Eramos pocos… y parió la NASA
Resulta que no sólo esta semana recibimos un año nuevo, sospechosamente parecido al anterior. También parece que debemos darle la bienvenida a un nuevo planeta en el sistema solar, si hemos de confiar en lo que dice la gente de la NASA, tras un estudio pormenorizado que coordinó el astrofísico Konstantin Batygin, sospechosamente nacido en la Moscú soviética de los años '80. Si no tenemos una foto para ilustrar esta nota, que nos muestre la cara de nuestro nuevo vecino, es porque los chicos de la NASA tampoco la tienen: aseguran que por la lejanía de este planeta, y su escasa disposición a reflejar la luz del sol, no resulta posible observarlo con los telescopios actualmente disponibles. Tal parece que la agencia espacial está haciendo lobby para obtener una mejora presupuestaria: van a tener que esforzarse para demostrar cómo es que un nuevo planeta en el barrio va a contribuir a hacer grande de nuevo a Norteamérica.
Deducción.
El lector se preguntará: si no pueden verlo, ¿cómo han estado tan rápidos en declarar el descubrimiento de este nuevo cuerpo celeste? Pues bien, y aunque no nos hemos tomado el trabajo de revisar esos cálculos, tal parece que los expertos en un estudio algo esotérico denominado "Objetos Trans-Neptunianos" (o sea, todo lo que está más allá de Neptuno, el planeta más lejano del sol hasta ahora) descubrió anomalías orbitales que sólo pueden explicarse por la presencia de un planeta. Y no cualquier planeta, sino un monstruo cuyo tamaño sería de entre cinco y diez veces el de la Tierra.
Y es que hace mucho tiempo que la astronomía ha dejado de ser lo que era, al menos en nuestra imagen mental de Galileo Galilei, solo por las noches mirando a ojo pelado los astros a través de un telescopio gigante. Hoy esa tarea de observación se hace 24 horas al día, siete días a la semana, a través de computadoras súper potentes, que no sólo miran y fotografían todo lo que les pasa por delante, sino que además se encargan de sacar cuentas y medir los movimientos de esos puntos brillantes en el cielo, para luego hacer predicciones sobre su comportamiento futuro.
Y para ello cuentan con telescopios enormes, ubicados en los mejores puntos de observación del planeta (predominantemente desiertos sin contaminación lumínica) cuando no directamente orbitando en la estratósfera. Definitivamente, astrónomos eran los de antes. Y no sólo porque no eran subvencionados por el Estado, sino porque a más de uno sus descubrimientos le costó una visita al laboratorio de la Inquisición católica.
Nervios.
Hay como un clima de nervios en el sistema solar, en particular, desde que hace un par de décadas, un cuerpo celeste que durante un siglo habíamos abrazado en nuestro corazón como uno de los planetas más simpáticos (el pequeño Plutón, que dio nombre al perro "Pluto" de Disney) fue degradado a la categoría de "planeta enano".
Ahora parece que tenemos un nuevo habitante del barrio, y parece ser un chico malo. Porque resulta que los astrónomos sólo le dan categoría de planeta a un cuerpo con la suficiente masa como para tener forma esférica, una fuerza gravitacional que haga bullying a quienes se interponen en su camino, y, en definitiva, una órbita despejada. Un planeta, para la mentalidad capitalista imperante, debe ser agresivo y competitivo, y a su paso todo el mundo debe cruzarse a la vereda del frente.
Este fue el motivo de la humillante degradación de Plutón, cuya desgracia estuvo en tener un satélite demasiado grande, que le generaba una órbita muy irregular y errática, al punto de no saberse bien quién era el satélite de quién. Esta relación igualitaria -aunque algo tóxica- terminó por destruirlo y llevarlo a la situación de calle y a la adicción. ¿Qué otra cosa podía esperarse de una luna llamada "Caronte", así nombrada en homenaje al barquero que se lleva a los muertos, en la mitología griega? En aquellos confines helados de nuestro sistema planetario, no da para culparlo por haber buscado el calor de una compañía, por más molesta que fuera.
Cálculos.
Seguramente habrá más noticias en un próximo boletín acerca de esta incorporación en el mercado de pases veraniego (o invernal, si nos ubicamos en el Hemisferio Norte). La noticia es lo bastante espectacular como para conseguir fondos estatales que permitan construir telescopios adecuados para sacarle la foto de frente y de perfil a este personaje del hampa trans-plutoniana.
Y decimos fondos estatales, porque apostamos doble contra sencillo a que el mercado mostrará escaso interés en poner plata en este tipo de desarrollos científicos, excepto -claro está- para comenzar un incipiente mercado inmobiliario, vendiendo parcelas de terrenos en el nuevo cuerpo celeste. Una apuesta algo dudosa, porque está bien pensar en vacacionar en un lugar más fresco que esta Pampa ardiente, pero la experiencia parece un poco extrema, y que se sepa, todavía Elon Musk no ha habilitado una línea de bondis para llegar a este nuevo destino turístico.
Quién sabe cuándo podremos ver finalmente una imagen de este nuevo vecino, si es que tal cosa pueda ocurrir en el lapso de nuestra triste vida terráquea. Por las dudas, no hay que hacerse demasiadas ilusiones: por otra parte y seguramente, con el frío que tiene, el nuevo planeta debe tener cara de traste.
Detalle no menor: el amigo Batygin (no confundir con el gin de Batman) no se ha molestado en bautizar a su descubrimiento, y eso que la mitología griega está atestada de personajes interesantes para robarles el nombre. Quizá sea mejor así: si empezamos a conocerlo con un nombre propio somos capaces de encariñarnos con el pobre diablo.
PETRONIO
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