Raúl, el atildado señor del teatro
En 40 años de trabajo vio a los más destacados artistas. Un somero cálculo le permite decir que, en ese período, un millón de espectadores deben haber estado en el histórico coliseo.
MARIO VEGA
Cada noche, cuando se encienden las luces está allí, ataviado con saco y su infaltable corbata… Transcurren los años, se suceden directores del teatro, desfilan artistas, empleados que están un tiempito y se van (no todos claro, porque hay otros con un claro sentido de pertenencia) y él sigue allí. Siempre colaborando en algún sector. Ya recibiendo a la gente que llega, cortando entradas, llevando al espectador hasta la butaca que corresponda, o donde se lo necesite.
Raúl Elías Martínez (cumplirá 64 años el próximo 15 de octubre) lleva 40 años de trabajo, y podría decirse que casi merecería ser inventariado entre las bienes del Teatro Español.
Uniforme de gala.
Es el único del personal que adhiere a una moda que algunos considerarán vetusta, pero era común en la Administración Pública, en las entidades bancarias, e incluso en el uso diario cuando se pretendía estar muy bien vestido. Hoy los dictados del vestir apuntan a algo descontracturado –que no está mal-, pero el hombre lo prefiere así. Es casi como un uniforme de gala que elige para desempeñar su tarea, y luce como si fuera un talismán esa traba de corbata que perteneció al gran Enrique Santos Discépolo y le regaló su esposa Tania.
La magia del teatro.
Las presentaciones que se materializan en un teatro están -es indudable- rodeadas de un halo que conjuga arte y misterio. Hay algo de especial en una sala cuando un intérprete sale a protagonizar, en cualquier expresión artística que fuere. Ese momento en que las luces ganan el escenario y la platea queda a oscuras, cuando se inicia la complicidad entre el actor y el público al compartir el libro escenificado en una obra –al cabo una historia-, una escenografía, el vestuario, la música…
Se me ocurre sencillamente maravillosa esa simbiosis que se da de manera casi inexplicable durante, a lo mejor, un par de horas.
A veces, observando algunas situaciones en nuestro querido Teatro Español, me he preguntado si aquellas sensaciones solamente las experimentan los artistas…
Los anónimos imprescindibles.
¿Por qué el interrogante? Sucede que cualquiera que concurra con alguna habitualidad se habrá encontrado con rostros conocidos y frecuentes, que no son precisamente los que en cualquier función estarán sobre el escenario. Se trata de esos anónimos que han pasado toda la vida entre bambalinas… esto sería los que están tras bastidores, los que desarrollan sus tareas detrás de la escena. Los trabajadores del teatro, los que no aparecerán en las carteleras, pero que son fundamentales para el montaje de una obra o una actuación.
Entre bastidores.
El público es natural que sólo se fije en los artistas, los que lucen su arte en el tablado, sin reparar en el detrás de la escena. Allí, de mirar, se podría observar que hay una gran cantidad de personas que no figuran en las marquesinas, pero que son fundamentales en el montaje de un espectáculo. Y entre ellos se pueden anotar los jefes de sala, acomodadores, vendedores de entradas, los técnicos que se encargan de la iluminación y del sonido, y algunos otros colaboradores.
Ellos no aparecerán a la hora de la crítica, o del reconocimiento. Sí, quizás, al final de una obra algún protagonista pida un aplauso para los que se mueven “en las sombras”. Pero no mucho más.
Sentido de pertenencia.
En el Teatro Español hay un grupo importante de personas –empleados y empleadas municipales- que desarrollan sus tareas con esmero, pero además con una dedicación y cariño admirables. Condiciones que no siempre se dan en otros ámbitos de trabajo, con ese singular sentido de pertenencia.
Nombrarlos a todos no estaría mal, pero son muchos. No obstante cabe destacar, fundamentalmente los que llevan toda una vida en esas instalaciones.
El hijo de “Chiche” Martínez.
Alguna vez, en esta misma columna, nos referimos a alguien que estuvo décadas desempeñándose en la histórica sala. Fue cuando Meneca Alí accedía a la jubilación y dejaba el puesto que ocupó durante tanto tiempo.
Ahora toca hablar de otra persona que desde un poco más que adolescente se desenvuelve en las instalaciones. Casi como heredero de alguien que fue empleado de la administración pública, y muy conocido como fiel asistente de Eduardo Feliz Molteni cuando estaba al frente de la municipalidad, y más tarde de Manolo Baladrón.
Eugenio “Chiche” Martínez, que a él me refiero, dicen los que dicen saber, fue un buen jugador de fútbol (hermano de un grande como Pity Kraemer, aquel crack de All Boys), “algo” periodista (hizo radio), y sobre todo ha sido un amante empedernido del tango. Sí, claro que era todo un personaje.
