Domingo 29 de junio 2025

A 70 años de una tragedia argentina

Redacción 29/06/2025 - 00.10.hs

“¡Tírense todos al suelo…!”. El clamor desesperado de un hombre hizo que de inmediato quienes caminaban por el lugar se arrojaron apresuradamente al piso. La mujer, protagonista de esta historia, tiene bien presente ese momento.

 

Era poco después del mediodía de ese 16 de junio de 1955 cuando, de pronto, de la nada, vio venir los aviones y enseguida escuchó el sonido de las bombas y la metralla que iban a hacer estragos en la multitud.

 

Han pasado 70 años de aquella tragedia argentina. Juana Aurora Becerra de López (92) –impensadamente-- se convertiría en testigo de un episodio que para siempre iba a dejar una profunda herida en la memoria colectiva, y produjo una enorme división en la sociedad argentina. Entonces tenía 21 años.

 

Odio incomprensible.

 

Aquel mediodía de junio de 1955 se produjo un bombardeo sobre la plaza de Mayo y alrededores que tenían como objetivo un magnicidio: el objetivo era acabar con la vida del presidente Juan Domingo Perón. Un acto de locura que no trepidó en asesinar a cientos de argentinos –incluso niños--, dejando también una enorme cantidad de heridos que colmaron los hospitales de Buenos Aires. Fue un ataque que resultó una demostración de odio incomprensible.

 

Los Avro Lincoln y Catalinas de la escuadrilla de patrulleros Espora de la Aviación Naval, coordinados por el almirante Samuel Toranzo Calderón y comandados por el capitán de navío Enrique Noriega, sobrevolaron la plaza causando muerte y destrucción durante cuatro horas. Una verdadera locura.

 

Pampeanos en la Plaza.

 

Hubo pampeanos que estuvieron en la línea de fuego, como Orlando Mocca, uno de los nueve granaderos muertos defendiendo la Casa Rosada; y también Horacio Herrán oriundo de Macachín.

 

Lo que pocos saben es que en Santa Rosa hay una superviviente de aquella jornada trágica. Juana Aurora Becerra de López (92) andaba en cercanías de la histórica plaza cuando se produjo la masacre.

 

Ella y todos los que circulaban por allí fueron sorprendidos por la aparición de los aviones y el bombardeo cuando había ido a llevar una carta al Correo Central. Escuchó aquella “orden”, se tiró al piso y luego perdió el conocimiento. Despertaría horas después en un hospital de Buenos Aires.

 

A Capital con 15 años.

 

Juana, nacida en Carro Quemado el 20 de octubre de 1932 –cuando era presidente de la Nación Agustín Pedro Justo--, había llegado a Buenos Aires llevada por una familia con la que trabajó algunos años.

 

“Vivíamos en un campo de mi abuelo Eduardo Medero y allí trabajaba mi papá Gregorio. Mi mamá se llamaba Dominga Medero y éramos cinco hermanos, pero ahora sólo quedo yo”, contó por estas horas.

 

En aquellos tiempos difíciles se daban este tipo de situaciones. A ella le tocó siendo apenas una muchachita marchar a la Capital Federal con una maestra. “Fui para cuidar a una sobrina de Elba Iriart que daba clases en Carro Quemado. Me trataban como a una más de la familia, pero la chica que tenía que cuidar la verdad es que era insoportable”, se ríe Juana. Por eso meses después decidió irse a vivir a Villa Devoto con una amiga.

 

Conociendo a Perón.

 

Al poco tiempo consiguió trabajo en la casa de Flor Moscarda, esposa de Manuel Navalle Mir que era funcionario del gobierno de Juan Domingo Perón. “El cuñado de la señora era el general Enrique Sosa Molina”.

 

Grande fue la sorpresa de Juana cuando una noche que ambas familias cenaban en lo de Sosa Molina apareció el General Perón. “¿Cómo era? Lo recuerdo un hombre corpulento… no lindo, porque tenía la cara como poceada, pero llamaba mucho la atención. Eso sí muy simpático… en un momento dio un golpe con la mano en la mesa y le dijo a los demás: Discúlpenme, voy a saludar…”, y vino a la cocina donde estábamos con otra chica tucumana. Perón tenía un trato muy agradable… nos dio la mano y volvió a la mesa”, rememora la anécdota que tiene bien presente.

 

“La verdad es que con esa gente la pasé muy bien, porque me llevaban a pasear, íbamos al teatro, al cine…”, agrega.

 

Con el tiempo pasó a desempeñarse por allí cerca: “Más o menos a unas dos cuadras, en Gualeguaychú 3891” --dice con notable memoria--, en la casa de Pascual Tambaschi Luz, donde también me tenían mucha confianza”, completa.

 

Momentos horrorosos.

