La burla y su distante relación con el humor
Una noticia que ganó la cartelera internacional, da cuenta de un episodio de burla cruel que se produjo en un ómnibus escolar de los Estados Unidos.
El vehículo trasladaba escolares de 12 y 13 años de edad, cuyo acompañante era una mujer ya veterana en ese quehacer, pues tiene 68 años. Todo lo que aconteció fue filmado por alguno de los alumnos y luego difundido por You Tube.
La mujer se llama Karen Klein y es obesa. Los alumnos, por lo menos, algunos de ellos (los demás hacían de espectadores o acompañaban con las risas) se burlaban de su figura. Karen estuvo siempre sentada, quieta, como si tratara de borrarse. Los escolares se mostraban cada vez más agresivos. Al parecer, eso no sucedía por primera vez, pues Karen simuló no escuchar, aunque, cuando las burlas se tornaron muy hirientes, se vio que le corrían lágrimas por las mejillas.
No conformes con haber martirizado a su acompañante, los escolares subieron la película a Internet. Este exceso les jugaría en contra, luego, aunque la noticia no dice si fueron sancionados de alguna manera. Lo que sí se dice es que se organizó de inmediato una cadena de solidaridad con Karen, también por Internet. Los organizadores pidieron aportes para pagarle unas buenas vacaciones a la mujer. En las primeras 24 horas se habían reunido 280.000 dólares.
Burla
Supongo que, quien más, quien menos, todos tenemos en los recuerdos escolares algún caso de burla cruel, ya dirigido hacia docentes o personal de servicio ya contra alumnos.
Recuerdo una situación de ese tipo que se dio en el último grado de la primaria con un compañero que no era ni obeso ni petiso ni tonto ni ostensiblemente pobre. Era alguien que parecía sentir que todo el mundo estaba en su contra y que tomaba gesto fiero y amenazaba golpear. Pensé luego que se trataría de una actitud defensiva posiblemente a partir de un complejo de inseguridad o inferioridad. Así lo pensamos todos. A medida que avanzaba el año y se repetían esas escenas, los mayores y más fuertes resolvieron correr el riesgo y permitieron ver que era nulo. La relación cambió hacia la burla franca. Surgieron motes, frases hirientes, hasta versos y cantos, a los que se asociaron también las compañeras.
Dado que el muchacho era vecino mío, de mi barrio, yo fui marcando una diferencia de comportamiento, aunque recuerdo bien que al principio no rechacé esa hostilidad. Puedo haber pensado que mi vecino estaba recibiendo su merecido, una lección, y que eso haría que cambiara de comportamiento. La consecuencia de esta actitud mía de neutralidad fue que empezó a refugiarse en mí, desconcertándome. Sin embargo, no llegué a ponerme francamente en contra de los burladores. Tuve una actitud de prescindencia, con rasgos de dualidad, cuya memoria me torturó años después, al analizarla desde otra perspectiva, al tiempo que me llevó a interesarme por esas situaciones y a reflexionar al respecto, ya como un tema teórico. Por otra parte, aquel muchacho me hizo sentir su simpatía o agradecimiento a lo largo de muchos años y yo correspondí a su afecto.
Daño
El tema ha sido largamente analizado, de modo que me limitaré a esta referencia de un caso del que me tocó ser testigo oscilante y, más luego, a colocarme en una situación que me distanciaba del grupo hostil, en el cual estaban los compañeros de mi preferencia, algunos de ellos mayores en edad y que traían una experiencia que me interesaba conocer y participar. No sé si, como me gusta pensar, influí a la larga sobre ellos para hacer que dirigieran sus dardos en otra dirección.
Lo que sé es que hay algo en nosotros que hace que ejercitemos ese humor agresivo y lacerante sobre individuos que por algún motivo son diferentes o que difieren en su aspecto físico o que se muestran inseguros o que se revelan inferiores en inteligencia o en alguna capacidad física. El recreo escolar es una propuesta de goce quizás porque permite un retorno breve a una infancia ajena a la presión de la educación, que también busca darnos la forma apropiada para entrar en los moldes sociales aceptados. Los viejos y los gordos son frecuente motivo de burla. Lo que aprendí de aquella experiencia es que los muchachos pueden ser increíblemente crueles.
Hoy, ya sin las vacilaciones que reconozco en mi conducta escolar, "entiendo" a la víctima y, curiosamente, también descubro que entiendo al victimario en la pluralidad de sus motivos, sobrevolados por una misma instalación dificultosa en el mundo de los adultos. He visto casos que me convencen que el niño puede expresar los aspectos más desagradables del universo adulto, incluyendo los prejuicios que acompañan a todas las edades.
Jotavé
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