Domingo 24 de marzo 2024

Carlitos tercero

Redacción 11/09/2022 - 10.42.hs

En uno de los tantos memes que circularon desde el jueves, con motivo del fallecimiento de la Reina Isabel II de Inglaterra, se ve al entonces Príncipe Carlos (hoy Rey Carlos III) con su habitual cara avinagrada, con una leyenda que dice: "cuando te enterás que a los 73 años vas a tener que trabajar por primera vez en tu vida". Desde luego, el chiste es un poco injusto: los monarcas y príncipes podrán no gobernar efectivamente, pero la verdad es que se la pasan de la mañana a la noche siguiendo un protocolo tan estricto, y encontrándose con cada pescado, que su suerte no es de envidiar. Además, el sólo hecho de no bostezar durante semejante rutina ya es de por sí una proeza digna de los Juegos Olímpicos.

 

Trabajo.

 

Hay algo además que se escapa en esta acusación de vagancia que se suele hacer a la realeza. Esta gente se dedica a hacer dinero, y quien tiene ese objetivo en la vida, nunca tiene descanso. La señora que acaba de fallecer era una de las mujeres más ricas del mundo, y a no dudarlo este eterno desubicado de su hijo Carlos continuará facturando a troche y moche, sobre todo en el más secreto y genial de los curros: los derechos de imagen.

 

Y hay otro aspecto que se nos escapa en esta mirada simplista, cuya clave estuvo más que presente en el mensaje de asunción del viernes pasado: Carlos III prometió continuar con el legado de su madre. La continuidad, la permanencia, ese aparente "no hacer nada" de los reyes, constituye su capital más fuerte, y su mayor servicio (acaso el único) hacia sus súbditos.

 

Desde estas naciones jóvenes solemos burlarnos de las monarquías, esas instituciones anticuadas y pacatas, pobladas de zánganos y corruptos. Sin embargo, a los británicos, o al menos a buena parte de ellos, la imagen de unión y permanencia que les transmitía la Reina, los ayudó a sobrellevar tiempos difíciles, como el que sin duda alguna se les avecina este invierno, con el triple flagelo de la pandemia, el Brexit y la guerra en Ucrania.

 

Se dirá que esa imagen de unidad nacional que encarna un monarca no deja de ser una ficción, un cuento de hadas. Pero en nuestras repúblicas, ¿no es una ficción acaso que los senadores representan a las provincias, los diputados le responden al pueblo, y los jueces respetan la constitución?

 

Zoo.

 

Volviendo a Isabel II, no ha sido poca cosa mantener esa postura hierática y aparentemente estoica durante setenta años, en los cuales desfiló por su despacho un verdadero zoológico de primeros ministros, cuya calidad política y cultural fue descendiendo consistentemente con los años, casi al mismo ritmo que se iba desintegrando el otrora majestuoso imperio británico.

 

Con sólo intentar una comparación entre el primero de ellos (Winston Churchill) y el último (Boris Johnson, que salió de funciones la semana de su muerte) bastará para ponderar la proeza de esta mujer que, estando siempre en el candelero, se las ingenió para vivir noventa y seis años sin que se sepa bien quién era, o qué pensaba.

 

Ahora el Reino Unido entra en un período de luto y funerales que durará al menos diez días, lleno de intrincados rituales que fueron establecidos en el siglo XIX por la Reina Victoria, quien por cierto -inglesa al fin- los robó de las costumbres recargadas de la nobleza de la India, por entonces su principal colonia.

 

Caballos.

 

Durante este período también, está previsto que heraldos reales, montados a caballo, recorran cada villorrio de las islas, anunciándole a los súbditos que tienen un nuevo rey: el mismo que le metió los cuernos a Lady Di, y finalmente se casó con la bruja divorciada de Camilla Parker Bowles, hoy reina consorte. Por qué mandan jinetes y no correos electrónicos, sólo se explica por la afición de la familia real por los caballos.

 

Es de esperar que Carlos III supere un poco la performance de sus dos predecesores del mismo nombre, que reinaron durante el siglo XVII. A Carlos I lo decapitaron en 1649. Su hijo, Carlos II, huyó exiliado a Francia, pero luego fue entronizado en 1660.

 

Por de pronto, ya ha anunciado que abandonará sus "trabajos caritativos", y también su costumbre de opinar en voz alta sobre temas polémicos, como el medio ambiente o la situación de Palestina, que ahora deberá meter en bolsa para no colisionar con la política exterior del gobierno que forme la nueva primera ministra, Liz Truss, un verdadero pichón de Thatcher.

 

Habrá que ver de qué material está hecho este hombre más que maduro, cuya imagen pública, durante los últimos años, fue objeto de una verdadera limpieza industrial para hacerlo mínimamente pasable ante el pueblo británico. En su juventud se mostraba problemático: el chico al que le hacían bullying en el colegio militar, que quería dedicarse al teatro, y que hacía pasar más de un papelón a sus padres con sus opiniones inconsultas.

 

Si algo ha aprendido de su madre -con la quien será siempre comparado desfavorablemente- es probable que mantenga la postura de hacer lo menos posible, que es también una forma de hacer el menor daño posible. Y, en cualquier caso, hay un consuelo: este, al menos, no va a durar setenta años en el trono.

 

PETRONIO

 

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