Con sus bemoles, el que las hace las paga
Señor Director:
En estos días se habla de ex funcionarios que entendieron mal el sentido de la oportunidad que se ofrece en ocasiones a los ciudadanos para asumir el manejo de los intereses colectivos.
Suele decirse que "a la oportunidad la pintan calva", frase que no es de fácil interpretación, pero que se aclara si la asociamos a otra, más franca: "Aprovechate, Gaviota, que no te verás en otra". Y es verdad que el poder genera una oportunidad. Para el bien y para el mal. El soberano diríamos que consiente en dotar de poderes especiales a ciertas personas de su elección y las resguarda para que no estén expuestas a los riesgos que depara la vida al ciudadano común. Les da un marco legal (constitución y leyes) que los protege y también los condiciona, ya partir de ahí todo depende de los individuos elegidos y de las circunstancias reales que se den durante su mandato. El caso es que se crea, para ellos, un margen de discrecionalidad o un margen de error aceptable, uno y otro mayor que los que tenemos en el llano. Y ahí es cuando; es decir, ahí es donde prueba la fibra, el temple, la responsabilidad y la sensatez de quienes acceden al poder. No existe aquí el juicio posterior al mandato, un juicio de comprobación de la responsabilidad y uso racional del poder, que sí existe en algunas democracias y que existió en algunas monarquías para limitar a los virreyes y otros delegados del poder soberano (juicio de residencia, así se llamó). Sin embargo, en los últimos años hemos podido ver que siempre existe alguna forma de juicio posterior. Se dice que lo hace la opinión pública al pesar y medir el desempeño de cada mandatario, algunos de los cuales nunca más serán electos. Pero, la opinión pública no tiene esa mirada fabulosa que permite ver todo, aun lo que se cocina en palacio. Ahora estamos asistiendo, con frecuencia que no se había dado antes, a acusaciones que logran encaminarse por la vía judicial. Un ex presidente ha sido condenado a prisión efectiva, que no cumple porque tiene fueros. La cámara legislativa donde se instaló luego de sus presidencias (dos períodos) debe decidir si se los quita o suspende, luego de lo cual podría separarlo de su actual cargo. También han recibido condena varios ex altos funcionarios, a pesar de contar con hábiles abogados. Incluso hay funcionarios del gobierno actual sometidos a juicio que se halla en trámite. Aun sin considerar el caso de los militares y jefes de las fuerzas de seguridad de la dictadura que vienen conociendo condena tras condena, se puede decir que nuestra democracia, luego de la dictadura y de los penosos años '90, está aprendiendo a ejercitar sus músculos.
Hay personas que dicen (o repiten) que todo gobierno es ladrón, sea que llueva o que no llueva: ¿llueve?, ¡gobierno ladrón! ¿No llueve?, ¡gobierno ladrón! Otras hay que llegan a establecer una sinonimia entre política y corrupción.
La experiencia de los pueblos permite reconocer que el poder corrompe y por eso se ha optado por suprimir las monarquías hereditarias y limitar el tiempo de ejercicio del poder. De todas maneras, generalizar hasta el extremo de no prever excepciones es un despropósito. La opinión sensata advierte que no es que el poder corrompa, pues lo que sucede es que el corrupto ha hallado la manera de llegar al poder. Una vez allí, el poder ciertamente aumenta la facilidad de organizar alianzas y generar complicidades. Lo cierto es, asimismo, que la corrupción no solamente se da en el ejercicio de las funciones públicas. ¿O no hay corruptos entre los civiles? La corrupción es una suerte de endemia y quizás viene de lo que llamamos lucha por la vida, con un inicio remoto, de cuando cada uno estaba librado enteramente a su suerte y sabía que vida dependía de su atención, su coraje, su astucia y hasta de su falta de escrúpulos. La moralidad se inventó después de esos comienzos, como parte del programa para mejorar la convivencia.
Atentamente:
JOTAVE
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