Larga espera de la palabra poco usada
Señor Director:
El pasado martes, en mi habitual lectura, prolija, de nuestro diario, se me hizo presente una de esas palabras que uno no espera encontrar en un relato periodístico. El vocablo que saltó a mi encuentro es "complitud".
Tal como aparece, se presenta como un sustantivo femenino, del verbo completar. Se habla de una complitud horaria.
Me ocupo aquí del tema en parte porque estamos en sábado, día en el que conviene variar la temática y porque doy por sabido que hay más de un lector que, cuando se le aparece una palabra que no conoce tiende a pensar que se trata de una errata o un error, tan frecuentes en nuestro mester (oficio). O se pone a buscar en diccionarios, por enriquecer su propio haber y su capacidad de interpretar lo que se le comunica. Yo mismo había encontrado esa palabra en un diario metropolitano y me trajo lejanos recuerdos de transitar por las lógicas modernas (me formé en la clásica, a partir de mi relación, como alumno, con don Carlos Sfondrini). Lo que recordé fue que Godel propuso un teorema que, en lógica matemática, denominó Teorema de Completitud ("En una lógica de primer orden, toda fórmula que es válida desde un sentido lógico, es demostrable"); el propio Godel lo pudo demostrar en 1929. Posteriormente han sido propuestas otras soluciones concordantes pero más simples. Tenía, pues, la palabra completitud, que es la que está registrada en el diccionario de la Real como "cualidad de completo". En ese momento dispuse usar la nueva palabra con moderación, pues la voz plenitud, que tiene una fuerte sinonimia aunque carga con otras resonancias, me parecía menos pretenciosa. Sin embargo, la he usado en mis columnas un par de veces, no más. La Real también ha aceptado la voz "compleción", si bien con la advertencia de que es un sustantivo poco usado. La Academia lo presenta como significando "cualidad de completo" y como "acción y efecto de completar".
El lector habrá advertido que ponerse a querer conocer una palabra requiere enterarse de su historia y de sus relaciones de todo tipo. Cada vez que he emprendido una tarea de esta guisa caí en una derivación. Y se me hizo presente Cervantes, ya viejo, dando término a su novela Los trabajos de Persiles y Sigismunda, andanzas de príncipe y princesa enamorados que deben vencer increíbles dificultades hasta obtener el reconocimiento de su derecho a vivir juntos. Fue la última creación de Cervantes, terminada en su lecho de muerte, ya "con un pie en el estribo", según le dice a su mecenas.
Sucede que las palabras "son" el hombre, su historia, es decir todo el quehacer de nuestra especie por construir su nido en un universo ajeno, indescifrable y con frecuencia hostil. Para cristalizar este empeño fue preciso generar un medio de comunicación propio. Más allá de los sonidos, gestos y ademanes con que los seres vivos en general transmiten sus mensajes, sintió (el hombre) la necesidad de crear un sistema más complejo y lo ha estado haciendo con trabajos que dejan pequeño el empeño romántico de los príncipes nórdicos de Cervantes. No se trata de crear un idioma compartido sino de cuidarlo para que los significados no se disparen y se mezclen y confundan, no obstante lo cual es preciso aceptar cambios, crear o incorporar otras voces y procurar que ensamblen a fin de que la lengua pueda seguir siendo compartida. Esta es una historia que parecen no conocer los que torturan la lengua en sus "mensajes" por Internet o teléfono, aunque es seguro que el esfuerzo que realizan, lo sepan o no ellos, está tratando de adaptar la comunicación a los nuevos medios y avanzar hacia una lengua común, objetivo que otros adelantados persiguieron sin fortuna y que ahora surge como una demanda de la mundialización luego de la milenaria permanencia insular con el consecuente archipiélago de lenguas. Antes de que se acabe mi espacio vuelvo a complitud: la Real parece disponerse a aceptarla.
Atentamente:
JOTAVE
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