 

El día 16 de junio de 1955 le pidieron que fuera a llevar “una carta que había que enviar a Brasil. Serían las 12 y media del día, y fui en tren al Correo Central (hace años transformado en el Centro Cultural Kirchner, al que este gobierno mileista ahora le cambió el nombre). Cuando salí a la calle después del trámite empecé a ver los aviones que pasaban tirando bombas que explotaban por todos lados… fue un caos, la gente corría desesperada… ¡Un infierno!”, dice ahora Juana mientras cierra sus ojos como si estuviera viendo aquella escena aterradora.

 

Ella tenía apenas 21 años ,escuchó aquella voz diciendo que tiraran al piso y fue lo que hizo.

 

Se escuchaba el estruendo de las bombas y el ruido de la metralla y fue un verdadero horror. La gente corría desesperada, y los muertos y heridos empezaban a diseminarse por la plaza y los alrededores.

 

Despertar en un hospital.

 

“Me desmayé y no supe más nada… me desperté mucho después en un hospital”. Había salvado su vida milagrosamente… sólo porque una bala, o una esquirla no la alcanzó cuando estaba en el centro de los acontecimientos. No quiere ni acordarse… pero se acuerda perfectamente.

 

Mucho más tarde Juana se enteraría que habían querido matar a Perón. “Estaba preparado un acto –la CGT había convocado a manifestarse (ver aparte)-- y se esperaba que saliera a hablar… pero llegaron los aviones y pasó lo que pasó”.

 

Regreso a La Pampa.

 

Con el tiempo, eso habrá sido en 1956, regresó a Victorica. Conoció a quien sería su esposo, Aurelio López, y formó su familia. Más tarde decidieron trasladarse a Santa Rosa: “Vinimos a vivir en una casona de Alvear y Oliver (ahí hay ahora una tapicería), y desde hace unos años vivo aquí, en Colonia Escalante”, dice ante la atenta mirada de su hijo Fernando.

 

Tiene otros dos hijos, Daniel (el mayor) y Graciela, y también cuatro nietos y cinco bisnietos.

 

Vive sola, y puede decirse que disfruta de la vida. “Me gusta viajar, y con una amiga hemos conocido Salta, Cataratas, Ushuaia, Chile… Cuando salía un viajecito ahí estábamos, aunque ahora ya me quedo más en casa”, se ríe.

 

“No puedo ver a Milei”.

 

“¿Si me levanto temprano? No, para qué… tengo tiempo para todo. Vivo muy bien en mi casa. A veces me cocino porque me gusta mucho la sopa, pero en realidad me traen una vianda y me arreglo… De vez en cuando me doy el gusto de un vinito”,sonríe con picardía.

 

Tiene el televisor prendido y se escucha de fondo la transmisión de un partido del mundial de clubes. “Me gusta el fútbol sí;pero no miro mucha televisión para no ver a este presidente”, dice con tono serio.

 

Y se pone bien crítica: “¡Cómo puede ser que en este país hay chicos que se acuestan sin comer!, y lo que se está haciendo con los jubilados, con el Hospital Garrahan, la gente que se queda sin trabajo… No hay nada bueno que se pueda decir de este gobierno de Milei”, sostiene.

 

Juana, en el final de la charla, cuenta que en las últimas elecciones no la han llevado a votar… “Pero tengo ganas y en la próxima voy a ir. Esto no puede seguir así”, reafirma.

 

Han pasado 70 años desde que un grupo de traidores usó las armas que les habían entregado para defender a la Patria para atacar a su propio pueblo. Un oprobio que se recuerda,aunque la duda sobre la cantidad de víctimas persistirá siempre, porque serían muchas más las que cayeron bajo el fuego de las bombas y la metralla asesina. Y Juana fue testigo.

 

“Del cielo los vieron llegar”.

 

En el Parque Colón, frente a la Casa Rosada, se levantó un monumento en memoria de las víctimas de aquel bombardeo. Se trata de una estructura vertical hecho con troncos de palma vitrificada y una placa con los nombres de las víctimas conocidas, y con una leyenda: “Del cielo los vieron llegar”.

 

Las bombas, lanzadas por aviones de combate de la Aviación Naval, cayeron sobre la Plaza de Mayo y alrededores. Alcanzaron el edificio de la CGT de la calle Azopardo, el Ministerio de Ejército, la Policía Federal y el Palacio Unzué, entonces residencia presidencial.

 

Una bomba estalló de pleno en un trolebús repleto de pasajeros, entre ellos muchos niños. La presencia de tanta gente se debía a que era un día laboral y muchas personas estaban trabajando por allí, o regresando.

 

Pero además se había organizado un homenaje de desagravio a la memoria del Libertador General Don José de San Martín, en el cual aviones militares habrían de sobrevolar la Catedral, por lo que un público considerable –se estimaba que unos 60 mil espectadores- se había reunido en la Plaza.

 

Entre las primeras víctimas se contaron los ocupantes de micros de transporte público de pasajeros, transeúntes y conductores de vehículos particulares.

 

La primera bomba fue lanzada sobre un trolebús escolar repleto de niños de alguna provincia argentina, muriendo todos sus ocupantes.

 

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