¿Es un proceso realmente democrático?
EEUU se considera a sí mismo como “la mayor democracia” del mundo, y en ese rol juzga a los demás países. Sin embargo, su sistema electoral deja mucho que desear en relación al respeto a la voluntad popular.
IRINA SANTESTEBAN
El sistema electoral norteamericano es indirecto, donde los y las votantes no eligen a los candidatos propuestos por los partidos políticos sino que eligen a “compromisarios” que formarán parte de un Colegio Electoral, que a su vez elegirá al futuro presidente o presidenta de la Nación, juntamente con su vice.
Además el sistema es diferente en los estados de la Unión, pues en 48 de ellos el candidato ganador se lleva todos los electores de su estado, aunque haya ganado por un voto. Solo en los estados de Nebraska y Maine rige un sistema diferente para la elección de los integrantes del Colegio Electoral.
De esta manera, el resultado final de la elección no siempre beneficia al más votado, con lo cual se tergiversa la voluntad de la mayoría del electorado.
¿Quiénes se postulan?
En estas elecciones, además de los partidos Republicano (Donald Trump – J.D. Vance) y Demócrata (Kamala Harris – Tim Walz), intervienen otros espacios políticos, como el Partido Libertario (Chase Oliver – Mike ter Maat), el Partido Verde (Jill Stein – Butch Ware); Partido Popular (independiente) con las candidaturas de Cornel West y Melina Abdullah; y otros cuatro candidatos, entre ellos el rapero Joseph “Afroman” Foreman.
Desde 1857, demócratas y republicanos se han alternado en el gobierno de los EEUU, con clara preeminencia de los segundos: en 18 oportunidades fue elegido un presidente demócrata y en 26 ocasiones un republicano. Siempre fueron presidentes varones, pues en 2016 Hillary Clinton no pudo convertirse en la primera mujer presidenta de los EEUU, al perder con Donald Trump. ¿Será Kamala Harris la primera en ocupar ese cargo en el país que se considera la “mayor democracia” del planeta?
¿Democracia?
Al ser un sistema indirecto, resultará electo como primer mandatario el candidato que obtenga la mayor cantidad de integrantes del Colegio Electoral (tiene 538 escaños), es decir, gana quien obtenga 270 electores.
En 2016, Hillary Clinton logró casi 3 millones de votos más que su competidor Donald Trump, pero éste fue finalmente consagrado presidente. Y paradojalmente Trump desconoció (y lo sigue haciendo) los resultados de la elección de 2020, cuando perdió frente a Joe Biden. En enero de 2021, una turba de fanáticos ultraderechistas, instigados por las denuncias de Trump y su desconocimiento del resultado, irrumpió violentamente en el Capitolio, provocando graves y violentos disturbios, con un saldo de cinco muertos y decenas de heridos por armas de fuego.
En la causa judicial por esos hechos, Trump fue sobreseído. Pero tiene una condena judicial por falsificación de registros para ocultar un escándalo sexual durante su primera campaña presidencial en 2016. De esta forma, es el primer ex presidente condenado en EEUU, y sin embargo eso no le impide volver a candidatearse para la presidencia. ¡Muy generoso el sistema democrático estadounidense!
Más atrás en el tiempo, en 2000, también hubo un controvertido proceso electoral, cuando George W. Bush le ganó a Al Gore, luego de una reñida elección en el estado de Florida, gobernada por el hermano del republicano, Jeb Bush, La diferencia a favor del luego presidente fue de 537 votos en casi 6 millones de votos emitidos en ese estado, cifra que fue controvertida y demoró meses el resultado electoral. Finalmente, fue la Corte Suprema de los EEUU, con mayoría republicana, la que le dio el triunfo a George W. Bush.
Doble vara.
Como vemos, la democracia norteamericana tiene sus bemoles, y eso solo si nos referimos exclusivamente a su sistema electoral. Ni hablar de la injerencia de los aportantes a las campañas de los partidos políticos, donde tallan los millones de dólares de los dueños del verdadero poder en EEUU: las corporaciones económicas y los millonarios como Elon Musk, principal aportante de la campaña de Trump.
Sin embargo, a la hora de juzgar a las democracias de otros países, sin ponerse colorados, tanto demócratas como republicanos se rasgan las vestiduras como si el sistema norteamericano fuera un modelo a seguir. En las recientes presidenciales de Venezuela, el pasado 28 de julio, todo el establishment norteamericano se hizo eco de la denuncia de fraude que formulara el candidato opositor Edmundo González Urrutia y la golpista María Corina Machado, negándose a reconocer el triunfo del presidente Nicolás Maduro. Lamentablemente, la mayoría de los países de la región latinoamericana se unió a ese coro, desconociendo el dictamen del Consejo Nacional Electoral y del Tribunal Superior Electoral.
Mal que les pese a quienes consideran a EEUU como “una gran democracia”, el sistema electoral venezolano, con elección directa a presidente y vice, con voto electrónico, que entrega una constancia a cada elector y un acta a cada partido presente en la mesa de votación, es muy superior en cuanto a la transparencia y la seguridad de los resultados que se obtienen.
En Venezuela resulta elegido el candidato más votado, le guste o no a Washington, que se entromete en los asuntos internos de los países que no se someten a sus dictados políticos y económicos. Por ello, la supuesta “democracia” mantiene centenares de sanciones contra Venezuela, al igual que lo hace desde hace 62 años contra Cuba. En este último caso, desconociendo el explícito apoyo que la isla socialista obtiene cada año en la Asamblea General de Naciones Unidas, donde la semana pasada 187 países votaron a favor de la eliminación del bloqueo criminal que sufre por parte de EEUU. Solo dos países votaron en contra (EEUU e Israel) y uno se abstuvo (Moldavia).
Contra todos los pronósticos, Argentina votó a favor de Cuba, lo que le costó el puesto a la canciller Diana Mondino, quien fue obligada a renunciar por el presidente Javier Milei. En una actitud muy poco democrática, Milei anunció una “purga” al interior del Ministerio de Relaciones Internacionales, para echar a quienes no comparten las ideas de la “libertad”.
Como vemos, las palabras “democracia” y “libertad” están en decadencia en algunos países, comenzando por EEUU, cuyos gobiernos, sean republicanos o demócratas, pretenden tener la autoridad moral para juzgar a los demás, criticando la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga en el propio.
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