Sabado 21 de junio 2025

El universo literario se despliega en su Feria

Redacción 11/05/2017 - 01.02.hs

Señor Director:
Cuando uno tiene la posibilidad de ingresar en el escenario anual de la Feria del Libro o acude a las páginas que los medios de prensa le dedican, advierte que está siendo espectador de un hecho que bien puede llamar prodigio.
Según la Academia se dice que es prodigio el "suceso extraño que excede los límites regulares de la naturaleza". En este caso, lo natural viene a ser que uno nunca llegue siquiera a conocer a un autor de libros afamado. A lo sumo, el ciudadano corriente que esté atento a lo literario podrá conocer a unos pocos, pero si va a la Feria en una o más de sus jornadas, los hallará por decenas y los verá desempeñarse ante un público o ser objeto del comentario apreciativo de otros intelectuales que los acompañan en el acto de presentación de alguna de sus obras.
La Feria (y toda feria periódica) permite advertir que lo que vemos en cada pueblo o ciudad es una cantidad de personas dedicadas a la variedad de las profesiones y oficios pero que en esta visión lo que predomina es la imagen de un conjunto que borronea la percepción de su diversidad. Cuando el avance de mis años me permitió transitar por la ciudad, tal fue la percepción inicial, y cada vez que me fue posible ingresar en una panadería, en un comercio, en una herrería (que era importante en esos años) fui "descubriendo" la diversidad dentro del conjunto. La herrería me impresionó de modo duradero y durante años traté de entrar en ella como espectador deslumbrado, lo que para mí fortuna me fue facilitado por una relación familiar. Tanto como cuando me atrajo el circo y cada una de las personas que se desempeñaban en él. Se diría que lo primero en nuestro conocimiento es el conjunto y que luego vamos distinguiendo la diversidad, que podemos vivir como una revelación. Mucho más tarde pude saber que yo era portador de sangre circense, herencia de una abuela, pero supongo que esto no fue relevante en mi comportamiento, porque el mismo asombro y el mismo empeño puse en cada una de las singularidades que fui descubriendo. Y no tengo tantas abuelas.
Ya que hablo de la feria, recuerdo que la primera que conocí en Santa Rosa fue la de los productores de verduras y frutas, a algunos de los cuales había conocido en mi casa, porque llegaban y llamaban con las manos para ofrecer sus productos.
Las ferias, con los años, siguieron siendo una de mis curiosidades y así pude conocer la importancia que han tenido en el largo relato de la instalación humana en este planeta. A la feria le correspondió ser uno de los medios que más contribuyeron a iniciar el reagrupamiento de la diversidad de lenguas y culturas desarrolladas por el hombre durante los milenios de su dispersión y aislamiento, cuando las distancias debían recorrerse a pie. Las ferias fueron instrumento importante del comercio, pues fue el interés por vender lo propio de cada industria y llevarse en el retorno lo propio de los compradores ya que el trueque fue un medio de duración milenaria. Que las ferias sobrevivan ahora, en nuestros días, cuando ya estamos inmersos en las causas y efectos de la globalización, da cuenta de su necesidad. A su vez, esta singularidad de las ferias del libro parece mostrar que, aunque hemos sido globalizados sin consulta, el libro y en un sentido más amplio la comunicación han sido el medio para el reencuentro de los dispersos. Por cierto que el libro, en cualquiera de sus formas y especialidades revela también que, aun reunidos, seguimos siendo singulares, individuos, y que como tales estamos confrontados a un misterio tenaz que nos impide conocer el futuro, que el creyente puede entender como acto piadoso de una deidad benevolente. También los padres suelen decir a sus hijos que no se apresuren por saber algo, porque este afán de saber, y sabernos, supone caminar por el borde un abismo. Un riesgo que, luego, como adultos, aceptamos como el gran desafío para nuestra singular especie.
Atentamente:
Jotavé

 

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