Adónde irán con semejante apuro
Señor Director:
Lo rutinario, dicen, se cumple sin necesidad de poner mayor atención en el acto. A fuerza de ordenar su vida según rutinas, la persona deviene rutinaria. Al mismo tiempo, todo lo que pasa a integrar la rutina diaria de acontecimientos en una comunidad, tiende a desdibujarse y deja de solicitar la atención y despertar interés. Con la pérdida del interés, la gente se distrae acerca de lo cotidiano y luego su reacción emocional es menor, hasta desaparecer.
Me puse a ordenar estos conceptos al leer sobre el caso de dos motociclistas que murieron en una reciente madrugada de Santa Rosa. Iban en motocicleta, en una sola moto y la policía conjeturó que lo hacían a gran velocidad, que algo los hizo despistarse, chocar contra una columna de alumbrado, caer... y matarse. No llevaban casco.
Ahí, mientras leía, apareció ese sustantivo rutina y el adjetivo rutinario. Sucedió que me oí exclamar para mis adentros: ¡qué terrible es que esto se convierta en rutina y que estas noticias vayan perdiendo su capacidad de provocar emociones!
Ciertos homicidas de la ficción literaria (que pueden haber tenido su origen en la realidad) tenían por costumbre anotar sus muertos con un número o una rayita en la culata del revólver o en el mango del cuchillo. Se pudo imaginar, a partir de este dato, un encuentro de matasietes (asesinos o simplemente presumidos de valor) en el que contaran esas marcas y acreditaran puntaje para el prestigio y el reconocimiento. En este supuesto, la muerte habría decaído a rutina. Dejaría de ser un hecho conmovedor (pues da cuenta del final de una notable "máquina", la máquina de las máquinas, ese non plus ultra de la evolución y, probablemente, su avanzada exploradora) para convertirse en número para un recuento y una finalidad ajenos a la solidaridad y al sentimiento. Me cuentan que, años ha, los que vivían en la ruta habitual del vehículo fúnebre y su cortejo hacia el cementerio, terminaban ni asomándose a la puerta de su casa para verlo pasar. Era efecto de la rutina (en algunos, quizás, también, miedo difuso). Tengo leídas poesías y relatos en los cuales el autor interpela al rutinario, empeñándose por hacerle notar que la muerte de un semejante nunca debería ser un hecho indiferente. El incendiario de la biblioteca es interpelado por el poeta, pero contesta que él no sabe leer. ¿Qué contesta quien ha terminado por tomar la muerte de un par de hombres jóvenes en la madrugada como un suceso rutinario?
La muerte es un hecho rutinario, sin embargo. Cuando se produce una guerra, sobre todo si es larga, la muerte se transforma en apenas un número, inflado por los unos, desinflado por los otros. La estadística es la suma de esta reducción de la cosa palpitante y capaz de tejer fantasías y ensoñaciones, a número de segundo nivel, pues entrega proporciones y dice que este año murió un porcentaje menor o mayor de recién nacidos o de mujeres que ensayaban aborto clandestino. La rutina ahorra emociones, pues es cierto que no se puede vivir en estado de exaltación o conmoción. ¿La rutina nos protege o es como esas sustancias que en su medida sanan y con exceso matan? Lo que está en juego es la condición humana. El rechazo de la indiferencia que impera en los otros niveles de la vida en el planeta. El poeta pedía no dar un solo paso sin simpatía, porque ese tipo de paso conduce hacia los funerales del caminante.
Cuando manejo en la zona urbana y me cruza o me pasa por derecha o izquierda, veloz, un motociclista, me digo: Quo vadis, hombre. No es que yo me piense San Pedro huyendo de Roma (pero sí, huyo del tránsito) y vea al motorista como quien se apresura por tomar el puesto de riesgo que abandono. ¿Creerá tener una misión? Hubo un tiempo en el que la familia de quien manejaba habitualmente un automotor ponía un impreso ante su vista. Decía "No corras, que te esperamos" (u otra variante). Ahora el tránsito es nuestro moloc. Recreamos a la Bestia.
Atentamente:
JOTAVE
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