Sea creación propia o ajena algo no es igual
SEÑOR DIRECTOR:
Quien ronde en alguna de estas noches (Nochebuena, aunque no solamente esta noche) suele reconocer que la atmósfera no es la habitual.
Si es creyente de una religión, podrá decirse que son las potencias celestiales las que inyectan un fluido especial, que da dicha tonalidad emocional a las noches. Si no es propenso a aceptar esas creencias, podrá preguntarse entonces si somos nosotros (los hombres) los inventores de una puesta en escena que logra que el ánimo se disponga de manera diferente. En el Cuento de Navidad, de Dickens, el avaro se siente asaltado por la ira cuando cree que todo ha sido armado para agredir a las personas como él a fin de forzarlas a cambiar de conducta, siquiera sea por una noche, bien para que hagan donaciones o para que se avengan a participar en alguna fiesta hogareña. "¿Qué celebran los que nada tienen?", puede preguntarse. La actitud de Scrooge confirma que estas noches tienen un "no sé qué" y que éste hace que el miserable de corazón se sienta interpelado e invadido en su privacidad, al punto de responder con una acentuación de sus actos horros de fraternidad.
No se trata de poner alguna pica en Flandes, entre creídos y descreídos, menos que nunca en estas fechas, cuando las personas parecen más abiertas y mejor dispuestas. Desde siempre tengo el hábito de partir de las cosas, tal como éstas se dan. Ellas son el dato de quien necesita comenzar desde lo dado para ir luego más allá de la apariencia a fin de ver si existe una coherencia o un sentido oculto en este acontecer que nos transporta en su andar incesante. Los grupos de chicos y de adolescentes que se ven por las plazas y las calles muestran un júbilo que los instala más allá de toda duda. Se los ve marchar bebiéndose los vientos, con la certeza que sólo pueden tener quienes creen que todo por delante y por recorrer es camino afirmado y seguro. O, de no ser así, su aire desenvuelto y en alguna medida desafiante puede ser una manera de instalarse en un presente continuo y descreer de ese futuro lleno de trampas y frustraciones del que suelen querer hablarles algunos viejos. Puede que sea verdad que la vida comienza a cada momento y que, por eso, cada comienzo sea una manera de tentarlo (a uno) a fin de que permanezca y aguante. Un joven sin esa confianza parece tan anómalo como un anciano rico en esperanzas. Los niños que cantan aires alegres y que danzan, ciertamente son preparados y conducidos por adultos. Estos adultos que los motivan y preparan pueden ser pensados como una suerte de oficiantes de un culto primitivo que ha buscado refugio en las blanduras de fin de año, para atreverse a reaparecer en estas noches a fin de proponer una existencia dionisíaca. Sin embargo, no es difícil notar que el niño está diciendo algo propio en el canto y la danza.
Digo todo esto porque quizás algo en mí espera que exista una alternativa no pensada que nos libere de las prisiones de la historia. Decir que somos, en cuanto humanos, lo que la historia ha hecho de nosotros, puede ser visto como una condena a perpetuidad por haber pretendido alguna vez movernos en un mundo de novedad y maravilla. Habríamos llegado a ser humanos por efecto de la suma de actos del hombre ejecutados a lo largo del tiempo. Creamos cultura y la cultura nos recrea. Vale pensarlo, aunque uno se incline por creer que hay una chispa de libertad que genera una especial visión del futuro y permite esperar que podamos condicionarlo para mejora. Los pobres resultados de la cumbre del clima en Copenhague no resuelven este punto, porque está claro que, en cuanto gobernantes en ejercicio, preferimos apostar a lo malo conocido y no arriesgar a lo bueno por conocer.
Al hablar de estos temas con un amigo, éste, más bien malicioso, aunque no cazurro, me decía que si quiero respirar el aire mágico de estas jornadas no vaya a la plaza, donde atruenan bombos y bombas en apoyo de demandas atadas ahora y aquí.
Atentamente:
JOTAVE
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