No todo incendio es por acción de un pirómano
Una cantidad de automóviles incendiados en el curso de este mes ha hecho temer que podamos estar ante la repetición de un fenómeno que llamó la atención una década atrás, en Santa Rosa. Se observa también que la noticia no habla de incendiarios sino de pirómanos, quizás porque el uso ha acercado a estas palabras hasta un nivel de sinonimia, no reconocido hasta ahora por la academia.
El incendiario es el que causa un incendio con premeditación, por afán de lucro o por maldad. El pirómano es el que padece piromanía, un trastorno mental, que se manifiesta por una fuerte atracción por todo lo relacionado con el fuego y que puede llegar a hacer que el enfermo lo provoque. Vive una expectativa y siente placer al presenciar un incendio y también al producirlo y ser testigo. El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría ha hecho una declaración en la que dice que la piromanía (como enfermedad) casi no existe y que la probabilidad de que un incendio sea causado por un pirómano es mucho más baja que en los casos provocados por incendiarios. Pide no estigmatizar al enfermo.
Queda claro que hasta conocer a los autores del hecho, no se sabrá si estamos ante una obra de incendiarios o de pirómanos, sobre todo cuando se da una serie de hechos iguales o semejantes en una misma ciudad o en una zona no muy amplia.
El fuego
Antes de hablar de incendiarios o pirómanos, conviene presentar al fuego como un personaje central en la historia del hombre. Se dice que nuestra especie empezó a valerse de él hace medio millón de años y que comenzó por apropiarse del fuego natural (rayo, calor solar), luego de lo cual se tuvo que organizar para conservarlo. Algunas sociedades crearon los guardianes del fuego. Los romanos encargaban la tarea a las vestales, cuyo descuido podía hacer que las condenasen a ser sepultadas vivas. La posesión del fuego ha sido crucial para marcar el final del nomadismo o el comienzo del sedentarismo, aparte de haber influido de manera muy gravitante en los hábitos alimentarios y en sus consecuencias.
Todavía en nuestros días los niños se impresionan vivamente ante el fuego en llamaradas y hay quienes piden que no se divulguen ciertas imágenes de grandes incendios urbanos o forestales porque sospechan que existe el "efecto llamada": esto es, que las imágenes podrían motivar a algunas personas a provocar incendios. Esta idea ha sido desechada, en general, en parte porque abona la tendencia de sospechar que hay uno o más pirómanos (enfermos) en acción y que abundarían los pirómanos pasivos, en condiciones de salir de ese estado ante la excitación de las imágenes. También hay quienes opinan que la antigua e importante relación que muestra la historia entre hombre y fuego ha creado un sedimento cultural que explicaría que tantas personas se queden mirando el fuego como un espectáculo que les remueve algo. En estos días se han producido varios casos, incluso en Santa Rosa, de incendios en viviendas, provocados por niños.
El que quemó la biblioteca en el poema de Víctor Hugo, es presentado como un incendiario. "Sí, yo prendí el fuego ahí", admite ante el poeta. Escucha lo que una biblioteca significa incluso para él y parece desconcertado, pero se va como quien da un portazo diciendo: -Yo no sé leer.
El fuego, como el agua, son elementos de la naturaleza que aparecen marcándonos límites. Como advertencias acerca de nuestras limitaciones.
¿Por qué?
En países y lugares donde los incendios forestales son importantes y de graves efectos, se han hecho estudios acerca de incendiarios. Leo que en España se han dado casos de serie de automóviles quemados, como en Santa Rosa. En un caso de Avila hubo un raid que duró seis meses y fueron quemados veinticuatro autos, en varias localidades, incluso en el parking del aeródromo de Asturias (a la luz del día y con cámaras). En ese país se elaboró un perfil del incendiario (de bosques): más de 47 años, sin antecedentes policiales y con problemas de salud, cuando es detenido se muestra asustado y nervioso, reconoce su autoría y dice no tener relación alguna con los damnificados. Un fiscal de La Rioja (España) dice, en sus conclusiones: "Pirómanos hay pocos; sinvergüenzas, bastantes".
Los casos de Santa Rosa, donde se prefiere quemar coches en desuso y como abandonados, proponen otro perfil, si es que hay un único autor o no muchos. Una hipótesis diría que ejecuta o ejecutan una especie de eutanasia (o "muerte digna"), ahorrándoles a tan útiles vehículos la humillación del abandono y un destino de chatarra.
Jotavé
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