La familia.
Raúl Elías Martínez es hijo de “Chiche” y de Elsa Martínez. Supo trabajar cuando muy pibe en la Farmacia Palasciano, donde antes lo había hecho su padre. Tiene un único hermano al que todos conocen como Pelusa (es Sergio René), y está casado con Sandra Edith Renzini hace casi cuatro décadas. Lina Evelyn, la hija del matrimonio, es una deportista que supo concretar la hazaña de nadar en el Atlántico Sur, en las heladas aguas de Malvinas.
Raúl no puede disimular su orgullo cuando habla de Lina: “Está trabajando en el buffet de la Cooperadora del Hospital Lucio Molas/Favaloro, y prontito va a seguir la carrera de Comunicación Social”, expresa.
A barrer el Teatro.
“¿Cómo llegué al teatro? Fue hace muchos años, poquito más de 40, cuando en casa advirtieron que andaba bastante en la calle y me dijeron que algo tenía que hacer. En ese tiempo papá estaba a cargo junto con Matías Figueroa (fue concejal de Santa Rosa algún tiempo), y me dijo que viniera a barrer la sala”, rememora Raúl. “Me acuerdo que la noche anterior había actuado Gianamaría Hidalgo. Era el domingo 28 de abril de 1985”, precisa.
Cuando le pregunto por Pity Kraemer ensalza sus virtudes futbolísticas. “A mi tío lo vi jugar, y era un crack. Nosotros nos criamos en la Villa Santillán: fui a la Escuela 180, y luego de que mis padres se separaron por esas cosas de la vida encaré el secundario en el Colegio Comercial, pero sólo hice hasta tercer año y abandoné”.
La adolescencia.
Vuelve atrás en el tiempo para evocar que “las primeras salidas de pibe fueron con compañeros del secundario, una linda época en la que no le errábamos un sábado”, sonríe.
Más tarde se enteró que “en un pueblito llamado Río Mayo, a 250 kilómetros de Comodoro Rivadavia y a 100 kilómetros de Chile, estaban necesitando gente para trabajar y fuimos a probar suerte. La cuestión es que estuve dos años, desde 1980 hasta cuatro meses después de finalizar la guerra de Malvinas en 1982”.
La música, una pasión.
Ya de regreso en Santa Rosa, Raúl trató de no perderse recitales de música, una de sus pasiones. “En Buenos Aires (en el Luna Park u Obras Sanitarias) vi a Manal, Almendra, Egberto Gismonti, John Mc Lauglhin, Joe Cocker y otros. Y aquí no me perdía recital ya sea con músicos locales o los que llegaban, como Vox Dei, Pappo, Porchetto, Serú Giran… Con este grupo venía Pekas Méndez, gran persona que tiempo después fue compañero nuestro en el teatro como iluminador, y que resultó ser un gran amigo”, rememora.
Cuenta que a su padre, muy peronista él, “en cada golpe de Estado lo echaban del trabajo y con la democracia lo reincorporaban. La última vez llegó adscripto a la municipalidad y lo derivaron al Teatro Español como encargado… ahí fue que me mandó a barrer”.
Todos los trabajos.
Empezó a ir los fines de semana hasta que le hicieron un contrato. “Luego de tres meses pasé a planta permanente hasta el día de hoy. El trabajo es hermoso en cualquier lugar que te toque… en el escenario el ingenio y la imaginación están a favor tuyo, pero en lo personal me gusta trabajar con telones y no con pantallas. Y en la sala el trato con el espectador es fantástico… la verdad es que no veo puntos negativos o algo que haga que tenga un motivo para faltar”, dice sin dudar.
“¿Si alguna vez pensé en la actuación? No, para nada. Lo mío es tratar de ser útil donde el teatro me necesite. Para lo otro están los artistas que son muy buenos todos los que vienen aquí”, contesta.
La música clásica.
Raúl reconoce que tantos años de ver -o escuchar- distintas expresiones relacionadas con el arte le han dado –tal vez impensadamente- una formación cultural que ya muchos quisieran para sí. Y es tan así que, si bien en su casa “se escuchaba mucha música”, él es hoy “un fanático de toda la música, pero muy especialmente de la clásica. Todo el tiempo estoy escuchando allá atrás, en mi lugar de trabajo”, señala el fondo de la sala –detrás del escenario- donde es habitual verlo arreglando sillas o butacas. “Es lo que hoy me toca”, cuenta.
Todos los trabajos en el teatro.
“Lo cierto es que conocí a todos los artistas que han pasado por aquí, ¿El trato con ellos? Siempre de lo mejor, porque todos conocen el oficio y saben que para que salga bien la función también cuentan con nosotros. Así que el trato es siempre muy bueno”, explica.
