Domingo 08 de junio 2025

Un ignoto nombrador dijo Cachirulo y así se nombra

Redacción 05/02/2012 - 03.21.hs

En su columna de los lunes, en este espacio, Modesto Morrás dice que el autódromo en construcción debería llamarse Cachirulo: Autódromo de Cachirulo. Y no de Toay o de La Pampa, como parece preferirse en los ambientes oficiales.
Desde siempre, la gente que conoce el lugar oye ese nombre y ensaya una sonrisa entre burlona y pensativa. El pueblo existió y tuvo estación ferroviaria desde 1897. El tren significó el final del recorrido de vehículos de tracción a sangre en ese sector del departamento Toay, hacia General Acha. Tuvo comisión de fomento, pero la liquidación del camino de hierro pareció cerrar el ciclo del poblado. Hacia 1970 le quedaban 82 habitantes. En 2001 se contaban 28, nada más: 19 varones y 9 mujeres. En Internet se ha descargado abundante información, probablemente por la municipalidad de Toay. Apenas sobrevivían algunas construcciones, entre ellas la escuela y una capilla. Los ladrilleros se establecieron ahí. Ahora, con el autódromo, es posible que haya un nuevo cambio.
Misteriosamente, el nombre se ha mantenido incólume. El papel del sustantivo es nombrar el objeto, algo que existe, un referente externo. Desaparecido casi por completo el objeto, el nombre queda. El curandero Carriqueo, que estuvo en el lugar como sanador y comerciante, tal vez hubiese podido explicar esta tenacidad del nombre. Digamos que es un misterio que se suma al inicial, al del origen del nombre. ¿Por qué fue escogido para reemplazar al risueño Tres Botones, que dicen que daba nombre al lugar porque había una posta a cargo de los hermanos Botón, que eran tres?

 

Cachirulo.
A Carriqueo le preguntaron de dónde venía el nombre, y repitió que es araucano, de cachi, pasto, y lo, médano. De ser así, parece que debió decirse Cachiló (como Catriló). Queda sobrando una sílaba.
Si se va a la Real Academia se ve que cachirulo es palabra de mucho uso en la lengua peninsular. Da nueve acepciones; vasija de vidrio para aguardiente y otros licores; embarcación pequeña de tres palos con velas al tercio; moña del toro de lidia; adorno que usaron mujeres del siglo XVIII en la cabeza; nombre que se daba al que mantenía relaciones amorosas, sobre todo ilícitas; vasija ordinaria y pequeña; pañuelo del vestido tradicional de Aragón, que el baturro llevaba en la cabeza, ciñendo la frente; en Valencia, cometa, armazón plana y ligera; y, en San Salvador y México, parche, remiendo. En Internet se hace saber que Cachirulo se llamó un programa de TV de Enrique Alonso, famoso en México, desde l955 a l969. También se informa que así se nombra a una milonga de Palermo, Bs. Aires C.
He oído que alguien perdió o rompió su vasija de aguardiente en la posta del lugar y que de ahí viene Cachirulo. Otros dicen que alguien que pasaba por allí dijo Cachirulo, como quien exclama ¡¿y esto?! En mi infancia oí llamar cachirulo a los autos desvencijados, muy venidos a menos. He leído que se nombra cachirulo a cualquier objeto indeterminado, como si no se acertase a encontrar una palabra que lo represente. Algún amigo argumentaba a favor de esta idea; cosa indefinida, "cualquier cosa", chirimbolo, objeto que ni merece nombre propio.
Puede que un investigador de la lengua siga el rastro y devele el misterio de este vocablo.

 

Nombrador.
El tema del nombrador tiene resonancia profunda, porque viene desde la aurora de la especie y fue atributo de los dioses. Ante la soledad de su estar los dioses crearon el mundo, bastándoles nombrar a la cosa para que la cosa tuviese existencia real. El hombre ha retenido esta memoria y siente que al dar nombre participa del poder creador, como cuando se decide "tener" un hijo, que ya nacerá con nombre, no porque sea anterior el ser al decir sino que el decir es sentido como algo nuestro que ponemos en el ser. Puede haber liviandad e ignorancia en este quehacer, pero también la creación posible a nuestra poquedad es un hecho que trasciende, a la vez que actualiza y resella un compromiso con el vivir.
Nuestros poetas de la tierra han tomado posesión del nombrador porque parecen sentir que al dar nombre a lo que amaron ellos y quienes los precedieron, colocan esa realidad material y lo que ella posee en custodia fuera del efecto aniquilador del tiempo: la instalan en un sitial que transmitirá su mensaje a las edades. El Nombrador se llamó el libro de poemas de Jaime Dávalos. Jairo dijo y cantó su conmovedora Vidala del nombrador.
Alguien, que pasó por la vieja huella de las carretas y las diligencias y por sobre el rastro de la indiada, dejó caer ese nombre, Cachirulo, allí. El nombre no crea la cosa, pero sí compromete.
Jotavé

 


'
'