Cuando la gente ha empezado a sobrar
SEÑOR DIRECTOR:
El informe de las Naciones Unidas acerca de población humana, permite saber que ya somos 6.834 millones los que trajinamos el planeta.
Agrega que la población puede llegar a diez mil millones en cuarenta años más. El número aumenta a razón de 76 millones por año. Toda proyección en esta materia está condicionada por factores que uno no sabe hasta qué punto son controlables por la voluntad humana. El informe de la ONU hace salvedades: puede que algunos de tales factores produzcan una alteración de la tasa de natalidad. Si nacen menos personas, aunque las que viven duren más, el crecimiento perdería velocidad. Por eso, la proyección da para 2050 una cifra que oscilará entre 7.700 y 10.700 millones; puestos a elegir, los estadígrafos dan como más probable la cifra de 9.100 millones de habitantes para dentro de cuarenta años.
El peso de tanto cuerpo viviente no preocupa por aquello de que en la naturaleza "nada se pierde, todo se transforma", pero lo que sucede, según el punto de vista de los ecologistas, es que el problema no radica en el número de personas vivientes en un determinado momento, sino en el comportamiento predominante.
Pensaba en estas cifras, días atrás, mientras trataba de transitar como peatón por calles céntricas de Santa Rosa, hasta dar con la situación de tener que esperar largamente para cambiar de vereda porque la masa de automotores no se cortaba y producía la impresión que se tiene ante el avance de las aguas en una inundación. Apenas si exageré al recordar las escenas de un tsunami y la imagen que se genera cuando un volcán entra en actividad y un río de lava avanza como una inmensa serpiente. Venía de leer que en la Argentina se ha recuperado el ritmo ascendente en la producción de unidades automotrices y que hay razones para esperar que este año se superará el récord histórico. Alguien del gobierno municipal me había hablado de un aumento de cinco mil automóviles en Santa Rosa en no recuerdo cuánto tiempo. Todo eso se presentaba en mi memoria mientras esperaba que se cortara tanto derrame y me decía aquello de un personaje shakesperiano: "¡Paciencia, agrándate!" Ya lanzado a divagar dejé que la memoria hilara con soltura, de modo que pasaron por esa pantalla frases e imágenes, como el valle de Galaad, donde un profeta ofrecía un bálsamo que curaba de males del cuerpo, pero principalmente del alma. En nuestro tiempo ya no hay bálsamos prodigiosos que curen o prevengan todo mal, pero ¿no es cierto que todos, en algún momento, nos preguntamos hasta donde seguiremos acumulando automotores, empetrolando mares, envenenando la atmósfera? En la recordada Fantasía, de Disney, el episodio de Mickey como aprendiz de brujo muestra que las fuerzas que desata se liberan de su capacidad de control. Por mucho que se afanaba el ratón baldeando y escurriendo, el avance de los elementos crecía como empujados por la música arrolladora que ejecutaba una orquesta oculta (creo que la dirigía L. Stokovsky). Por fortuna, a esta altura la apretada columna de automotores se cortó, pude reanudar mi marcha y poner orden y disciplina en la memoria. Diré aún que sospecho que también en esas neuronas cerebrales hay caudales que pueden ahogarnos si no logramos un acuerdo para su administración prudente, dato que permite conjeturar que la diferencia entre el adentro y el afuera es más bien aparente y que, entonces, la desmesura nace en nosotros. Queda por ver si alguna vez acabará con nosotros.
La pregunta que hago y me hago quiere saber si el incremento de la producción automotriz. que es, dicen, señal de salud económica (da trabajo, moderniza el parque), continuará creciendo indefinidamente y si es tiempo ya de pensar en el reemplazo del vehículo terrestre por otro que se desplace por los espacios más abiertos del aire. Además, temo que la industria del calzado se hunda, porque cada vez veo a menos gente caminando.
Atentamente:
JOTAVE
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