, y también le daba una mano a mi esposa que es repostera”, enumera.
De todos modos su actividad más conocida es la de taxista. “Hace 22 años que recorro la ciudad…”, dice sonriente, “así que en Santa Rosa me conocen bastante”, agrega.
Sucede que, como pasaba cuando jugaba, es fácil identificarlo. Porque tiene el mismo aspecto del pibe que llegó hace más de 30 años. Conserva el físico atlético y, sobre todo, ese pelo largo y ensortijado que parece su marca registrada.
Horas de taxista.
“¿Trabajar en la calle? Me gusta… me entretengo y escucho historias distintas todo el tiempo. Sí, a veces creo que el taxista es un poco psicólogo, porque algunas personas son clientes desde hace mucho y me parece que confían y me cuentan cosas. Es lindo trabajo, aunque son varias horas todos los días, y el tránsito en Santa Rosa a veces es complicado”, razona.
Mete 8 ó 10 horas manejando, “ahora durante el día. Porque el primer tiempo me tocaba pagar derecho de piso y trabajaba de noche”, recuerda.
Los hijos y el estudio.
Pero se sabe, la calle está dura y se hace difícil juntar el peso. “Pienso que a todos nos pasa lo mismo… lo más importante son los hijos, y que estudien es lo mejor. Por eso con mi esposa hacemos un esfuerzo importante para que puedan tener una carrera”, dice totalmente convencido.
Y admite: “En mi caso, mirando a la distancia me pregunto porque no seguí Kinesiología o el profesorado de Educación Fìsica… pero bueno, si yo no pude que lo puedan hacer mis hijos eso de tener un título universitario”.
Y por supuesto, para bancar los estudios, los padres se ven obligados a hacer un sacrificio. Porque es verdad que la verdadera movilidad social se da a partir de la Universidad, que este gobierno de Milei se encarga de denostar todo el tiempo. (¿Por qué será que me acuerdo “de los cuatro atorrantes” de los que habla la canción?).
El podólogo.
La mamá de “Quito” lo aconsejaba para que hiciera algo más, y el mensaje llegó: “Lo que pasa es que ella es pedicura desde hace muchos años, y me decía por qué no me animaba, que podía hacerlo y que podría ganar dinero de esa forma”.
Lo cierto es que un día le hizo caso. Realicó un curso y comenzó como podólogo. “Estoy recontento con eso… hago cuatro o cinco turnos por día y claro que ayuda”. El nuevo oficio –que ejerce ya desde hace un tiempo-- le permite manejar sus tiempos después que deja el taxi, y completar otras 5 ó 6 horas más de trabajo.
Y reflexiona mientras habla: “Por ahí quienes dirigen no le dan mucha bolilla al tema, pero creo que los planteles de fútbol debieran tener un podólogo. Porque los pies son la herramienta de un futbolista, y tienen que estar de la mejor manera… Alguna vez All Boys contrató a Pablo Gómez para hacer ese trabajo, pero no sé si sigue”, explicó.
Hoy “Quito” trabaja mucho como podólogo, con clientes que atiende hace años, y que llegaron “sin ninguna publicidad. Funcionó el boca a boca y eso hace que me llamen. Me encanta hacerlo porque sé que puedo llevar alivio a mucha gente”, completa.
Vendrá un tiempo mejor.
En la actualidad sigue jugando al fútbol en los torneos que se hacen en La Barranca, siempre con esa pasión que lo caracterizó siempre, y alentando todo el tiempo a sus compañeros. “Creo que nunca voy a dejar de ser jugador… pero sé que el fútbol con compromiso ya pasó. Que ahora toca trabajar todo lo que sea necesario, para que mis hijos puedan llegar a ser profesionales. Ellos son la prioridad. Pasa en todas las familias… y los padres estamos para apoyarlos”. Toda una definición del hombre común.
De ese que se desvive por los suyos, que se levanta cada mañana con la esperanza que un tiempo mejor habrá de llegar. “Quito” Spina y su historia mínima de por aquí nomás…
El hombre común, según Osvaldo.
