No es para fastidiar al buen ciudadano
SEÑOR DIRECTOR:
La reforma política logró sanción en la cámara de Diputados con un margen que permitía esperar que el Senado la convirtiese en ley. Sin embargo, puesto que hay problemas con la actual composición del cuerpo para su tratamiento inmediato, puede sobrevenir demora.
Si esta reforma tiene un objetivo que trascienda la circunstancia y el corto plazo, como lo tiene, es posible pensar que, sancionada la ley, veamos cambios en la actividad política y el conjunto de costumbres y de usos que resultan de una configuración diferente de las llamadas obligaciones cívicas.
La novedad más visible es la institución de elecciones internas, abiertas y simultáneas, que deberán realizar todos los partidos que quieran presentar candidatos en una elección general. Los responsables políticos no se muestran unánimemente convencidos y algunas minorías recelan que sea una sentencia de disolución o bien que obligue a integrarse a organizaciones mayores donde la identidad se diluye o pierde eficacia. Este es un riesgo que no se puede soslayar. La norma aprobada por los diputados la ha tenido en cuenta al reducir el porcentaje de afiliados de cada agrupación con respecto al padrón nacional o de distrito. El 1,5 por ciento aparece como un mínimo muy modesto, pero es posible que también opere como excesivo. El problema, en este punto, reside en la movilidad de las opiniones y en la conveniencia de que toda opinión pueda ser oída y alcance un peso político. Las razones implícitas en este punto obligan, creo, a una suerte de sinceramiento. Se quiere contar con partidos más bien estables y fuertes, que operen como puntos de referencia para la ciudadanía que debe votar. En las últimas décadas de la experiencia argentina hemos visto de todo y lo contrario de todo. Alguien que no obtiene la candidatura que pretende con la unanimidad de uno o de un grupúsculo, abandona el partido, crea su propia organización y sale a competir. Hay, ahora, cientos de partidos y de grupos que cuesta diferenciar, al tiempo que esta multiplicidad alienta las deserciones y se ha llegado a generar un espectáculo casi circense, con volatineros que pasan de uno a otro lado y que se cruzan en el aire o que voltean en el trayecto, para volver al origen o cambiar el destino anunciado al iniciar el vuelo. La nueva ley no reconstruye el bipartidismo, pero tiende a construir opciones más pobladas y estables. Esto, a su vez, conlleva la exigencia de asegurar la democracia interna: que los partidos hallen la manera de contener a la diversidad, sin negarla ni impedirla, y que generen una atmósfera de debate y búsqueda de acuerdos.
Hay muchos otros aspectos que merecen atención en la importante ley en proceso de formación. Lo primero que hay que decir es que es una ley necesaria y que nace en un momento muy particular de la república, en el que vemos a un congreso activo y creativo, el cual ha podido construir leyes trascendentes a partir de conciliar posiciones entre grupos mayores y menores, sin que la alianza para una ley sea la misma que posibilita otra ley.
He pensado que puede haber gente fastidiada por la obligatoriedad de las internas. La descomposición política que hemos tenido (más bien: la imposibilidad de producir los cambios por la incidencia de los gobiernos ilegítimos y porque el mundo asiste a situaciones novedosas y complejas) ha hecho que muchos ciudadanos se sientan meros habitantes de un sitio, que podrían cambiar por otro y que comienzan por poner su tesoro, cuando lo tienen, en paraísos fiscales. Para esta gente no queda otra que decirle que la democracia es incomodidad, o sea que obliga a disponer de un tiempo para pensar en la colectividad y para pensarse como parte de un colectivo. Pasa lo mismo con algunos consorcios: las convocatorias molestan a muchos consorcistas. La democracia es el consorcio de una casa paterna que comparten las generaciones.
Atentamente:
JOTAVE
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