Ellos dispararon primero
El sábado de la semana pasada, luego de que los efectivos del Servicio Secreto se llevaran a Donald Trump del escenario donde acababa de ser herido de bala -no sin antes permitirle saludar a la multitud, puño en alto, exhortándola a pelear- el público presente irrumpió en un canto: USA! USA! (iu-es-ei). La arenga admite varios significados: el más obvio sería el de un grito de patriotismo. Pero también puede leerse como un reconocimiento de los presentes, de haber asistido al espectáculo más típicamente norteamericano, el de la violencia armada, política o no.
Típico.
Aunque el presidente Biden haya dicho que "este tipo de violencia no tiene lugar en nuestra democracia" (al parecer, otros tipos de violencia sí lo tendrían) y el New York Times haya exhortado al público a dirimir sus diferencias políticas a través del voto, y no de las balas ("ballots, not bullets"), la verdad es que EEUU ostenta una larguísima tradición de violencia política, con cuatro presidentes en ejercicio asesinados a lo largo de su historia.
Es cierto que el último atentado que se recuerda es el sufrido hace más de cuarenta años por Ronald Reagan, en 1981, cuando fuera gravemente herido de bala; pero no es menos cierto que hubo otros intentos de magnicidio que no llegaron a tener lugar -porque fueron desactivados por el Servicio Secreto- contra casi todos los presidentes que lo sucedieron: los dos Bush, Clinton y Obama.
La naturalización de este fenómeno -íntimamente vinculado al insostenible "derecho a portar armas" entronizado en su constitución- es tal que a nadie en EEUU se le ocurrió cuestionar el hecho de que un chico de 20 años (Thomas Matthew Crooks) haya tenido la posibilidad de acceder legalmente a un rifle apto para francotiradores, el que empleó para disparar contra el candidato republicano. Mientras tanto, del tirador se sabe poco y nada: no han conseguido desentrañar los motivos que lo llevaron a este acto demencial, un silencio que amplifica lo ominoso de toda la situación: el riesgo de morir baleado, del que no se salvan ni los más vigilados de los individuos.
Historia.
Por supuesto, todo el mundo recuerda al último presidente asesinado, John F. Kennedy (1963), que suele ser recordado con admiración (se dice que su presidencia fue "Camelot", como el reinado de Arturo en Inglaterra), aunque cada vez más la evidencia histórica arroja datos poro halagüeños sobre su personalidad. En particular, su miserable actitud hacia las mujeres.
Se recuerda también a Abraham Lincoln (1865), el que ganó la Guerra de la Secesión, y permitió la abolición de la esclavitud y la unificación del territorio nacional. Pero hubo otros dos presidentes asesinados, James A. Garfield (1881) y William McKinley (1901), para no mencionar la lista, más larga aún, de los que sobrevivieron a atentados contra su vida. Acaso el caso más pintoresco sea el de Teddy Roosevelt (1912), a quien le dispararon también durante un mitin, y salvó su vida milagrosamente gracias al efecto amortiguador del grueso discurso que se disponía a leer.
En honor de Teddy hay que decir que con la bala todavía en su pecho procedió nomás a la lectura de su discurso, lo que le demandó cerca de noventa minutos. Bastante más digno que lo de Trump, que apenas silbaron las balas puso cuerpo en polvorosa entre robustos guardaespaldas: su única preocupación en ese momento fue rescatar sus zapatos, que aparentemente se había sacado para pronunciar la arenga a sus seguidores.
Vincent.
Esto ocurrió apenas horas antes de la convención del partido republicano que finalmente, y con una llamativa unanimidad, procedió a ungir al agredido como su candidato a presidente. Trump lucía en la ocasión un vendaje en su oreja derecha, una imagen que recordaba vagamente a Vincent Van Gogh, lo cual hubiera sido una referencia positiva si alguno de los delegados asistentes hubiera sabido quién era ese pintor holandés.
Tal parece que haber sobrevivido al atentado lo ha envuelto en un aura, no sólo de invencibilidad, sino también la de un elegido, un tocado, un salvado por Dios. Una narrativa que, por supuesto, fue convenientemente aprovechada por el ungido en su discurso de aceptación de la candidatura.
Algo de eso había vaticinado uno de los asistentes al mitin donde tuvo lugar el atentado: "Te presento al próximo presidente de EEUU: ¡es un mártir!". Otro de los asistentes, anticipando el clima que se viene, denunció: "¡Ellos dispararon primero!".
Finalmente, uno de los presentes no tuvo tanta suerte. Corey Comperatore, un padre de dos hijos, murió al alcanzarlo una bala que iba dirigida al orador de la tarde. Los testimonios indican que usó su cuerpo como escudo para proteger a su familia, muriendo así como un héroe. Pero está visto que, tal como enseña esta experiencia, si uno quiere proteger a su familia, lo mejor que puede hacer es mantenerla lo más lejos posible de Donald Trump.
PETRONIO
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