El chorizo no es vegano
La Unión Europea tiene, sobre todo desde el comienzo de la guerra en Ucrania, muchos más problemas de los que puede encarar ese hato de tecnócratas elegidos por nadie que viatican en Bruselas. Con su decisión suicida de suprimir toda compra de energía a Rusia, ahora la pagan el doble y hasta el triple a los EEUU, que además de humillarlos cada vez que puede, ahora los obliga a incrementar el gasto militar para la "autodefensa". La crisis es tal, que un país llamado Alemania -con ciertos antecedentes poco pacíficos durante el siglo pasado- ha comenzado a abandonar su complejo industrial automotriz, reconvirtiéndolo en industria armamentista. Si a eso le sumamos el resurgimiento atroz de movimientos políticos de extrema derecha en todo el continente -que, por otra parte, navega en la intrascendencia geopolítica- la situación no puede ser más preocupante.
Veggie.
Y por si fuera poca la incompetencia de la burocracia en Bruselas -encabezada por esa cacatúa patética llamada Ursula von der Leyen- podría esperarse que los auténticos representantes del pueblo europeo, los así llamados "eurodiputados" de Estrasburgo, estarían ocupándose sancionando medidas que contribuyan de alguna medida al bienestar de los pueblos del viejo continente: error.
El Parlamento Europeo acaba de eructar una ley que prohíbe la hamburguesa vegetariana. Entiéndase: no el plato (si puede ser llamado así) como opción para el menú del europeo que opta por no comer animales. Solamente el nombre con que se lo conoce. De acuerdo a la nueva gloriosa disposición, los nombres "hamburguesa" "chorizo", "salchicha" o "bife", entre otros, sólo podrán ser empleados para designar a productos que contengan carne animal. Esto, claro está, sujeto a que otras ramas del gobierno central de la Unión Europea dispongan lo necesario para que esta nueva genialidad se transforme en ley.
La medida, se supone, viene a apuntalar la agricultura europea, que se ocupó de promover un potente lobby tras este proyecto, ya que el consumo de carne observa un persistente declive en los últimos años, mientras la producción de productos basados en alternativas vegetales registra un crecimiento sostenido.
Adolfito.
Uno de los más firmes abogados de la medida, el canciller alemán Friedrich Merz, acaba de declarar, solemnemente, que "el chorizo no es vegano". Es una lástima que, por razones de la corrección política imperante, no haya podido utilizar como imagen para su campaña el retrato de Adolf Hitler, un oscuro líder del siglo pasado que, tal como es historia indiscutida, mantenía una rigurosa dieta vegetariana, y un amor incondicional por los perros. Probablemente esa imposibilidad tenga relación con el hecho de que "Hitler" sería una denominación de origen controlada de Austria, su país de nacimiento.
La verdad es que las estadísticas no respaldan demasiado la necesidad de esta nueva medida: la enorme mayoría de los consumidores no tienen mucha dificultad para reconocer que, por más que le pongan el nombre de "hamburguesa", una tortilla marrón compuesta de quinoa, porotos y/o lentejas, no tiene nada que ver con su jugoso equivalente cárnico. Y ni qué hablar de los supuestos "bifes" hechos con coliflor o tofu.
También es cierto que la iniciativa proviene de los aguerridos granjeros franceses, quienes, como buenos lectores de Foucault, se atienen al poder literal de la palabra como artefacto de poder. Y que uno de los principales afectados por la nueva medida es una compañía alemana, la Rügenwalder Mühle, experta en el arte de proveer a las nuevas generaciones de amantes de los animales, de alimentos que reemplacen lo que durante milenios han sido las mascotas de sus ancestros.
Prensa.
La verdad es que, en Europa, el consumo de carne viene en clara caída, y se estima que en los próximos años podría perder hasta un cinco o seis por ciento del mercado actual. Las causas son múltiples, todas derivadas de una "mala prensa": una, claramente, tiene que ver con las regulaciones bizantinas de la propia UE a la hora de recibir importaciones. Otra, bastante obvia como resultado, es el de la suba de precios, aunque este fenómeno es universal; y vaya si no lo sabemos en este paraíso del asado, donde una juntada con amigos y parrilla se ha transformado en un lujo.
Pero también existe una percepción negativa sobre la sustentabilidad de toda esa industria desde el punto de vista ecológico: hasta se ha llegado a la enormidad de adjudicarles a las pobres vacas la responsabilidad por el calentamiento global, debido al metano que contienen sus flatulencias. De pronto ese tierno bovino que nos mira desde el más budista nirvana del verde pampa es más tóxico que la industria armamentista, la aviación comercial y el narcotráfico.
Créase o no, en medio de todo este baile en la primera clase del Titanic, la cuestión no es nueva. Ya hace más de una década, en 2013, la Unión Europea excretó una ley definiendo a la "leche" como el "producto del ordeñe de una o más vacas" (curioso que las ovejas, chivas y búfalas europeas no apelaran la medida). Esto dejó a los productores de bebidas basadas en almendra, avena y otras porquerías vegetales, sin más remedio que acomodar sus técnicas de marketing, branding y -sobre todo- sus franeleos con las sufridas ubres bovinas.
El único consuelo es que, en poco tiempo, todos estos debates hippies serán cosas del pasado. Que Dios no permita, pero como vienen las cosas, los europeos volverán pronto a la costumbre que más los caracteriza, que es la de matarse unos a otros como perros, como quien reclama la atención universal que hace tiempo los ignora.
Es la escena tardía y decadente a la que asistimos: tras el fondo de un patético vals de Johanness Strauss, un grupete de gente rica, bien vestida, y drogada con azúcar de la pastelería vienesa (eso sí, vegana) baila sin swing, impaciente a la espera de la chispa que inicie la próxima guerra mundial.
PETRONIO
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