Soledad Julia Larramendi, la médica que vino de Buenos Aires y ya ama Santa Rosa
Cambiar una bella zona de Buenos Aires para vivir en La Pampa no parecería fácil. Pero en este caso la médica -que curiosamente gusta de la Matemática y la Informática- dice estar feliz entre nosotros.
MARIO VEGA
El primer caso confirmado de la pandemia de Covid-19 en Argentina se dio a conocer el 3 de marzo de 2020. Han pasado poco más de dos años desde que se desató ese flagelo que nos causó tanto dolor, tantas pérdidas, que costó la vida de miles -familiares, amigos... - en medio de un desconcierto como el que no habíamos vivido antes.
Recuerdo que en medio de esa locura en que se convirtió el mundo se escuchaba decir -quizás para alentarnos- que el azote al final nos iba a permitir ser mejores...
¿Mejores? Cuesta creer que haya sucedido, si nos atenemos a que vivimos en un caos permanente -con desencuentros in disimulables-, y que hasta una guerra se desató hace un par de meses.
Dudar me parece que es algo insito en el ser humano, y quienes ejercieron ese principio -ante esa afirmación- no le erraron. Ojalá fuéramos mejores.
Buscando la paz.
No obstante, ahora que un poco amainó -aunque no debiéramos confiarnos demasiado-, algunas certezas quedaron... Más allá de aquellas discrepancias que persisten, podemos señalar que el sistema de Salud -el de nuestra provincia- estuvo afortunadamente a la altura. Y seguramente habrá otros signos tangibles como para seguir creyendo en algo.
En medio de todo ese pandemonium cada uno acomodó su vida como pudo primero, y después como quiso.
Y sería quizás el caso de Soledad... Es una médica porteña que llegó a Santa Rosa justo cuando la locura se desataba... Vino acompañada de sus cuatro hijos, con la ilusión de encontrar en esta tierra la calma, la paz y el equilibrio que su espíritu le estaba reclamando, después de desavenencias que culminaron con su separación.
Mi tierra querida.
Ya manifesté muchas veces en estas columnas el amor que siento por esta ciudad, y ciertamente por su gente. Al punto que siempre sostuve que de aquí no me iría jamás. A ninguna parte.
Por eso -por ese sentimiento- me resulta particularmente grato escuchar cuando alguien que viene de otro lado se deshace en elogios para esta mi tierra querida. Soledad es una médica que llegó desde Buenos Aires y, por lo que parece, está decidida a adoptar definitivamente La Pampa como el sitio en el que desarrollará su vida profesional, en la que terminará de criar a sus hijos, y donde participará activamente de su vida social.
La conocí circunstancialmente en el cumpleaños de un amigo en común -el abogado Marcos Paz-, y rápidamente advertí que se había enamorado de Santa Rosa. "Y cómo que no... Si ustedes dicen que le falta algo y yo digo que lo tiene todo... armonía, limpieza. Es bonita y cálida y su gente vive sin histerias", juzga a lo mejor comparando con la gran ciudad donde nació. Y agrega por si hiciera falta: "Sus atardeceres son mágicos... con esos tornasoles que ofrecen un horizonte a veces naranja, otras rosado... o violáceo".
De barrio Norte a La Pampa.
Le pido que me cuente su historia y lo hace, con detalles: "Me llamo Soledad Julia Larramendi Krauss y nací en Capital Federal. Mi madre es Silvia Julia, profesora de Inglés; y papá Ernesto Hanse Larramendi, que es empresario en el puerto de Rosario. Tengo dos hermanas menores, una escribana y la otra psicóloga", puntualiza.
Charlamos en la casona que adquirió en pleno centro de Santa Rosa, a pocas cuadras de la plaza y a metros de Avenida San Martín -y que ya empezó a refaccionar-, y Soledad comienza por revelar que se crió "en zona Norte, en Martínez...".
La veo tan consustanciada con Santa Rosa que no puedo dejar de decirle -a modo de broma, obvio- que en contraste con nuestra ciudad viene de un lugar donde viven familias acomodadas de Buenos Aires. Y ella, con esa sonrisa que luce casi en forma permanente acepta: "Sí, es verdad. Pero yo cero 'careta'. Nada que ver...". Contesta firme como para no dejar dudas.
Muy deportista.
Igual no niega -no tiene por qué hacerlo, claro- que supo de una niñez sin privaciones; y de un modo de vida que incluía mucho deporte, de esas disciplinas que -algunos dirán- están vinculadas a quienes tienen un buen pasar... Porque jugar hóckey en el San Isidro Club no cualquiera, ni todo el mundo hace equitación, natación y algunas otras actividades.
