Miércoles 25 de junio 2025

El mandato de belleza

Redaccion 20/09/2021 - 21.34.hs

El mandato esclavizante y disciplinador de belleza hegemónica blanca, flaca y eternamente joven continúa aggiornándose, para mantenernos culposas, adormiladas y distraídas de lo trascendente.
VICTORIA SANTESTEBAN*
La llegada de la primavera importaba, hasta hace pocos años, por la coronación de sus reinas adolescentes. La premiación por encajar en los cánones de belleza hegemónica comprendía una competición de cuerpos lánguidos exhibidos a un jurado al borde de la pasarela, que decidiría sobre la integración de la realeza primaveral. El interrogatorio al espejito, espejito acerca de quién era la más hermosa del reino junto con la rivalidad y competencia entre mujeres por encajar a la perfección en los moldes de belleza hegemónica también como parte del guión de esos cuentos de hadas, cobraban esperable realidad en los contextos cuasi educativos. El patriarcado reinó de manera incuestionable durante esos años durmientes de príncipes azules que venían al rescate, de pasividad y soledad en torres relegadas del mundo, de rivalidad entre mujeres y miedo a las brujas. Pero a pesar de romper algunos de los hechizos que nos mantenían en la total pasividad, el mandato esclavizante y disciplinador de belleza (hegemónica) blanca, flaca y eternamente joven continúa aggiornándose, para mantenernos culposas, adormiladas y distraídas de lo trascendente.

 

Aprender a gustar.
Como señala María Florencia Freijó en su libro «(Mal)Educadas», desde niñas aprendemos a adoptar conductas para gustar y complacer a los demás, en particular, a los varones. La reina de la primavera conjuga todo ese material teórico y práctico que enseña que la belleza -entendida muy acotadamente- es el valor agregado de niñas, adolescentes y mujeres. Las hadas de los cuentos procuraban que la princesa fuera la más hermosa, porque así y sólo así conseguiría la felicidad que venía dada por ser la elegida del príncipe. En contraste, las brujas reveladas contra la orden de belleza, con sus pócimas y verrugas, encarnaban la peor de las pesadillas: la fealdad y la soledad del pantano. De esta forma, crecimos incorporando un mandato de feminidad asociado a lo rosa y frágil, a lo sumiso y tímido, a lo delicado y subordinado. La belleza hegemónica de blancura, juventud y languidez comienza a hacer mella desde pequeñas, para naturalizar la cosificación y mercantilización: la belleza aparece como valor agregado a esos cuerpos en exhibición para el consumo.
La orden de belleza como mandato agotador mantiene ocupadas y endeudadas a mujeres que todavía en proceso de desaprendizaje de los cuentos de hadas, continúan asociando la felicidad y el amor, con una correspondencia fiel a esa belleza homogeneizante, de revista y cuentos. El mandato de belleza (hegemónica) que ordena encajar en moldes imposibles para gustar es una directiva más del orden patriarcal para el disciplinamiento y la culpa sobre los cuerpos que escapan a la norma esclavizante de belleza machista, racista y capitalista.

 

Violencia estética.
La socióloga venezolana Esther Pineda en «Bellas para morir» escribe que entre todos los tipos y modalidades de violencia de los que las mujeres son víctimas, una forma de violencia poco atendida y ni siquiera tipificada normativamente pero que ha alcanzado protagonismo incluso letal, es la violencia estética. Pineda se refiere a la violencia estética como aquella que se «concreta con la consolidación de una belleza mercantilizada, seriada, reproducible, uniforme, estandarizada, masificable y descartable, en consonancia con el proceso de racionalización, mercantilización, industrialización y tecnificación de la sociedad». La autora rescata como elementos fundantes de su teorización sobre la violencia estética al culto al cuerpo fragmentado, compuesto por partes intercambiables, modificables e intervenibles, desprovisto de «imperfecciones» y eternamente joven. Este cuerpo como modelo único de belleza representa el amuleto moderno que promete la felicidad por siempre de los cuentos de hadas, para reforzar así el mandato cosificador de gustar y de adquirir valor como seres humanas sólo a partir de nuestra apariencia. Pineda define al establecimiento del mito de la belleza femenina como una nueva forma de misoginia que contribuye a desviar la atención de las mujeres de asuntos relevantes sobre su situación social, así como, de los espacios de participación política. De esta forma, la exacerbada atención sobre el cuerpo como asunto de transcendencia vital para el desarrollo como mujeres importa inversión de tiempo y dinero que nos mantiene distraídas contando calorías, haciendo números para cirugías plásticas y ensimismadas en alcanzar cánones imposibles de belleza blanca, escuálida y adolescente.

 

Industria cosmética.
Las mujeres del mundo no sólo ganan menos que los varones, sino que entre sus gastos extra se ubican los destinados a estética: maquillajes, cremas, depilación, intervenciones quirúrgicas, tratamientos corporales y faciales. La industria cosmética nos tiene como principales consumidoras en un mercado que nos precariza y se vale del marketing para la inseguridad como aliado perfecto para las ventas. Raquel Manchado, en el prólogo al libro de Naomi Wolf «El mito de la belleza» explica que «la lucha por alcanzar la normatividad estética, entrar en esos estándares cada vez más imposibles -de eso se trata-, alimenta grandes industrias y nos mantiene obedientes y temerosas de salirnos de la norma. Ese temor y obediencia produce mucho dinero, y genera también mujeres insatisfechas y sumisas, algo que es igualmente rentable. Mermar nuestra autoestima es un buen negocio, porque seguimos saliendo más baratas en el mercado laboral, en el que pediremos menos mejoras». A su vez, este marketing para la inseguridad se vale del discurso feminista, y en un menjunje de slogans sobre empoderamiento se venden cremas que prometen juventud eterna.

 

Primavera feminista.
El slogan en verdad feminista es el que nos habla de amor propio y nos invita a todas a un baile de la primavera sin reinas. Es que la democracia no entiende de reinados. La diversidad de colores, de tamaños y texturas en la primavera democrática y feminista no conoce de pasarelas excluyentes, de mandatos asfixiantes ni de cánones imposibles. La primavera por fin libre se siente en el aire que despeina, que acaricia los cuerpos desenfadados que salen al mundo sin detenerse ante los espejos.
*Abogada, magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles.

 


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