El hombre de las excusas y la inacción
Para determinadas personas ligadas a la política o ajenas a esa actividad, algunas de sus decisiones personales más trascendentes están casi siempre ligadas a la inconducta que demuestran terceros y nunca en sus propios titubeos o acciones. El caso emblemático entre la dirigencia argentina parece ser el del vicepresidente Julio Cobos, un político surgido de los claustros académicos y que alcanzó la cima de su carrera en la política con palabras siempre medidas.
Algunos de los senderos que recorrió Cobos para alcanzar sus metas están repletos de recovecos. En ese trayecto a veces encontró refugio para sus aspiraciones, que siempre están rodeadas de palabras grises. Hace pocos días, con el radicalismo en plena ebullición interna, decidió anunciar que no se presentaría a las elecciones primarias de agosto para alcanzar una postulación presidencial. Como en otras oportunidades, Cobos encontró en los demás un pretexto para justificar su retirada. Entre otros argumentos, criticó a la conducción del radicalismo y aseguró que no se sentía cuidado. A esas afirmaciones sumó otras referidas a la estructura de esa fuerza política.
Rara justificación la del vicepresidente. Pide contención política a sus pares cuando fue uno de los primeros dirigentes en abandonar al centenario partido y ligarse al proyecto naciente de los Kirchner. Quizás en ese tiempo tampoco se sintió cuidado o intuyó que el nuevo refugio político lo podría llevar más alto. Pero, fiel a su estilo, Cobos encontró en los demás -en este caso sus propios correligionarios- una excusa para apartarse de la carrera presidencial. Después de eso viajó a su terruño desde donde hizo premoniciones electorales oscuras para el radicalismo.
Nada debería sorprender de Julio Cobos. También achaca al gobierno nacional, del cual es parte, responsabilidades por las diferencias irreconciliables que mantiene con la presidenta Cristina Fernández. Para el mendocino, él fue traicionado. Una posición que adoptó para explicar cómo se mantiene en un cargo de la más alta jerarquía, desde donde marca diferencias con el Ejecutivo cuando la ocasión asoma.
No deja de ser llamativa la construcción política de un hombre que aspiraba, o aspira, a conducir los destinos de un país. Luego de su fugaz popularidad, cuando el gobierno nacional estaba en disputa con las patronales del campo, Cobos se inclinó a consolidar su postulación sin definiciones. Sólo la oportunidad de diferenciarse de la presidenta fue su programa. Después buscó el cobijo del radicalismo del cual había renegado. Pero esa opción no lo conformó y abandonó la ilusión presidencial. Aquellos que habían apoyado su candidatura quedaron "colgados". Ya parte de la militancia que lo había sostenido estaba cansada de la inacción como modo de hacer política. Y aquellos que lo miraban con cierta simpatía criticaban su eterna "plancha".
Su postura suena a demasiado poco. A escaso y amarrete el pretender ocupar la Presidencia de la Nación sin definiciones y entre grises. Ahora lo sufre día a día el radicalismo, al igual que le pasó al gobierno nacional, hasta que se asumió opositor. Un hombre, cuyos mayores méritos parecen ser la evasiva, la justificación y la inacción, lejos está de pretender conducir una Nación.
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