Jueves 25 de abril 2024

Peluquero que hizo más de 170 mil cortes

Redacción 03/09/2023 - 00.07.hs

Un día llegó –casi casualmente, o circunstancialmente al menos-- desde su Bahía Blanca natal, y ahora ya lleva más de cuatro décadas instalado en Santa Rosa. Todo estaría indicando que este es su lugar en el mundo, aunque el oficio lo llevó a conocer otros países, otras costumbres y realidades. Pero Daniel Canitrot tiene claro que ya no se irá.

 

En otras oportunidades hemos mostrado en estas páginas historias de peluqueros de por aquí, de esos que todos conocen, aunque sea de mentas. Y Daniel Canitrot es uno de ellos…

 

Expresa que su papá se llamaba Mario y trabajaba en la Refinería Isaura; y su mamá, ama de casa, era Elba. Son tres hermanos, Daniel el mayor y le siguen Marcelo y Diego.

 

Después recuerda como se inició en el oficio. “Un amigo del barrio Noroeste, allá en Bahía Blanca (Luis Lamantía, el mismo que después lo instaría a venir a Santa Rosa y hoy vive en Australia) me dijo de ir a estudiar peluquería en Buenos Aires… Papá no sabía a qué había ido, y cuando se enteró medio que dudó, porque en ese tiempo ir a estudiar peluquería era mirado de reojo. Pero al final todo bien, me recibí y trabajé en diversos lugares en Buenos Aires, hasta que un día decidí irme a Río de Janeiro, donde hice un poco de todo… y también peluquería”, rememora.

 

Llegada a Santa Rosa.

 

Fue de regreso a su ciudad cuando vino la invitación para probar suerte en Santa Rosa .”Yo había pasado nomás por aquí, pero no había prestado mucha atención, e incluso pensaba que la Avenida Luro (por donde transitó) era pleno centro, y no era así… Mi amigo Luis me dijo si quería venir a trabajar en la peluquería Lenom, que era de Norma Suhurt… lo pensé un poco y me dije ‘bueno, podría probar’. Así fue que llegué el 2 de febrero de 1981”.

 

Fue más preciso en la evocación: “De entrada me recibió una lluvia terrible, no andaba nadie y era una ciudad mucho más chica, así que medio dudé… Pero a la noche se puso lindo, fui al centro, anduve por ahí y vi que había mucha gente dando vueltas, que había movimiento. Era joven y andaban muchas chicas… y todo eso me convenció para quedarme. Y no me fui más”, sonríe.

 

La familia.

 

Con el tiempo formó su familia con Olga Álvarez –fallecida por una cruel enfermedad--, con quien tuvo a sus hijos. “Tania es hematóloga en el Hospital Lucio Molas; y Luciano tiene barbería, así que anda por el mismo rubro”, dice sobre su hijo menor que está instalado al lado mismo del salón de su padre. “¿Si es competencia? No, ellos tienen su estilo y su clientela”, aclara. La familia la completa Genaro (6), su nieto.

 

Daniel Canitrot durante mucho tiempo tuvo salón de peluquería “en lo de Tita Parodi, en la calle Gil. Una galería donde había otros comercios, y además al fondo funcionaba la agencia de noticias Telam, en la época que estaba a cargo de Carlitos González”, indica.

 

La primera clienta, “reporfiada”.

 

Desde hace 25 años Canitrot instaló su peluquería en Gil 684, donde atiende de manera unisex: “No quiero mentir, pero creo que fui el primero en ese sentido… tengo clientes de toda la vida: Noemí Ballester fue la primera que vino a que la atendiera… y hoy en día sigue viniendo. Se ve que es reporfiada”, se ríe con ganas.

 

“Es que es el mejor. Yo también vengo desde hace más de 30 años, y hago más de 100 kilómetros, desde Quehué sólo para que me atienda Daniel”, lo elogia Quela Lonegro, que acababa de entrar al local y escuchaba la conversación.

 

Daniel aporta que tiene “muy buena relación con todos los colegas, con quienes nos conocemos de años, y algunas veces hemos compartido jornadas, o desfiles que antes se hacían muy seguido… Con Rudolf, un querido amigo; Oscar Ochoa, El Dandy… Con todos los que participamos de la Cámara de Peluqueros, donde somos unos 500”, manifiesta.

 

Por Europa.

 

Su oficio, sus ganas de saber más, de aprender, lo llevaron por otros países, y hasta se dio el gusto de competir en un certamen internacional en Londres, pero también anduvo –durante tres meses-- por Francia y Holanda, entre otros.

 

No le molesta la proliferación –como competencia-- de tantas barberías en la ciudad. “Después de la pandemia fue una salida laboral para muchos chicos…”, admite.

