Miércoles 14 de mayo 2025

“Nos gusta mucho lo que hacemos”

Redacción 10/03/2025 - 00.15.hs

Estaban disfrutando de un poco de aire fresco que en ese momento corría en la tribuna del Estadio de Sóftbol, ubicado en el Parque Recreativo Don Tomás. Eran tres pibitas compartiendo la tarde.

 

Florinda (del Chaco), Melane (Formosa) y Martina (Salta) no daban el aspecto de aquellos clásicos “tagarnas” conque nos identificaban nuestros superiores –oficiales y suboficiales- a quienes hacíamos el Servicio Militar, obligatorio hasta 1995 y voluntario a partir de esa fecha.

 

La colimba –corre, limpia y barre- ha sido con sus más y sus menos toda una experiencia para los que debieron afrontarla. Eran tiempos en que se admitía que los conscriptos fueran “bailados” en sesiones de presunto entrenamiento militar. ”Salto rana, carrera, march...” eran frases habituales que mandaban a los soldados de manera intempestiva a ejecutar movimientos -que a lo mejor ayudaban a su condición física- que no pocas veces eran utilizados para un mal trato encubierto.

 

Algunos militares que tenían tiras (o estrellitas si eran oficiales), durante esos “bailes” solían usar la frase “manga de tagarnas”. ¿Qué sería “tagarna”? Era una conjunción de las primeras sílabas de “tarado”, “garca” y “nabo” y una manera de (des) calificar a los soldaditos.

 

Pero hubo una situación en 1994 que resultó en un quiebre. Fue cuando se descubrió la muerte del soldado Carrasco (torturado), que conmocionó a la sociedad Argentina y fue el prolegómeno del fin del Servicio Militar.

 

Mujeres al Servicio.

 

De allí para aquí dejó de ser obligatorio, y sólo se alistaron quienes quisieron hacerlo. Hubo tantos cambios que incluso se admitió la presencia de mujeres que fueron ocupando distintos puestos en la estructura del Ejército. Algo pareció cambiar para bien.

 

Hoy es habitual que al pasar por algún destacamento se advierta, bajo los cascos y las ropas de fajina, a jóvenes soldadas (¿está bien dicho?), que decidieron incorporarse a la dura vida militar. Y lo hicieron adaptándose perfectamente.

 

En el caso de las jovencitas que encontramos en el Parque Recreativo Don Tomás un domingo, estaban gozando de algunas horas de franco. Como cualquier piba de 20 años, claro…

 

“Somos de otras provincias, y cumplimos servicios en el Comando de la Décima Brigada (ubicado en calle Santa Cruz y Raúl B. Díaz). Vinimos desde Salta” –contaron-, aunque sólo una de ellas es oriunda de esa provincia, y las otras dos son de Chaco y Formosa.

 

Salta la bella fue donde se debieron presentar y donde se conocieron, y también el punto de partida desde donde viajaron a Toay primero y luego fueron derivadas al Comando en Santa Rosa.

 

Son muy jovencitas, y recién están conociendo la ciudad. María del Carmen Cabral actúa casi como una tutora, y aunque las pibas no se lo pidieron igual le agradecen. Todo comenzó cuando Florencia llamó a su celular ante un ofrecimiento en las redes de un departamento en alquiler, arriba de la vivienda de los Cabral en Villa Alonso. La mujer no es otra que la esposa del querido Roberto “Brujo” Cabral, aquel boxeador que tanto se destacara en la década de los ‘80.

 

Voluntarias.

 

“Somos soldados (sic) voluntarios y cumplimos servicios en Santa Rosa. Llegamos hace un poquito más de cinco meses, y lo cierto es que al principio nos anotamos para tener la posibilidad de tener un trabajo fijo, pero después nos dimos cuenta que nos gusta mucho lo que hacemos”, cont Florencia.

 

Cuando llegaron a La Pampa lo primero fue hacer la instrucción en el Regimiento, en Toay. Las tres tienen estudios secundarios, aunque les hubiera bastado tener completo el primario para poder inscribirse.

 

Lo que pareciera –aunque ellas no lo dijeran expresamente- es que se habrían alistado en el Ejército un poco escapando a la pobreza, porque vienen de lugares muy humildes.

 

“Allá es difícil conseguir trabajo estable. Es complicado, y cuando se consigue se paga muy poco. Nos incorporamos y tuvimos que adaptarnos porque obviamente es una rutina diferente la que nos toca afrontar… pero estamos bien, aunque lejos de casa y de la familia. Y eso se siente”, coinciden.

 

Las tres tienen familia en sus provincias. Martina expresa que “al principio” su madre tenía miedo de un viaje tan largo y un destino tan lejano, “pero a la vez estaba contenta porque tenemos trabajo y vamos a estar bien”, dice.

 

“Compañeros respetuosos”.

 

Cuando se les explica a las chicas que antes la mujer no podía acceder a determinados lugares, y obviamente también las fuerzas armadas parecían no ser un destino laboral para ellas, contestan que “eso cambió. Y la verdad es que nuestros compañeros son respetuosos y nos tratan bien”. No obstante alguna “corridita” –nada que ver con aquellos “bailes” a los “tagarnas” que fuimos- todavía se dan, pero “casi como un juego”.

 

Las jóvenes trabajan de lunes a viernes en sus respectivos destinos en el cuartel, y a veces algún fin de semana les toca hacer guardia. Pero cuando tienen franco salen “a andar un poco, a conocer Santa Rosa, pero nada especial”, agregan.

 

Por estos días se encontraron con la cordialidad y la solidaridad de la familia Cabral, sobre todo porque María del Carmen adoptó el rol y es una suerte de protectora. “Florencia vino con la intención de alquilar el departamentito que tenemos arriba en casa, pero lo cierto es que por ahora se los presto. Ya veremos…”, completa.

 

El Ejército de este tiempo ya no contempla el Servicio Militar Obligatorio, sino que se inscriben voluntarios/as, y además admite en sus filas la presencia de mujeres. Es el caso de las tres chicas –poco más que adolescentes- que el fin de semana paseaban tranquilas acompañadas de su ocasional “tutora”, que quizás necesitaban porque llegaron desde muy lejos y aquí están solitas. Eso sí, en medio de un escuadrón de soldados. Como ellas. (M.V.)

 

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