"Amo el deporte, sobre todo la natación y el hipismo... me gustan mucho los caballos, hacer volteos, saltos... Pero también hice en algún momento pruebas atléticas, porque competí en 3.000 metros de pedestrismo", completa.
Números e informática.
Cuenta que sus padres se separaron "cuando estaba terminando la secundaria. Por necesidad económica comencé a trabajar inmediatamente en un Banco Internacional en el área de Telecomunicaciones; a la vez que estudiaba Sistemas, que era algo afín al puesto que había conseguido. La matemática y los números me apasionaron siempre, así que era un buen plan para mis jóvenes 17 años. De ese modo estudiaba y trabajaba ayudando en mi casa a mi madre", rememora.
¿Y la medicina?
"La verdad es que en aquel tiempo la Medicina como estudio formal quedó a un lado, pero siempre seguí leyendo libros relacionados aún sin entender demasiado. En la casa de mis abuelos había una gran biblioteca... la mejor del mundo, y desde muy chica pasaba todo el tiempo posible allí. Además de todo tipo de enciclopedias, libros de arte, de música y el libro de los Por Qué... entre todos esos, estaba mi preferido: El Compendio de Anatomía por L. Testut. Era una delicia tenerlo entre mis manos, pasar sus hojas, mirar sus laminas antiquísimas... Y a eso tuve acceso desde mis 6 años".
A medida que fue creciendo, mayores eran sus ansias "de saber más sobre el cuerpo humano, su funcionamiento, el por qué de las enfermedades. Quería saber todo. Sin embargo aún no era el momento... la vida me llevo al área de la Informática que también me agradaba y en ese entonces fue una herramienta para vivir. Sin embargo la llama de ser médica siempre se mantuvo dentro mío", asegura.
Una persona solidaria.
Cuando finalizó el secundario formó parte de las Damas Rosadas, una organización de voluntarias comprometidas con el acompañamiento a la comunidad hospitalaria, pacientes y familiares, para facilitar y aliviar su estadía en el Hospital. Siempre desarrollé una actividad solidaria. Siendo muy chica visitaba comedores, hogares de niños, cotolengos, villas de emergencia... recolectaba juguetes para los niños en los hospitales para la Navidad o día del niño. Siempre me gusto ayudar a las personas", sostiene.
En Puerto Santa Cruz.
Se casó joven y dejó la vida en Buenos Aires para trasladarse a Puerto Santa Cruz, precisamente provincia de Santa Cruz. "Viví unos cuantos años, tuve dos hijos y tenía tiempo como para retomar la carrera de mis sueños. Pero allí no existía centro de formación Universitaria y por eso comencé a estudiar para Maestra de Inglés, ya que contaba con un titulo intermedio obtenido en Lenguas Vivas. Así terminé trabajando en una escuela primaria dando clases de 1° a 7° grado".
Los hijos.
Pero la vida tiene sus vueltas, y por el traslado laboral de su ex marido regresó a Buenos Aires. "Por un par de años sólo me dediqué a la crianza de mis hijos y no trabajaba fuera de casa. Mis hijos son cuatro: Martina (18), actualmente estudiando en el CBC para Odontología en la UBA; Ignacio (16), Bautista (15) Delfina (12 ). Y obviamente son el mejor regalo que la vida pudo darme. Son chicos maravillosos, de buen corazón, compañeros". Me mira esperando un poco de complicidad y agrega: "Y bueno... qué otra cosa voy a decir. Soy la madre", y se ríe.
La llama que no se apaga.
En el fondo de su alma seguía firme esa idea fija. "Seguía latiendo mi amor por la Medicina; por estudiar, aprender y ayudar a la gente. Un día me decidí: mi hija menor tenia 1 año y la mayor 5 y lo resolví: dije 'voy a estudiar'. Observé todos los detalles de la carrera y armé un plan para llevarlo a cabo".
Pero iba a suceder algo que le provocaría cierta decepción: "Nadie me apoyó. Tanto mi familia como la familia del papá de mis hijos no veían bien que estudiara teniendo cuatro niños que criar. Pero yo sabía que iba a poder".
Significaba un gran sacrificio emprender la carrera, pero Soledad dice que le gusta estudiar: "Tengo facilidad. Me resulta fácil, pero por sobretodo tengo una característica que me describe: voluntad de acero", reafirma.
