El Nobel de la Paz o el rey desnudo
El otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Barack Obama, ha provocado reacciones diversas en todo el mundo pero pocas de ellas, excepción hecha de ciertos sectores turiferarios de su país, han considerado que el galardón es justo.
En Occidente mayoritariamente se estima que resulta un halago inmerecido para alguien que, sin antecedentes en la materia, en los nueve meses que lleva en el cargo ha hecho poco para promover y afianzar ese valor tan apetecido por los pueblos del mundo y siempre postergados por los poderosos. Salvo algunas relamidas expresiones comprometidas con el establishment, como la del presidente de la Comisión Europea, que dijo que "la concesión del premio es un reflejo de las esperanzas que ha creado internacionalmente con su visión de un mundo sin armas nucleares", o de algunos otros galardonados, las opiniones o son escépticas o están expresadas verbalmente en modo potencial, una forma de disimular las carencias.
La opinión del Oriente es previsible y absolutamente justificada, como que los mayores medios de opinión de Asia y Africa se preguntaron qué puede haber motivado semejante halago para alguien que no sólo avala horrendas matanzas de civiles en Irak y Afganistán (el presidente es el responsable último de las acciones ordenadas en guerra) sino que ha dicho claramente que incrementará la guerra afgana con el envío de una veintena de miles de hombres más a aquella nación.
Por otra parte es el mismo Obama que ni siquiera ha podido contribuir a la paz de los pobres de su propio país imponiendo un discreto programa de medicina social y que ha mantenido el anacrónico bloqueo a Cuba, una medida guerrerista si las hay.
Cierto que no es la primera vez que el comité de los Nobel cae en designaciones resistidas o rechazadas; la misma distinción, por caso, se otorgó años atrás a una persona como Henry Kissinger, el secretario de Estado bajo Richard Nixon, recordado por su activo rol en las intervenciones de su país en el mundo y en especial América Latina. La distinción actual es rechazada por su inconsistencia y, muy especialmente, porque carece de justificativos que la avalen. Los movimientos políticos que ha hecho Obama hasta ahora, tanto los que puedan interpretarse pacifistas como sus opuestos, han sido obedeciendo a los intereses geoestratégicos de su país, pero nada más.
Los mismos latinoamericanos podemos avalar esa consideración al recordar que el mandatario mantiene en movimiento la Cuarta Flota, una fuerza naval con armas atómicas destinada a patrullar (vigilar sería un término más adecuado) el cono sur americano, un tanto salido del modelo en la última década. Esa armada había estado inactivada por más de medio siglo y fue puesta en marcha por George Bush el año pasado, aunque continúa navegando por decisión del actual premio Nobel de la Paz. Más cerca en el tiempo están las siete bases militares que se instalarán en Colombia, apuntando tanto a la guerrilla como al dominio de la Amazonia.
Lo que intriga a los analistas de todo el mundo es qué intereses jugaron, en definitiva, para que semejante jugada política tuviera éxito. No sería la primera vez que la Academia antepone argumentos políticos a valías personales (Borges, por caso), pero ésta parece ser única por el nivel del premiado y la escasez argumental que lo sostiene.
Quizás la objeción más directa y rotunda a la distinción otorgada a Barak Obama fue la del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien -parafraseando un conocido filme-preguntó "qué había hecho Obama para merecerlo". O sea que, como en la vieja fábula, se animó a decir que el rey está desnudo.
Artículos relacionados