Miércoles 18 de junio 2025

Gente que no guarda la mesura tan conveniente

Redacción 12/03/2015 - 04.32.hs

Señor Director:
El título de esta nota remite a mi intención de hablar de dos episodios recientes, que revelan que convivimos (tratamos de convivir) con personas que se desmesuran o que viven en estado de desmesura.
La voz mesura, verbo mesurar, habla de medida: determinar la dimensión de algo, medir; considerar algo con atención, y también capacidad de contenerse. Se recordará la canción que dice "ni poco ni demasiado, todo es cuestión de medida". Alberto Cortez gustaba del verso sentencioso: "No por gastar los zapatos /se sabe más de la vida. /Ni poco ni demasiado...", etc.
La propuesta de guardar conducta mesurada no es de fácil cumplimiento. Si es verdad que gastar los zapatos no significa siempre que se camine con un objetivo virtuoso, la quietud puede ser, en otro momento, lo que aleja del riesgo y entonces daría cuenta de un valioso autodominio. Este tipo de reflexión es lo que lleva a algunos a decir que la vida es lotería y que cada uno de nuestros actos es una apuesta al azar. Lo que provoca que lo que "debemos hacer" conlleve un considerable rasgo problemático.
Uno de los casos relacionados con la idea de la mesura que tengo en cuenta se produjo el domingo 1° en General Rodríguez, Buenos Aires. Un comerciante llamado Gastón Valentín Melcon, 32 años, vio que un muchacho rompía un vidrio de su camioneta y trataba de apoderarse de algo del interior. Con otros dos vecinos lo corrió a lo largo de seis cuadras. Allí lo alcanzaron y lo dominaron y pusieron en el suelo, pero Gastón no se conformó con eso y empezó a golpearlo con la empuñadura de una pistola en la cabeza. La policía llegó tarde, pues aunque el ladrón fue llevado a una clínica, murió poco después. El desmesurado Gastón, émulo del recordado ingeniero Horacio Santos, quedó detenido por homicidio simple y afronta la posibilidad de una pesada condena. De haber medido su acto podría estar disfrutando de fama de hombre resuelto y, a la vez, mesurado.
El segundo caso del que he tomado conocimiento se produjo también días atrás en la escuela 503 de San Fernando. En horas de clase entró un hombre que daba grandes voces aduciendo que alguien había cacheteado a su hija de diez años y pedía llegar hasta la directora. No estaba esta docente y sí la vice. El hombre hizo oídos sordos a su hija, que negaba haber sido golpeada. Llegó hasta la vice, la agredió, derribándola y pateándola en el suelo. Luego partió raudamente y no pudo de ser hallado. Incluso había desocupado su casa, lo que da una idea de que el acto no fue espontáneo porque dio lugar a deliberación. La vice fue llevada a una clínica y operada de urgencia.
Este hombre era conocido como sujeto agresivo. Podría decirse que vivía en estado de desmesura. Los casos de padres (varón o mujer) que ingresan a una escuela en son agresivo no son raros. Es posible que cada uno tenga su propia explicación. Suele tratarse de personas que están viviendo bajo presión de circunstancias contra las cuales se saben impotentes y que estallan contra algo inmediato y asequible, tratando de cobrarse todo con el acto de insultar o pegar. A los docentes más experimentados y mejor dispuestos para entender y tratar, estas situaciones no les son extrañas. Tampoco ignoran que hay alumnos que están bajo la presión de problemas que afligen a su familia o a ellos en particular y que por eso tienen comportamientos que ora generan conflicto con compañeros o docentes, ora incitan a sus padres a "proceder". Hogar y escuela, vinculados por la educación, no siempre generan una relación cordial o comprensiva. Los alumnos de una escuela o de un aula expresan las desigualdades sociales e individuales. Algunos pedagogos han dicho que la escuela es una sociedad en miniatura. Más bien es una muestra de la sociedad, separada no solamente para alfabetizar sino para inducir las conductas idóneas para afrontar los problemas reales. El interlocutor del docente es la sociedad.
Atentamente:
JOTAVE

 


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