Estaba decidida y fue hacia el objetivo: "Sólo fue cuestión de organizarme con horarios de los niños, y cuando ellos dormían yo estudiaba... De a poco fui avanzando en la carrera y ellos crecieron y se escolarizaron, tiempo en el que me dedicaba a estudiar o cursar en la facultad".
Mucho sacrificio.
Cuando transitaba sus estudios el contexto se complicó: "Hubo desavenencias, sobrevino la separación y me quedé sola con los cuatro chicos. Salí a trabajar, pero también estudiaba y además era una mamá bien presente. Estudiaba cada minuto que tenía: en los subtes, en el tren , en el colectivo, cuando los chicos dormían... Una vecina y el papá de una amiga fueron quienes me ayudaron mucho y tengo una gratitud eterna hacia ellos... Y ahí sí, ya no me detuve. Tenía claro el objetivo y en 2019 me recibí en mi querida Universidad de Buenos Aires. Toqué el cielo con las manos... y nadie imagina por lo que pasé para conseguirlo. Me parece que es una prueba de que cuando se quiere se puede. La verdad es que tendría que hacer un libro con tantas peripecias", agrega.
Llegada al Molas.
Un día llegó a La Pampa y rindió su examen de residencia para ingresar al Hospital Lucio Molas. "Y aprobé. Tenía por delante 20 días para empezar a trabajar y los aproveché. Cuál estratega planifiqué el viaje. Desde Buenos Aires conseguí escuela para los chicos, había visto casas para alquilar y cerré trato. Tenía un auto que vendí para costear el traslado y mantenernos los primeros meses acá en Santa Rosa hasta que comenzaran a pagarnos".
La familia llegó "con lo necesario. Sólo podía pagar un camión chico, y allí vinieron colchones, una mesa con sillas, ropa, juguetes de los chicos y peluches... No cabía mucho más. Lo restante de una vida de 20 años lo regalé", señala.
Y sigue: "Nos trajo Martín, el marido de mi amiga Lorena (Recio). Por supuesto con nuestro perro Henry que no podíamos dejar en Buenos Aires", completa.
Una nueva vida.
"No sé aún como entramos en ese auto pero llegamos el 29 de mayo de 2019. Nos tomamos una foto los chicos y yo en nuestra nueva vida". Empezaba una nueva historia,
"Veíamos en Santa Rosa un nuevo comenzar, una oportunidad. Teníamos mucha ilusión y expectativa, aunque al principio costó: se acabó la reserva que traía, los ahorros... y tardaron en pagarnos... En un momento me angustié porque quería el bienestar de mis hijos, que no les falte nada, pero por suerte la gente fue sumamente solidaria. En muchos aspectos".
Soledad reconoce haber recibido "mucha ayuda. Pude avanzar en mi residencia en Terapia Intensiva de Adultos, cosa que amo con toda mi alma; y repartía el tiempo entre el Hospital y mis hijos. Siempre digo que hubo ángeles que me ayudaron en esta tierra tan preciosa. Mi amiga que residía acá, conocidos del hospital, vecinos, papás de los compañeros de los chicos del colegio y del club...".
Admite ahora que "Santa Rosa superó mis expectativas. Sólo conocía la ciudad de verla en el mapa de escuela, y hoy no encuentro palabras para describir lo maravillosa que me resulta. Por eso digo que es hermosa, que sus calles enamoran... su limpieza, su gente tan cálida y bella... así y todo me quedo corta", razona.
Y llegó la pandemia.
A poco de estar en Santa Rosa, se supo de los primeros indicios de la pandemia que finalmente llegó. "Fue un verdadero caos, pero aquí Salud Pública estuvo a la altura de las circunstancias. Además de contar con las dos terapias ya existentes, se creó una tercera que funcionaba en el mismo Hospital y también el CEAR", explica ahora Soledad.
Las circunstancias llevaron a que los profesionales de la Salud se desempeñaran con mínimo descanso, "dando hasta el último aliento. Fue una situación semejante a una guerra... se trabajaba sin parar, la gente no paraba de entrar a las Terapias, se multiplicaban los casos... pero el recurso médico era el mismo. Incluso de vez en cuando había alguna baja temporaria por contagios en la jornada laboral".
Esa última mirada.
Evoca no sin tristeza que "la gente fallecía y sus familiares no podían despedirse. Y muchas veces éramos los médicos, médicas, enfermeros y enfermeras, depositarios de sus últimos deseos... y pensábamos que esa ultima mirada detrás de las antiparras y el barbijo les transmitía cierta paz", reflexiona.
