Las lágrimas de Lula da Silva
En una reunión en la casa de gobierno de Brasil, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva se emocionó hasta las lágrimas al informar que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Brasil volvió a salir del Mapa del Hambre.
En la fábrica donde trabajaba de joven, recordó, “los compañeros siempre me ofrecían algo para comer. Yo decía que no tenía hambre, pero por dentro imaginaba mordiendo aquel sándwich. Me quedaba en silencio, con vergüenza de admitir que estaba con hambre, y volvía a trabajar”.
No soy propenso a promover o a conmoverme con las emociones de políticos en público. Por lo general no creo en sus lágrimas de telenovela mientras administran un imperio que masacra niños en algún rincón del mundo o matan de hambre a viejos jubilados en algún rincón de su propio país. También los psicópatas, incapaces de sentir empatía, aprenden a llorar y a fingir emociones profundas. Las lágrimas ante las cámaras de los periodistas suelen ser lágrimas de cocodrilo, cuando no de autocompasión. Las agencias publicitarias tienen toda una sección consagrada al género.
No es este el caso. A Lula le creo esas lágrimas y esa emoción, porque, como estudiante solo en Montevideo, también supe lo que es pasar cinco días sin comer y mentirle a mis compañeros que no tenía hambre.
Porque su sufrimiento de pobre es verdadero y verificable. Porque, en los hechos, no en las meras promesas, Lula sacó a 30 millones de la pobreza a principios de siglo y ahora ha vuelto a sacar 20 millones otra vez, luego de sufrir un encarcelamiento que se probó fue una persecución política para evitar que fuese candidato a las elecciones de 2018.
Porque, con sus aciertos y errores, Lula no sólo ha demostrado ser la figura política más importante de la historia de Brasil en el último siglo sino también de América Latina.
Porque, bien o mal, Lula gobernó para el pueblo y no para la clase esclavista que siempre lo compra y lo secuestra todo, desde los capitales hasta los créditos por cualquier progreso científico, tecnológico, social, ético o moral. Esa clase esclavista que en Estados Unidos crearon las corporaciones que aún rigen el mundo y en Brasil dominaron la política del “café con leche”, primero, y del látigo financiero después.
Porque, con sus limitaciones, a Lula no le ha temblado la conciencia para condenar el genocidio más brutal de lo que va del siglo, negado por los mayores poderes mundiales, por la hipocresía de sus marionetas y por la cobardía, el miedo o el interés mezquino de no pocos de abajo.
Porque Lula es un ejemplo necesario que el mundo debe considerar cuando todos viven pendientes del ego de un millonario nacido millonario y sin emociones más allá de su propio narcisismo, de su sadismo social, de sus deseos sexuales y del poder ilimitado de los dueños del látigo. (Por Jorge Majfud, en Página 12)
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