Domingo 21 de abril 2024

El libro de la risa y el olvido

Redacción 25/06/2023 - 10.59.hs

Los que tuvimos la suerte de ser educados por una pareja de padres analógicos (en oposición al modelo actual, en que esa tarea la cumple algún algoritmo descargado al celular) aprendimos bien temprano que ser agradecidos era uno de los principales gestos de la buena educación. El agradecimiento como deber. Pero ahora la ciencia nos dice que, en realidad, ser agradecido puede bien ser un acto de autogratificación también, ya que, aparentemente, dar las gracias y reconocer lo recibido puede tener efectos increíblemente benéficos sobre nuestra salud. Practicar la gratitud (no necesariamente hacia alguien en particular, sino también como un acto de reconocimiento, que puede ser dirigido a un ser superior si se tiene esa creencia) puede mejorar la salud de una persona. Parece ser que hasta presenciar un acto de gratitud -sin ser su protagonista- puede ser beneficioso.

 

Novedad.

 

En realidad este área de estudios no es nueva: pionero en este campo, el psicólogo Robert A. Emmons publicó su primer estudio al respecto hace dos décadas. Y no se trata meramente de la salud emocional, o de las relaciones interpersonales. Han existido mediciones concretas, según las cuales no sólo mejora el estado de ánimo, se reducen los síntomas de depresión y ansiedad, mejora la autoestima y la actitud ante la vida. También hay estudios que vinculan el agradecimiento con un mejor ritmo cardíaco, una presión sanguínea más equilibrada, esto es, mediciones corporales objetivas que se vinculan a la buena salud.

 

La gratitud, desde luego, es una emoción positiva, que aparece cuando uno reconoce las buenas cosas que tiene en su vida, y que otras personas (o algún ente superior) son al menos en parte responsables por esas bendiciones. Pero lo que parecen demostrar estos estudios, es que el simple sentimiento, con lo importante que resulta, no basta: expresar esa gratitud mediante actos simples y cotidianos resulta tanto o más importante.

 

La buena noticia es que uno no necesita hacerse de una disciplina estricta, ni contratar un "personal trainer" para ejercitar el agradecimiento. Basta con pequeños actos diarios, como podría ser, por ejemplo, anotar en un papel los bienes recibidos al cabo del día, y guardarlos en un lugar especial, como un jarrito o un cajón.

 

Lamentablemente, mucha gente vive inmersa en un ciclo tóxico de permanente insatisfacción y queja, incapaz de disfrutar el día a día, odiando su trabajo, desconfiando de los otros y añorando el momento de descansar de todo ese agobio. Otros, no en menor número por cierto, tienen una necesidad patológica de adjudicarse todos los méritos por las cosas buenas que ocurren, y son incapaces de compartir ese crédito con otros, aún sabiendo que éstos han contribuido efectivamente. "A mí nadie me regaló nada" es la muletilla favorita, y ya se sabe hacia dónde van a parar esos votos el día de las elecciones.

 

La evidencia científica está ahí: si no se hace por buena educación, hay que agradecer por egoísmo y en beneficio propio. Si no, después no vale quejarse cuando el cuerpo te pasa la factura.

 

Era dorada.

 

Cuán presto se va el placer

 

Cómo, después de acordado, da dolor

 

Cómo, a nuestro entender,

 

Todo tiempo pasado fue mejor.

 

Estos versos pertenecen al poeta español Jorge Manrique, fallecido en 1479, esto es, antes del "descubrimiento" de América por Cristóbal Colón. Pero la idea es mucho más vieja: ya los griegos escribían para quejarse de la pérdida de su época dorada, y de lo descarriada que estaba la juventud, que no encuentra reposo. Y por supuesto, muchos hoy siguen repitiendo lo mismo, y quejándose de cómo la gente es cada vez más mala, o está loca, o no quiere laburar (por supuesto, hay otros, como Luis Alberto Spinetta, que postulan que "mañana es mejor").

 

Créase o no, hay otro investigador en el campo de la psicología, llamado Adam Mastroiani (apellido entrañable si los hay) que se ha dedicado a estudiar el proceso mental por el cual muchos se entretienen con este pensamiento pesimista. Sus conclusiones, junto a su colega Daniel Gilbert, acaban de publicarse en la revista Nature.

 

Para ellos, nuestro cerebro está infectado por una especie de virus cognitivo que nos hace percibir nuestra época como decadente, aún contra toda la evidencia en contrario. Y aseguran haber encontrado evidencia científica a lo largo y a lo ancho del mundo, en un estudio de magnitud sin precedentes, que involucró a más de medio millón de individuos.

 

Conforme estos datos, recopilados en 235 encuestas autónomas, efectuadas en 59 países, la abrumadora mayoría de gente cree, en todas partes, que los humanos actuales son menos amables, honestos y éticos de lo que eran en el pasado. Y no sólo eso: creen que este proceso viene ocurriendo a lo largo de todas sus vidas, sin distinción de edad, ni de creencias políticas, ni de color de piel. Aparentemente la "edad de oro" de la humanidad ha desaparecido hace mucho.

 

Lo curioso es que las mismas personas, preguntadas por situaciones concretas, aportan datos reales que no respaldan sus sentimientos pesimistas; y esto viene ocurriendo hace décadas, desde mediados del siglo pasado.

 

Bastante complicado es lo que le ocurre a un individuo con esta cadena de pensamientos derrotistas. Sus posibilidades de felicidad y de éxito se reducen drásticamente. Pero mucho peor es lo que le ocurre a la sociedad en su conjunto. Como los ingenieros políticos bien saben, estas tendencias psicológicas de la sociedad pueden explotarse con mucha eficiencia, y de ahí los demagogos -de todos los orígenes, pero sobre todo de la derecha- hayan irrumpido con slogans del tipo "Hagamos grande a América de nuevo" (Trump) o "Recuperemos el control" (Brexit).

 

Apelando a la nostalgia por una época dorada que nunca existió, se garantizan llevarnos, mansitos y hasta entusiastas, a un futuro cada vez más parecido a una granja humana. Eso nos asegura, desde luego, que en el futuro añoraremos este momento, en que éramos felices y no nos dábamos cuenta.

 

PETRONIO

 

Fotografía: Greater Good Magazine.

 

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