Desvergonzada intromisión
La noticia más trascendente de la pasada semana fue, indudablemente, la que dio a conocer las manifestaciones del posible nuevo embajador de los Estados Unidos en nuestro país. El orgullo nacional, si existe todavía, fue golpeado por el desparpajo de las declaraciones de este hombre a los legisladores norteamericanos.
Cualquier comentarista serio de la actualidad argentina enfrentado a esas declaraciones debe, indudablemente, decir algo… pero ¿qué decir que no se haya dicho? Todo el espectro de recriminaciones, quejas, lamentos, reproches y clamores fue expuesto por una gran mayoría de los argentinos… Lamentablemente esa discriminación se ajusta a la realidad, ya que hubo una porción de connacionales que no dijo ni una palabra de crítica y por lo que se ve continuarán con la boca cerrada. Muchos de ellos son miembros del gobierno mileísta, con el Presidente que encabezó el mutismo para con ese agravio a la Argentina. Apenas si el torpe vocero presidencial ensayó una lamentable pirueta dialéctica en nombre del gobierno para disfrazar lo que es evidentísimo. Con los antecedentes de Milei en la materia, no es difícil prever su actitud futura respecto al placet al embajador. Solamente un grupo de gobernadores rechazó con dignidad esa desvergonzada intromisión en los asuntos del país.
Acaso sean varias las opciones ante la pregunta de por qué Donald Trump nominó a Peter Lamelas como embajador en Argentina, pero entre las posibles hay dos que sobresalen: la primera es que se trata de una torpeza –una más- del norteamericano en lo que hace a la diplomacia internacional, que ya le ha generado fuertes roces con otros países; la segunda eventualidad, más dolorosa pero también posible, es que la medida dé la pauta de la consideración que le merece la Nación Argentina. Si dejamos de lado a primera, aceptándola como una consecuencia más de la soberbia norteamericana para con el resto de América, es indudable que la otra tiene mucha miga para el comentario.
Pero las frases cargadas de soberbia de Lamelas también evidencian el temor al avance de China y el declive del imperio norteamericano, que de pronto se encuentra con una economía que lo supera y una geopolítica que creían desaparecida con la caída de la Unión Soviética.
La elección de este “gusano” (el apodo que daban los cubanos a quienes se fueron de la isla, una condición en la que se encuadra Lamelas) armoniza perfectamente con las actitudes del gobierno mileísta que, desde sus mismos inicios, se alineó en todas y cada una de las políticas yanquis, desde la salida de organismos internacionales hasta el genocidio de Gaza. Ahora, esa vocación para todo servicio es recompensada con el envío de una suerte de delegado que no tiene pudor ni prudencia alguna en señalar los plenos poderes de los que cree estar imbuido. En realidad, vista objetivamente, la situación viene a clarificar y poner en evidencia el papel que hasta la actualidad tiene la embajada norteamericana, meca de cuanto político vendepatria se precie. Ahora, tras la explicación de Lamelas de cuál será su quehacer en el país, la relación no tendrá tapujos ni disimulos.
Acaso este desvergonzado inmiscuirse en los asuntos de la Argentina, como si fuera ni más ni menos que una especie de factoría a la que se debe manejar según los intereses yanquis, sirva al menos para que los que dieron de buena fe su voto al mileísmo, recapaciten con vistas al futuro cercano de las elecciones. El pueblo también espera una reacción acorde de todos los que dicen representarlo.
Frente al agravio, claro, la gente se refugia en el humor. Así utiliza el apellido del posible embajador como un quehacer para sus calcetines. Con más agudeza, el columnista Horacio Verbitsky hace notar que ese apellido, visto como un palíndromo, se lee “sale mal”.
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