El micrófono cumple 100 años
Esta semana se cumplió el centenario de la primera grabación comercial con micrófono de la historia. El cumpleaños que -paradójicamente- resultó bastante silencioso, recuerda un 25 de febrero de 1925, cuando Art Gillham, un músico al que apodaban "el pianista susurrante", entró a los estudios de grabación de la Columbia Phonograph Company para probar el nuevo invento, que revolucionaría la industria de la música, y que modificaría las técnicas vocales, el rol de los instrumentos en cualquier ensamble, y la manera en la que todos escuchamos música hoy en día.
Columbo.
Curiosamente, no existe ni siquiera una placa que recuerde el lugar donde ocurrió este hito histórico. Se supone que está en algún lugar del Lincoln Center, ese gigantesco complejo cultural ubicado en la zona de Columbus Circle en Manhattan. La compañía Columbia -que tomó su nombre de esa locación- es la más antigua del mundo, y luego pasaría a transformarse en CBS, conocida por su sello color naranja, para después terminar fagocitada por la Sony Music. Esto ocurrió, desde luego, en la década del '80, cuando el poderío económico japonés parecía que iba a comerse el mundo: un período que terminó cuando los EEUU, que tenían -y tienen- decenas de miles de tropas apostadas en el país, le sugirieron a Tokio que mejor devaluara su moneda y se dejaran de comprar joyas norteamericanas como el Rockefeller Center.
Parece adecuado que aquella primera grabación (una cancioncilla poco memorable titulada "You may be lonesome") haya sido grabada por un cantante "susurrante", ya que, precisamente, el micrófono, si algo vino a aportar a la música grabada, son los matices infinitos que puede alcanzar la voz humana al cantar.
Hasta ese entonces y desde que Thomas Edison inventara el fonógrafo, en 1877, las grabaciones se realizaban por un procedimiento puramente acústico: el sonido era capturado por un cono acústico, que traducía esas ondas sonoras en vibraciones que, captadas por una aguja, cortaban surcos en un disco giratorio de cera. Se preservan, desde luego, grabaciones de este período -algunas de verdaderos maestros como Enrico Caruso- pero carecen del rango dinámico que pasaría a caracterizar los registros del micrófono.
Técnica.
Muchos cantantes -como Al Jolson o Bettie Smith- nunca se adaptaron al nuevo invento. Pero quienes supieron sacarle el jugo, no sólo adquirieron gran fama, sino que además reinventaron la técnica vocal. Y es que el micrófono, con su sensibilidad exquisita, se mostró capaz de capturar cada pequeña sutileza, cada suspiro, cada vibrato, hasta la sonrisa del cantante. Caruso y los grandes de la ópera habían desarrollado una técnica extraordinaria destinada a obtener volumen y "proyectar" la voz para "llenar la sala" y llegar con su voz hasta el último asiento del teatro. Ahora el micrófono permitía ahorrarse todas esas molestias, y explotar los infinitos recursos de las cuerdas vocales, la laringe, la boca y el cráneo humanos.
Resulta cómico pensar que, aún cuando ya en diciembre de 1925 los periódicos hablaban maravillados del nuevo invento, al principio las compañías discográficas (Columbia y su competidora Víctor) le ocultaron a sus consumidores que estaban empleando esta novedosa tecnología, temerosas de que las ventas cayeran por la desconfianza del público. Y es que no faltó, desde luego, quien se quejara de que las nuevas grabaciones eran frías, carentes de alma, ya que, por supuesto, todo tiempo pasado fue mejor.
Luego vinieron muchos otros inventos que contribuyeron a mejorar las técnicas de grabación musical: el empleo de la cinta magnetofónica, la grabación multipista, el estéreo, la grabación digital, y últimamente -cuando no- la revolución la comanda ese monstruo de mil cabezas que es la inteligencia artificial. Pero cualquier buen técnico de grabación dará la misma respuesta: sin un buen micrófono, todo lo demás no sirve para nada.
Dato no menor: son los alemanes los que, hasta el día de hoy, llevan la delantera en la calidad de estos productos. Marcas como Neumann, Telefunken, Brauner, son las más cotizadas, al punto que algunos de esos micrófonos superan la barrera de los diez mil dólares de precio.
Naturaleza.
Como toda tecnología que se precie, los micrófonos vinieron a corregir a la naturaleza en un problema eterno, cual es el diferente volumen relativo de los distintos instrumentos. Los vientos, y en particular, los metales -como la trompeta o el saxofón- suenan mucho más fuerte que las cuerdas. Y ahí es donde entra el micrófono para promover la armonía entre los sensibles instrumentistas.
Hasta la invención del micrófono, por ejemplo, los contrabajistas debían sufrir la ignominia de compartir su lugar y su partitura con los ejecutantes de tuba, ya que el sonido de ese instrumento de cuerda era difícilmente audible en medio del bochinche que aportaban los vientos, el piano y la batería.
Gracias al micrófono, hoy podemos escuchar música que suena mejor que en el mundo real, particularmente en géneros como el jazz o la música clásica, que emplean predominantemente instrumentos acústicos. Y escuchando las grabaciones de cien años atrás, parece que viviéramos literalmente en otro mundo.
Mientras tanto, nuestro amigo Art Gillham se ganó, por puro azar, un lugar en la historia de la música, con su debut con el micrófono. Fue famoso también por un incidente policial, cuando yendo a tocar en Atlanta, Georgia, se disparó accidentalmente en el muslo con su pistola, que llevaba inconvenientemente ubicada en el bolsillo del pantalón. Pero es probable que él hubiera preferido que no se le recuerde por ese episodio.
PETRONIO
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