Domingo 10 de agosto 2025

Tenemos que hablar del himno

Redacción 10/08/2025 - 00.14.hs

Ante todo correspondería señalar que estas disquisiciones sobre uno de los símbolos patrios, el himno nacional argentino, no persiguen un fin abolicionista. Muy por el contrario, la idea de que exista una canción nacional, que interpretamos todos al unísono -acaso una de las pocas actividades en las que estamos juntos todos los argentinos- no deja de ser brillante. Más todavía si se considera lo democrática que es esta práctica: todo el mundo tiene derecho a cantar el himno, lo haga bien o mal, afine o no, y el resultado final es siempre conmovedor. De cómo el neoliberalismo y su hija bastarda la meritocracia no han metido sus pútridas garras en este tema. Ya habrían excluido a unos cuantos, quién sabe si no los hubieran gaseado también.

 

Derecho.

 

Decimos que todos tienen derecho a cantar el himno. En realidad, y pese a los tiempos libertarios que corren, parece subsistir un sentido común según el cual esta canción no es optativa, sino más bien obligatoria. Baste recordar que, antes que se ganaran las copas de América y del mundo, a Lionel Messi se lo criticaba por no cantar el himno. Eran tiempos en que teníamos al mejor jugador del mundo, pero algunos argentinos consideraban que se merecían algo mejor aún.

 

La letra del himno de alguna manera capta esa soberbia grandilocuente de los argentinos: somos "una nueva y gloriosa nación" y los libres del mundo nos saludaban a los gritos. Todavía no habíamos declarado la independencia (el himno se compuso en 1812) pero ya estábamos cubiertos de laureles "que supimos conseguir" y que supuestamente sería eternos, pero la verdad es que nunca llegamos a superar la media en la tabla de posiciones, con el fantasma del descenso mordiéndonos los talones.

 

Por algún motivo los compositores consideraron necesario repetir tres veces esa frase según la cual "y-y los libres del mundo responden: al gran pueblo argentino, ¡salud!". Se la ponen difícil a los cantantes amateurs: con una mención bastaba, dos se entendería, pero ¿repetirla tres veces? Se ve que no estaban tan seguros de que ese saludo llegara.

 

En buena medida la melodía es desafiante, difícil de embocar. Esa parte que que nos obligan a tomar mucho aire para cantar "coronados de gloria viva-a-a-a-a-a-amos"... con esa melodía de semitonos diabólicos, es casi tan difícil como vivir coronados de gloria.

 

Gloria.

 

Ha pasado más de un siglo, y la verdad es que cualquier análisis desapasionado de la experiencia argentina concluirá en que aquellas expectativas eran un poco exageradas. Lo cual no quiere decir -como plantean algunos alarmistas- que seamos lo peor del mundo: ese recurso dialéctico apunta a exagerar nuestros defectos, para obtener, si no el premio a los mejores, sí el de los fracasados más excepcionales. La verdad, como pregonaba Aristóteles, está en el medio. En nuestro caso, en la mediocridad.

 

Lo más cerca que está el argentino medio de vivir con gloria es desposando una señorita llamada Gloria. Y aún así, si nos guiamos por las estadísticas, mantener un matrimonio de por vida no carece de sus dificultades. Entre otros motivos, porque en eso interviene la voluntad de la tal Gloria, que debe estar dispuesta a convivir con el ego sobrealimentado y edípico del argentino promedio.

 

Y aquí estamos apenas rozando la superficie de los desafíos que nos plantea la letra del himno. Porque como todo el mundo sabe, lo que cantamos en los actos patrios y (sobre todo) antes de los partidos, no es más que una de las cuatrocientas ochenta y siete estrofas que, en su febril inspiración, nos dejó el viejo Vicente López y Planes. Nadie le avisó que para que te pasen un tema en la radio no tiene que superar los tres minutos de duración.

 

Morir.

 

Los muchachos de la FIFA, acaso empatizando con nuestra crisis existencial ante la letra de la canción patria, habían optado por interpretar, antes de los partidos de la Selección, sólo la introducción, la parte instrumental (no cantada) del tema. Lo hicieron de buenudos, o acaso fue simple incompetencia.

 

Pero no hay caso: si le decís a un argentino que no puede cantar en esa parte, lo más probable es que haga exactamente lo contrario. Así es como los muchachos del tablón, antes que quedarse callados y soportar el horror al vacío, optaron por cantar esa melodía a puro "ooohhhh", abriendo la boca como peces, y huyendo así de la insoportable levedad del ser.

 

Alguien les avisó a los genios de la FIFA, que luego corrigieron el error. Pero como la duración del himno sigue siendo bastante larga, a veces optan por reducirlo al estribillo, ese que termina como "O-o-o juremos con gloria morir". Y esa última palabra de la letra, "morir", lo deja a uno un mal sabor en boca. ¿No habrá alguna posibilidad de cambiar, aunque sea, esa parte? Total, López y Planes no se va a quejar, ya que murió en octubre de 1856 (sin Gloria: su esposa se llamaba Lucía Petrona).

 

Dejen si quieren la parte de la Gloria. Pero saquen eso de morir: no es una buena consigna, no nos motiva, es malo para el clima en el vestuario. No queremos vivir en el recuerdo de nuestros pobres triunfos pasajeros: ni siquiera confiamos en la memoria de la posteridad. Queremos vivir, en lo posible, en nuestra casa y en nuestro barrio. Y si la muerte acecha, ignorarla olímpicamente.

 

PETRONIO

 

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