Le ha tocado “pasar por todos los sectores. Solamente me faltó atender el kiosco de la Cooperadora del Hospital (igual ayuda en todo lo que puede), pero después como conté estuve en limpieza, mantenimiento, en la boletería, en el escenario; y hoy allá en el fondo, con mis herramientas, escuchando música y haciendo lo que toque. Todo me gusta”, asegura.
Grandes compañeros.
Raúl Martínez estuvo más de 10 años de encargado del teatro y reconoce haber tenido “excelentes compañeros de trabajo, y los tengo ahora, todas muy buenas personas. Los primeros fueron José Jerónimo, Carlos Seibald, Matías Figueroa, Viviana Pisa, Meneca Alí y Daniel Ayerza. “Con Daniel nos reencontramos después de muchos años hace unos días cuando él protagonizó ‘Príncipe Azul’. Y fue lindo volver a verlo”.
Elogia a los artistas locales por su compromiso, con los que tiene “muy buena relación. A veces nos piden alguna opinión sobre la escenografía, o de tiempos que corregir, o el orden en algunos programas, y colaboramos en lo que podemos”.
Los que perseveran.
Raúl sostiene que su padre ha sido “una guía de cómo comportarme. Admiro mucho a las personas que tratan de superarse… siempre pensé que nadie sube a un escenario para hacer las cosas mal sino porque lo siente. Además me gusta reconocer a quienes hace años que están trabajando y perseverando en esta profesión, que no lo tienen como un pasatiempo, o que están dos o tres años y después desaparecen”.
Con los grandes.
Paralelamente a su tarea en el teatro hizo por fuera algunos trabajos extras, incluso algunos en el interior de la provincia. “Trabajé en grandes eventos aquí en Santa Rosa, pero también en General Pico y otras localidades, en actuaciones de Joan Manuel Serrat, La Renga, Julio Bocca, Bandana… muchísimos espectáculos masivos, y ahí me sentía casi como un integrante del grupo de artistas”, dice con indisimulable satisfacción.
En primera fila.
Tanto tiempo en esa tarea lo llevaron a entender que “no hay espectáculos buenos ni malos. Lo que hay son espectáculos que me gustan o no me gustan. Lo que digo es que he tenido la posibilidad de estar ubicado en la primera fila de la cultura provincial, y me gusta explicar a quien quiera oír cuáles son las cábalas del teatro; o qué es un palco avant scène, que son bambalinas, el paraíso, la parrilla… y también contar de una época cuando mediante un sistema hidráulico se levantaba el piso de la sala para que se transformara en una pista de patín, o para realizar los bailes o acontecimientos sociales de Santa Rosa”.
Las dos caras de la moneda.
Se pone más serio para decir de lo difícil y triste de la decadencia de un artista. “Recuerdo el drama que fue cuando Alberto Locatti tuvo que suspender dos funciones porque no había espectadores… asistir al ocaso de un artista es algo tremendo... La contracara fue cuando Ana María Giunta hizo la obra Romeo y Julieta con chicos con discapacidad, fue hermoso y de mucho aprendizaje en lo personal. Y otro momento sublime fue cuando participó un coro de mujeres privadas de libertad”, enumera.
Algunos gustos pudo darse Raúl: “¡Y cómo que no! Un par de largas charlas con Miguel Ángel Estrella, con Enrique Pinti, con Hugo Arana, y también con Jorge Marziali, y el maestro Enrique Mariani talentoso músico y director”, reseña.
Hombre agradecido.
Al hacer una somera evaluación de sus 40 años allí, considera que estuvo en más de 11 mil funciones, “y en ese tiempo me debo haber cruzado con más de un millón de espectadores”.
Se muestra agradecido porque “hubo gente muy generosa para conmigo: compañeros, autoridades de Cultura municipal y provincial, también intendentes. Soy feliz porque me tocó tratar con gente maravillosa como las integrantes de la Cooperadora del Hospital… creo que Teresita Espina es la única que lleva más años que yo en el teatro”, se ríe Raúl.
Lo que viene.
Parece apenarse cuando cae en la realidad. “El año que viene me tengo que jubilar; y la verdad es que espero que Anses se olvide de mí y me deje por lo menos 5 años más… Igual sé que de algún modo voy a seguir ligado a la Cultura”, afirma y le brilla un poco la mirada.
Es que cuando alguien tiene que dejar algo que tanto tiempo ha sido el centro de su vida no puede ser fácil. Son muchas vivencias, momentos que ya no volverán, y Raúl tiene claro que un día, cuando las luces se enciendan en la sala, él no estará allí. Y por eso, sí… que Anses demore el momento del adiós…
Notable sentido de pertenencia.
Raúl Martínez tiene un íntimo vínculo con el trabajo que desempeñó durante cuatro décadas. Y es una correspondencia que va mucho más allá de un salario, o de reconocimientos que muchas veces no llegan.
