Otra cara de las drogas o la verdad verdadera
Señor Director:
Lo acontecido en Costa Salguero no es, desde luego, comparable con Cromañón, aunque en los dos casos es lícito usar la palabra tragedia.
Se asemejan porque se trata de fiestas especialmente diseñadas para atraer a la juventud. La diferencia del nivel económico de la concurrencia puede ser la que hay entre el Once y el sector costanero porteño próximo a Retiro. La diferencia numérica de víctimas es inversamente proporcional a tal distancia, pero en ambos casos la convocatoria está dirigida a la juventud. En Once lo que desató la tragedia fue el uso de elementos pirotécnicos, mientras que en Costa Salguero el detonante fueron drogas de elaboración mediante procedimientos químicos. Y, ahora se sabe, las fiestas electrónicas en este tipo de escenarios son autorizadas aunque es difícil ignorar que las drogas químicas son parte habitual, si no del espectáculo propiamente dicho, sí por su venta ostensible y no prevenida ni reprimida.
En el título hablo de "la verdad verdadera" por haber recordado, cuando tomaba conocimiento de lo sucedido en Costa Salguero en la larga noche del sábado al domingo pasados, la ocurrencia de un político que buscaba identificar su diferencia dentro una línea política. Lo hizo llamando a su línea La Verdad Verdadera. La verdad, de existir o de ser posible identificarla y distinguirla, no puede ser más que una, pero creo que aquel político estaba diferenciando la "verdad" de los otros respecto de la suya. En el caso actual la verdad es la prédica política contra las drogas y el narcotráfico, y la parte oculta de lo real sería lo verdadero. La verdad que se dice y lo verdadero que se soslaya. Como si dijésemos que cuando hablamos de narcotráfico tendemos a pensar (y, de hecho, se nos induce a pensar así) en drogas de origen vegetal o a elaboraciones como el "paco", cuyo solo nombre nos trae la imagen de barrio pobre y chicos que se autodestruyen fumando este engendro.
Justamente en esta semana comenzarán a realizarse reuniones y deliberaciones en las Naciones Unida para tratar el problema de la drogadicción y su comercio, cuyo desarrollo genera tanta ganancia como la trata de personas o la venta de armamentos. La idea a discutir parte de estimar que la lucha contra la droga ha sido mal planteada al definirla como un asunto criminal, cuando lo que correspondería sería considerarla primero como un problema sanitario, social y de educación. El posible cambio del punto de vista se debe a que quienes propician su modificación consideran que ha fracasado la forma como ha sido encaminada la acción de la mayoría de los Estados. Advierten que esto sucede porque el consumo de tales estimulantes o generadores de euforias más o menos durables y siempre graves para la salud se ha convertido en una realidad con la que convivimos sin enunciarla tal como se presenta. Puesto que la droga está instalada, como en su tiempo lo estuvo la tuberculosis y actualmente las enfermedades que transmite un mosquito (sin que la tuberculosis haya desaparecido, pues sigue provocando una importante cantidad de víctimas fatales), corresponde reconocerla como problema sanitario y educacional. Es sabido que desde hace tiempo hay quienes consideran que al haber criminalizado el consumo lo que se ha logrado es que la producción y comercialización de la droga se haya convertido en un negocio fabuloso y, al mismo tiempo, en una fuente de corrupción de personas privadas y públicas. Quienes propician cambiar el enfoque estiman que puede repetirse el problema que tuvieron los Estados Unidos con el alcohol, cuando lo prohibieron con la famosa ley seca, la cual dio origen a bandas criminales y corruptoras. Nadie ignora que el alcohol y el cigarrillo son grandes causantes de mortalidad, pero no se hallan prohibidos y son acosados desde la educación y la publicidad, en tanto se atiende a las víctimas desde lo sanitario.
Atentamente:
Jotavé
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