Martes 10 de junio 2025

Cuando por mucho explicar, oscurece

Redacción 13/09/2011 - 04.44.hs

Señor Director:
El pasado sábado me detuve en la lectura de una inquietante manifestación del abogado tucumano Pablo Calvetti, pues lo que destacaba la noticia era esta frase: "Los montoneros nos hicieron desaparecer".
Al principio pensé que el letrado estaba contando algo de los años '70, que fue el tiempo en que apareció ese grupo que adoptó como nombre y bandera la tradición de las montoneras de nuestras guerras civiles: un grupo de gente de a caballo que intervenía en la lucha armada y podía ser un factor decisivo por la fuerza y el coraje con que irrumpía. Los montoneros de los '70 no eran gente montada sino una fuerza armada civil que marcó uno de los aspectos de esos años que señalaron el principio del fin de nuestros desencuentros de buena parte del pasado siglo.
Como tales montoneros dejaron de estar presentes porque, incluso desde 1983, las circunstancias cambiaron, me vino a la mente esa frase entre ocurrente y descriptiva de una creencia antigua, que hacía decir al gaucho: que era "cosa de mandinga". Mandinga es voz si se quiere atrayente, o, al menos, sugerente, como todo lo que parece invitar a hacer equilibrio en el borde de lo racional y lo supersticioso. Mandingas eran muchos de los africanos que fueron traídos como esclavos, una etnia (y una lengua) que hoy sigue teniendo unos tres millones de miembros en Senegal y estados vecinos. No sé cómo, esta palabra fue manipulada por la sociedad de entonces hasta convertirla en uno de los nombres del diablo, el ángel caído, el de los nombres innumerables. Recuerdo que en los años de mi infancia era frecuente que a un chico atrevido, travieso y a veces pícaro, se le reconocía como "un mandinga", que hacía cosas "de mandinga".
Despejada esta primera impresión mediante la lectura atenta de la información, supe que el abogado había sido candidato del partido creado por el otrora general Bussi, para tratar de perdurar, con capa republicana, en la etapa eleccionaria que se abrió en 1983. Lo que dice que le sucedió es que las elecciones primarias abiertas, del pasado agosto, no le dieron el porcentaje de votos necesarios para poder competir en octubre. El piso quedó en 1,50% por ciento y él (por Fuerza Republicana) no llegó: quedó en 1,47. Como en los cómputos provisorios se le adjudicaba 1,60, quiere decir que, en el momento del recuento definitivo, el espíritu mandinga de los montoneros logró quitarle ese 0.13 por ciento fatal. Uno puede pensar de otra manera. Por ejemplo, que el abogado tenía su propio mandinga, que operó en el recuento inicial abultando su porcentaje. La intervención de un segundo mandinga más fuerte, a la hora del recuento definitivo de los votos, sugiere que las elecciones dan ocasión para una mandingomaquia, lucha mandinga, o para que se junten y contiendan todos los entes infernales capaces de tales brujerías.
Aparte de esta tentación de asomarnos al lado prohibido o sagrado, también cabe razonar que el l,4 (o 1,6) del abogado bussista contrasta con el 98 y pico por ciento de votantes que resolvieron no elegirlo. Por otro lado, ya en el orden nacional, Duhalde es el único que ha seguido hablando de fraude para explicar su remoto tercer puesto, en tanto que ahora, al recomponer su presencia para octubre, se aferra a la idea de que si todos los antiK lo votan a él, habrá segunda vuelta y que el envión también hará que pierda votos el vencedor de agosto. Lo que se ve es que el porcentaje obtenido por cada candidato es lo efectivo, lo comprobable. ¿Por qué los que dieron 50,3 por ciento a la actual presidenta habrían de cambiar? Si no cambian, no habrá segunda vuelta y si la hubiese se repetiría el resultado de agosto. ¿Por qué los otros candidatos darían sus votos al tercero de agosto? ¿Es que el voto es de los candidatos y no de cada ciudadano?
Sandrini decía que "el diablo andaba en los choclos". Mandinga, urbanizado, ya no come maíz: mastica el seso de algunos políticos.
Atentamente:
JOTAVE

 


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