 

Advierte que su trabajo a veces se puede tornar pesado porque obliga a trabajar de pie, y muchos colegas tienen várices en sus piernas por esa situación. “Yo le encontré una solución: tengo esta banqueta adaptada a la altura del sillón donde se sienta la clienta, o el cliente, y puedo trabajar de sentado, y por eso estoy bien”, se ufana.

 

Daniel, el pintor.

 

Tiene otro hobby Daniel. “Sí, me gusta mucho la pintura, y empecé después de tomar algunas clases en un taller en la Universidad que daba Griselda Carasay… era un momento que estaba muy preocupado porque Olga se había enfermado, y eso me ayudaba para evadirme un poco… y así seguí y hoy tengo unas 300 obras de lo que se llama arte figurativo”, muestra algunos de sus logradas pinturas.

 

¿Cuántos cortes?

 

Volviendo a su oficio sostiene convencido que –”una cuenta fácil”, señala-- lleva realizado más de 170 mil cortes, trabajos de tinte, decoloración, permanentes y peinados. “Es lo que me da por lo que hago por día y por semana en tantos años”, resume.

 

Día del Peluquero.

 

Hace muy poquito se celebró el Día Mundial del Peluquero. Una suerte de reconocimiento al rey Luis IX de Francia, también conocido como Ludovico IX, cuyo nacimiento fue un 25 de agosto de 1270. Cuentan que el noble francés tuvo un gesto que llevó a considerar al peluquero como hombre libre y elevó su clase social, ya que antes era considerado el oficio de un plebeyo.

 

“La verdad es que es un oficio maravilloso, lleno de satisfacciones y que nos da la posibilidad de socializar”, cuenta ahora Daniel.

 

Prestando el oído.

 

Y agrega: “Es un rubro donde todos necesitan de nuestros servicios... y también nuestros oídos”, reflexiona. “Porque a través del trato de tantos años somos receptores de alegrías y tristezas de nuestros clientes, lo que se intensificó aún más en tiempos de pandemia”, le dijo a LA ARENA.

 

¿Por qué pasó? “Sucede que la soledad derivó en que la peluquería fuera un lugar muy importante de encuentro, compartiendo charlas… a veces cargadas de afecto y dolores y también algunas buenas noticias. Y por supuesto que en tantos años de hacer este trabajo tengo cientos de anécdotas”.

 

Una anécdota.

 

Agrega que “algunas se pueden contar… otras no. Una risueña tiene que ver con un error mío… Allá a principios de los ‘80 había abierto mi primera peluquería y llegó un joven… no doy nombre, pero trabajó, y creo que trabaja aún en un diario local. Se quería hacer una permanente. ¡Sí! Soñaba con tener rulitos… Y cuento, eso lleva dos pasos: ondulación y fijación. Bueno, cuestión que me olvidé del segundo y se fue con el pelo más lacio de lo que lo traía… Por suerte no sufrió otra consecuencia, pero lo cierto es que nunca más volvió, ofendido”, se ríe a la distancia.

 

Peluqueros, un poco de historia.

 

En el siglo XIX aparecieron los peluqueros que trabajaban, sobre todo, a domicilio, y se asentó definitivamente el oficio a cambio de una remuneración. Los caballeros cortaban su cabello en el barbero, sin decidirse todavía a ponerse en manos de los estilistas que trataban a las señoras.

 

Dicen los que dicen saber que fue en Grecia donde surgieron los primeros salones de belleza de los que se tiene conocimiento, donde se peinaban las clases nobles.

 

Por otra parte la peluquería en el Antiguo Egipto era un elemento diferenciador entre clases. Así, el pelo servía para saber quiénes eran esclavos, sacerdotes y élite. A los esclavos se les rapaba la cabeza mientras que los miembros de los altos estratos de la sociedad se esmeraban por lucir un cabello visiblemente sano y cuidado.

 

Cuestión social.

 

Los asirios fueron los grandes peluqueros de la Historia. Sus damas y caballeros lucieron cabelleras deslumbrantes en forma de pirámide o en cabelleras que caían en cascadas ordenadas y relucientes en bucles y rizos que llegaban a la espalda. Su cabello cuidado y limpio se perfumaba y teñía. La barba se recortaba de forma simétrica comenzando en las mandíbulas y descendiendo en rizos adornados hasta el pecho.

 

Cuando la naturaleza no lo permitía se recurría al postizo, ya que la barba era indicativa de situación social de poder y preeminencia. Tan importante era lucir barba dignificada y esculpida que incluso las mujeres del entorno cortesano egipcio lucían barbas postizas de cabello natural en ceremonias importantes.

 

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