Ejemplos negativos
La cantidad de premisas y conceptos sobre los que el mileísmo elaboró su triunfo electoral parece ir pasándole factura a través de los acontecimientos, que son la peor contrariedad política para cualquier gobierno. Los ejemplos son de distinta índole, pero todos negativos.
Los primeros vienen de la falta de definición (más bien apoyo) en cuanto a la situación de los genocidas de la dictadura cívico-militar. La primera consecuencia de peso sobresale por haber llevado a la vicepresidencia de la Nación nada menos que a una explícita defensora de la teoría de los dos demonios, partidaria de liberar a los condenados por delitos de lesa humanidad. Los juicios que fallaron esas condenas habían sido considerados modelos de ecuanimidad en el nivel internacional. Denostarlos desprestigia tanto a la persona como al cargo. Semejante postura la ha obligado a operar desde las sombras. Ello ha sido interpretado como un apoyo –y lo es—para las fuerzas más reaccionaras del abanico político, con los resultados que en las últimas semanas han sacudido altos niveles gubernamentales.
En principio, está la indefendible visita a los genocidas encarcelados por un grupo de legisladores nacionales pertenecientes al partido en el gobierno. Semejante hecho, que al parecer tuvo el aval de altos niveles políticos, se agrandó con evidencias irrefutables, tales como meriendas compartidas o fotografías colectivas. El escándalo, su difusión al menos, fue irrefrenable y los participantes, pretendiendo justificativos, cayeron en el ridículo. Tal es el caso de la diputada que tratando de defender su concurrencia, por una razón de edad argumentó no saber quién era ni cómo había actuado Alfredo Astiz, lo cual fue lamentablemente memorable. El proceder de los legisladores no fue ajeno al criterio que expusiera el ministro de Justicia al decir que “el mantenimiento de esas penas hace que estemos afectando el criterio de dignidad y esto no se ha convertido en justicia, sino que se toma en venganza”.
En respuesta a semejantes manifestaciones por parte nada menos que de la más alta autoridad política en cuanto a la justicia del país, un fiscal actuante en aquellos juicios no vaciló en señalar que ”la política retórica y en acciones del gobierno va en la dirección de simpatía, apoyo y complicidad con los condenados de la dictadura” y que “no es un gobierno negacionista ni relativista”, agregando que “parte de la política oficial es de amparo de los represores y esto hay que decirlo sin eufemismos”.
Pero semejante accionar dentro de uno de los poderes de la Nación y el apoyo consiguiente abrió la puerta para un hecho muchísimo más grave: el asesinato de la esposa de un desaparecido, madre de un activista por los derechos humanos. El hecho incluyó un mensaje con jactancia y amenazas incluidas, sugiriendo la autoría intelectual y material de la policía cordobesa. Un proceder tan bestial fue condenado por casi todo el arco político y tuvo un rechazo explícito por parte de una jerarquía que la torpeza del gobierno no evaluó. Fue la del Papa Francisco, una personalidad que, al margen de su condición de argentino, posee canales de información y líneas de evaluación política imposibles de descalificar. El pontífice fue terminante: “No aflojen, conserven la memoria de lo que han recibido. No solo de las ideas sino de los testimonios".
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