Entre el chamán y el literato floripondioso
La palabra floripondio le ha sido presentada a mucha gente en libros que recogen ensayos sobre crítica literaria, en particular cuando el crítico (si es bien Zoilo) se desliza hacia la mordacidad para descalificar a determinado poeta o escritor u orador. Le basta comunicar que dicho autor tiene un decir floripondioso para que el lector sepa que mejor no leerlo. El diccionario se limita a informar, con discreción, que el floripondio es una flor con forma de embudo (o sea, infundibuliforme), que ha sido usada en adornos de mal gusto. Se infiere, en consecuencia, que el literato floripondioso usa el lenguaje con abuso de ciertas expresiones que si, originalmente y con uso mesurado tienen su belleza, en su caso se desmerecen. Me abstendré que presentar ejemplos de estas escrituras u oratorias porque siempre hay quienes se tientan, hacen la prueba y terminan como los que toman té de floripondio: delirantes, aunque con esta importante diferencia: el té de floripondio puede matar al que lo consume, en tanto que el discurso floripondioso arruinaría el buen gusto y podría alejar definitivamente de libros y oradores.
De Belisario Roldán, si mal no recuerdo, alguien llegó a decir que era floripondioso, pero en mi memoria hay algunas páginas suyas (la oración a la bandera, entre ellas) que tintinean y alegran el corazón con sólo evocarlas. Mi infancia está cruzada por el recuerdo de circos que repetían El rosal de las ruinas y El puñal de los troveros, y tengo muy firmes en la memoria los versos de Caballito criollo, infaltables en los libros escolares de mi época. Los críticos lo instalan en una línea de decadentismo literario, que buscaba destacar el color y la musicalidad del discurso. Todavía no sé qué tiene de malo poner color y musicalidad en la expresión, aunque supongo que, como en el té de floripondio, más de tres flores por taza generan riesgos extremos.
Busca del arca perdida
Cada tanto aparecen noticias sobre gente que no pudo resistir la tentación del camino del floripondio, no ya literario, sino como experiencia personal encaminada a asomarse por sobre los límites y atisbar si hay otro lado y qué pasa en tales mundos. Los chamanes, que todavía los hay, entienden que el floripondio, así como el peyote, los hongos y la ayahuasca, tanto como otros vegetales que guardan la llave de las audiencias con la divinidad, no vacilan en repetir estos saltos (quizás sean zambullidas) no ya para contemplar lo extramuros, sino para saber cuál es el remedio que aflige a la tribu o al individuo que concurre, doliente, a su consulta.
El año pasado fueron algunas personas de Victorica las que activaron este tipo de noticias. Hace unos días, lo hicieron algunos adolescentes de Tornquist, en el sur de Buenos Aires. Cocieron flores y bebieron la infusión, con el resultado de entrar, sobre todo uno de ellos, en estado de delirio y caer en coma profundo. Si sobrevive, tendrá la tentación de hacer un relato de su viaje y probablemente volverá a hablarnos de los tres momentos o picos y de un retorno que deja el sabor del bien posible perdido, capaz de provocar la repetición de la experiencia. También es posible que nos depare una literatura como la de Carlos Castaneda en su sobrecogedora relación con el chamán Juan Maltus, en el México profundo. En 2005 fueron varios jovencitos de Río Negro los que pusieron en práctica las recetas que se pueden hallar en Internet, pero no se ajustaron estrictamente a la recomendación de no sobrepasar ciertos límites (no más de tres flores por taza).
Quién fijó los límites
Las recetas para preparar el floripondio pueden haber sido retiradas de la web. Una de sus autoras dijo que lo haría luego del caso de Río Negro, pero después tuvimos el de Victorica y ahora el del sur de Buenos Aires, que deben ser más porque no todos llegan a ser noticia.
Lo que sucede es que estas experiencias tienen que ver con una rebelión contra los límites. ¿Quién dijo que no se debe mirar? El hombre es lo que es (sea lo que fuere, que no es el caso de hablar ahora de eso) porque se animó a transgredir límites. Deben ser muchos, millones, los individuos que murieron en el intento. Algunos volvieron desencantados, como algún humorista dice de Lázaro (que no vio nada, pero aceptó callarlo para siempre), pero otros viajaron por mundos de maravilla, recortados con otra tijera, tal vez por los contradioses, los dioses del otro lado. Dado que ahora los audaces son adolescentes, en su mayoría, puede pensarse que no les gusta el diseño de este lado, tal vez sin haberse ocupado de conocerlo a fondo. Porque, la verdad, del lado de acá también hay "sombras y bultos que se menean".
JOTAVE
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