“Uno busca lleno de esperanzas/el camino que los sueños ofrecieron
a sus ansias/sabe que el camino es largo y mucho/
pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina”.
Ese genial periodista que fue Osvaldo Ardizzone se adentraba en los versos de Discepolín, y los escudriñaba para encontrar explicaciones de los objetivos que mueven al hombre (y a la mujer, claro). Y luego, en sus reflexiones invitaba a bucear en las capas sociales la acepción de esa expresión idiomática: El hombre común.
Y decía: “Para el pequero, el que hizo un arte de la carpeta, el hombre común es el otario que supone que de un mazo de naipes puede salir un
elefante; para el punguista, actividad que ha decrecido (porque quien va ir con guita a los colectivos), el hombre común de antes era un otario que llevaba la cartera desguarnecida en el bolsillo trasero del pantalón.
Para los intelectuales, que los hay todavía, el hombre común es un tipo que sí sabe leer y escribir en una trasnochada literaria pudo haber frecuentado las páginas excitantes de Jim de la Selva, por ejemplo, o de Tarzán. Pero claro que no frecuentó los atardeceres o los crepúsculos de París tomando café con Simone de Beauvoir tratando los problemas de la senectud, ¡qué va a saber!” (…)
El hombre común y el político.
Para los políticos el hombre común es un otario que responde a un slogan que puede tener mucho efecto en el cuarto oscuro en época de elecciones, digamos. Siempre y cuando haya cuarto oscuro…”.
Y seguía Osvaldo: “Para los sociólogos, actividad muy en boga, el hombre común es un colifa, vulgo, alienado a quien se lo puede distraer con un paraje de fin de semana con palmeras y un perro caniche para que jueguen los niños. Para los demagogos, alguien integrante del pueblo que en algunos casos alcanza la jerarquía de soberano”.
El que cree y sueña.
Para Ardizzone en cambio el hombre común era “ése que todavía sueña…/
Es ése que todavía cree…/Es ése que todavía espera…/es ése que se juega entero a la ingenuidad de una camiseta en la tarde del domingo”.
Y también “es ése que llena los negocios el día de la madre, del padre, de la tía, de la cuñada… Y de toda la parentela que le inventen. Es ése que llega la noche de Navidad a sus casa con los brazos cargados de paquetes. Es ése que se gasta los pocos mangos que le quedan para que el hijo vaya a a la piscina del club del barrio con las zapatillas de una, dos, tres y cuatro tiras si las hubiere…”.
Y señalaba el periodista y escritor: que además puede ser ese que “toma el café apresurado en el mismo bar de todas las mañanas… Y no te creas, eh? que en una de esas es capaz de recitarte una cuarteta de Almafuerte. O cantarte un valsecito de Homero Manzi”.
El hombre común… Los “Quito” Spina de la vida… los y las taxistas, los que laburan arriba de un andamio de albañil, los oficinistas,los que despachan nafta, los que trabajan en un comercio; o en cualquier sitio… Es que el hombre común es ese que “busca lleno de esperanzas/los caminos que los sueños/ofrecieron a sus ansias”.
Claro que sí, Osvaldo…
Una frase y una aclaración.
Cabe recordar que Cacho Castaña escribió aquella canción en 1988; en momentos que sí eran difíciles, de cierta desesperanza... pero antes que llegara el menemismo.
Lo que no sabía “Cacho de Buenos Aires” es que vendrían después dos gobiernos del riojano, que dejarían consecuencias nefastas en lo económico y en lo social… aunque no fueron pocos los que se tragaron el sapo y la idea de un momentáneo e ilusorio bienestar que un día se derrumbó para dar paso a la dura realidad.
Pero ciertamente en esta actualidad que nos rodea hoy aquella frase ronda la mente de muchos argentinos empobrecidos… “Si vieras lo triste que está mi Argentina…”.
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