Soledad reconoce que "el trabajo fue muy duro, pero se formó un gran grupo de profesionales que supo estar a la altura de las circunstancias y más. Espero que ahora que está pasando no se olviden de nosotros los Terapistas que dejamos hasta el ultimo aliento por nuestros pacientes", reclamó.
"Sí, tuvimos miedo".
La pandemia "fue una etapa de mucho stress por la intensidad del trabajo y porque estábamos ante un enemigo invisible del que en un principio no se sabía mucho. Sí, daba miedo, pero nuestra vocación era más fuerte y allí estuvimos, peleando hasta el final".
La joven médica cuenta que hoy mismo se encuentra "con ex pacientes en la calle... Me ven y aunque estábamos envueltos en ropa de protección y sólo cruzábamos miradas algunos me reconocen. 'Esos ojos no se olvidan. Usted es la doctora que me decía que iba salir, que luchara que salía', me dijo una persona... Y nos dimos un gran abrazo y hubo también algunas lágrimas. Hay mucha gente agradecida que hasta ahora escriben, y cuentan que pudieron festejar un nuevo año de vida. Esa es la parte gratificante de nuestro trabajo", sonríe satisfecha.
"La Medicina es muy exigente... muchas veces dejamos cumpleaños, aniversarios, reuniones familiares... Pero me apasiona y agradezco al Hospital Lucio Molas por permitirme formar como Especialista en Terapia Intensiva; y por suerte puedo seguir estudiando y perfeccionándome cada día", agrega.
"No puedo pedir más".
Decía al principio que uno, orgulloso oriundo de esta tierra, se regocija cuando alguien la elogia tan abiertamente. Y esto es así. "Es que de a poco nos fuimos metiendo en la sociedad pampeana, mis hijos tienen muchas amistades, reuniones, asisten a un club... Nos sentimos parte y amamos esta tierra que nos cobijó, que nos permite crecer y disfrutar la vida como lo estamos haciendo. Y como si fuera poco estoy en pareja con Daniel, un santarroseño que es un ser humano maravilloso, que me acompaña y entiende mi vocación... ¿qué más puedo pedir?".
"No nací acá, pero ya me siento pampeana. Amo esta provincia y su gente linda... Vine para quedarme y así va a ser", enfatiza.
¡Y qué bueno que así sea! Sí, claro que ésta también es su tierra. ¡Bienvenida doctora!
Una "todo terreno".
Se me ocurre toda una personaje Soledad. De esa gente positiva que está bueno cruzarse en la vida. Es médica, madre de cuatro chicos, practica diversos deportes, toca el piano, un poco charango y sikus, fue profe de inglés e incursiona en otros idiomas como alemán, japonés y griego.
"Y me encanta el baile... si hasta formé parte de una asociación gauchesca", apunta.
Ah! En algún momento le picó el bichito del periodismo: "Estudié en la UCA y tuve como compañero a Facundo Pastor... con él hicimos una pasantía en la Revista Noticias... El director era Sierra, y rompía los trabajos que se le presentaban... Facundo ya se veía que iba a ser bueno... y yo más o menos zafé porque algunas cosas me rescataron", rememora.
Conociendo La Pampa.
Vivía en Buenos Aires pasando un momento complicado cuando una amiga (Lorena Recio, "una genia, profesora de Inglés") le ofreció venir a La Pampa de visita... "Me decía que era lindo, que tenía un buen hospital. Y cuando vine quedé encantada... me maravillé con tan hermosa ciudad: prolija, linda. La cuestión es que traje mi ambo de médica y me presente en el Molas, en el Servicio de Terapia Intensiva. Me recibieron muy amablemente, vi las instalaciones, me hablaron del funcionamiento y hasta me invitaron a almorzar ahí mismo".
Comenta que fue sólo "un paseo. Pero tiempo suficiente para darme cuenta de la clase de profesionales y del capital humano que hay en el Hospital. Volví a Buenos Aires convencida: La Pampa era el destino. Le comenté a mis hijos y los traje el fin de semana siguiente para que conozcan... y también quedaron encantados. Decidieron acompañarme y aquí estamos", sonríe ampliamente.
Cuando se le pregunta qué dicen ahora sus familiares se ríe con ganas: "Cuando les dije que me venía a La Pampa no lo podían creer... Hoy todos, mi mamá, mis hermanas, hablan maravillas de esta ciudad y de sus bondades".
En el final Soledad tiene un párrafo para Daniel, su compañero de ruta. "Es un encanto de persona. Es psicólogo, profesor de aikido, y una persona con códigos y valores", concluye.
Artículos relacionados