Nunca en domingo, aunque sí en sábado
Señor Director:
Me sorprendió una publicación solicitada, al principio por su extensión, después por su contenido.
El tema aparente es el tratamiento de un proyecto de ley provincial para prohibir el trabajo dominical para comercios que ocupen un espacio grande, como sucede aquí con los supermercados y en otras partes también con los shoppings. El argumento contra ese proyecto no es, en esta manifestación, el habitual de parte de quienes se oponen a la iniciativa: se dice que hay personas que, por su creencia, no deben trabajar en sábado y que, si se prohíbe hacerlo en domingo, se verán obligadas a tener dos jornadas sin atender quehaceres como comerciantes o dependientes. La argumentación se apoya en dos sostenes: uno, en declaraciones sobre derechos del hombre, de validez planetaria, y en expresas indicaciones constitucionales argentinas que se corresponden con tales normas de validez global; el otro hace pie en las creencias religiosas, a partir de expresas indicaciones bíblicas: "durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas..." y al séptimo descansarás. Quizás para compatibilizar este mandato con las pautas sobre derechos, lo que ahora se reclama es que no se prohíba el trabajo en un día determinado; que cada quien pueda tener su día de descanso según sus creencias (o sus conveniencias).
Está implícito en este planteo que el domingo es el día inicial de la semana, de modo que para quienes acatan el mandato citado, debe ser día laborable. Digamos también que así ha aparecido en el ambiente local un modo novedoso de presentar el problema, merecedor de ser pensado. Vale recordar que en otras circunstancias los creyentes de religiones que prescriben los comportamientos de sus fieles, sostienen que el mandato debe imperar para todos los hombres, rasgo característico de los fundamentalismos religiosos (y políticos). A partir de este argumento, quienes, religiosos o no, hallan cómodo o grato o conveniente hacer sus compras en domingo, pueden reclamar su propio derecho a seguirlo haciendo, entendiéndose que los derechos laborales será debidamente atendidos. Hay algo más, que no puede ocultarse: ¿por qué reglamentar tanto que hasta se produzca un conflicto con derechos básicos de la persona? ¿No entramos en una suerte de fundamentalismo reglamentario? También: ¿por qué suponer que una costumbre no debe cambiarse, cuando todo lo demás cambia? El domingo, como descanso, logró imponerse abrazado al mandato religioso, como si fuese el séptimo día de la semana. Este descanso fue una conquista social difícil y valiosa, pero la teoría sindical se mueve en otro nivel que el de creencias. Y la sociedad ha seguido moviéndose, hasta encontrarnos con que, de hecho, el sábado ya es día no laborable y los feriados y no laborables se configuran como adecuaciones a los cambios sociales y la consiguiente modificación de costumbres y rutinas.
He contado que, al estar un tiempo en una ciudad de Estados Unidos hace poco más de veinte años, pude notar que el centro se veía extraño para mis ojos: no había comercios al menudeo porque los súper y shoppings los habían hecho innecesarios. Solamente pude ver que subsistían locales de venta de armas (allá omnipresentes) y de algunas especializaciones. Supuse que los pequeños negocios habían vivido su angustia antes de desaparecer, pero ya no estaban ahí. Con esa experiencia, tiendo a mirar nuestro conflicto no tanto como algo demorado aquí y que allá sucedió hace tiempo, sino como la expresión de una diferencia cultural. No pude verificar cómo los vecinos de esa ciudad del norte resolvían el problema de la distancia (a los súper), aunque aprecié que el automóvil tenía mayor presencia y los transportes colectivos parecían más eficientes.
Diré para cerrar que el título de esta nota sobrevino al recordar la película Nunca en domingo (1960), con la admirada Melina Mercouri.
Atentamente:
JOTAVE
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