“Lo que aprendí en el teatro es fantástico. Y digo que no me siento empleado, que es un placer venir a cualquier hora que me toque. El sentido de pertenencia de quienes trabajamos aquí es único… Pero además está la satisfacción de encontrarnos con personajes maravillosos de la escena nacional”, sintetiza.
Y tuvo muchas de esas. “Una vez me tocó jugar al truco con el maestro Osvaldo Pugliese; otra vez cenamos en el Club Español con Tania, esposa de Enrique Santos Discépolo y fue cuando me regaló la traba de la corbata”, y la muestra orgulloso.
Andy Summers.
Y sigue: “Nicolás Scarpino se acuerda de mí cuando viene porque hizo sus primeros pasos como actor en el Español. Creo que pocos saben que vino Andy Summers (músico, compositor y multiinstrumentista británico), conocido por ser el guitarrista de la banda The Police… esa noche se cortó la luz y actuó rodeado de velas”, evoca.
Raúl cuenta que el primer artista que conoció fue Alberto Castillo. “Lo escuché en una radio de La Plata, y un día para mi cumpleaños le pedí a mi padre que lo trajera como regalo… E increíblemente eso pasó: actuó en el Teatro Español”, dice divertido.
Un fanático.
Después refiere a un momento trascendental: “Cuando nació Lina, mi hija, mi esposa pasó un mal momento… aquí había ensayo así que tomé a Lina con dos días de vida y vine a trabajar. Otra: me casé un viernes y me prohibieron que fuera a trabajar ese día… pero el sábado ya estaba en la puerta”.
Deja en un momento un mensaje de esperanza: “Creo en lo que viene, veo mucho impulso en los jóvenes… he visto como trabajan y como resuelven, y diría más las mujeres que los hombres”.
Y en el final dice: “Estoy escribiendo un par de cosas para mejorar en esta área del teatro. Alguien las tomará o no… pero bueno. Me gusta respetar la historia, que es tan importante para llegar a lo que somos… antes hubo una experiencia para tener en cuenta. Es como decir que para escuchar excelentes cantantes de tangos antes hubo un Carlos Gardel”, concluye.
La chica que nadó en Malvinas.
Lina Martínez Renzini es una joven deportista. Ha sido campeona argentina de nado en aguas abiertas, y ganadora en diversos escenarios.
Es hija de Raúl y de Sandra, y un día se interiorizó de la guerra con Gran Bretaña, que duró 74 días.
Por eso, con sentido patriótico, decidió que participaría en “El desafío del Atlántico Sur", una competencia para reivindicar los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas.
Y allí fue: eran las 10 de la mañana del lunes 16 de marzo de 2020 cuando ingresó a las aguas heladas del Atlántico con la emoción a flor de piel. Lina se zambulló en el mar y empezó a nadar, braceando con la intención de no perder detalle; queriendo atesorar en su mente, y seguramente también en su alma, un momento histórico e inigualable de su vida. “Nadaba de espaldas, mirando el cielo... de a ratitos veía estrellitas de mar...", sonríe al rememorar aquella hazaña.
Y vuelve a recordar Lina que se desplazaba serena en un mar que -increíblemente- no estaba tan bravío como todos saben que está muchas veces. Tiene naturalmente un gen competitivo que la hizo ganar muchas competencias de aguas abiertas, pero esa vez ese espíritu parecía extrañamente ausente... “Íbamos nadando todos juntos pero yo atrás para observar mejor lo que sucedía, como paseando… Nadaba charlando con un chico sobre lo que estábamos viviendo, ese momento único...”, se emociona.
Y concluye: “La sensación que sentía era de energía, felicidad, fuerza... Estaba contenta y no sentía frío. Salí del mar y me senté en una roca tratando de guardar para siempre todas esas sensaciones”.
Eran sólo diez nadadores, “dos chicas y los demás varones, y anduvimos unos 25 minutos para cumplir el desafío”, completa Lina.
Una vida en tres imágenes.
En familia.
La familia Martínez. Raúl y Sandra (la conoció cuando fue a aprender a bailar tango en el teatro), y Lina. La jovencita es gran nadadora de aguas abiertas. Fue campeona argentina y nadó en las aguas del Atlántico Sur.
Con Alfredo Alcón.
A lo largo de tantos años de asistir a grandes espectáculos, Raúl dice haber adquirido un bagaje cultural que agradece. En la foto con un grande del cine, Alfredo Alcón.
Con Alberto Castillo.
Raúl tiene fotos con otras grandes figuras del espectáculos que pasaron por el Español. Se pueden nombrar a Alberto Castillo (foto) y también a Duilio Marzio, Enrique Santos Discépolo y Ernesto Sábato, entre otras muchas personalidades.
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