Juntando fuerzas
Uno tiene la sensación de que las malas noticias no vienen de una, sino que caen en racimo.
Que lo del Garrahan, que la represión a los jubilados y jubiladas y a quien pase cerca cada miércoles, que la inflación sube y no la miden, que pisan las pocas paritarias que se logran, que el congelamiento del presupuesto universitario, que el desmantelamiento del sistema científico y tecnológico, que las quitas de subsidios a discapacitados, que los alimentos pudriéndose en galpones. Y las uvas siguen y se arraciman.
También se escucha el quejoso mantra de “que nadie hace nada, nadie nos defiende”. Que la oposición no se organiza, que la CGT esto y aquello, que es lo que no hace tal o cual dirigente o colectivo militante. Se invisibilizan acciones, se culpa a cualquiera a troche y moche. Mientras la mayoría se queda en la casa encontrando una buena excusa para no salir.
“Y bue, qué se le va hacer” dicen algunos compatriotas, y andan como lobotomizados, parecen extras de “The Walking Dead”. O se convirtieron en los “manos” de “El eternauta” (la historieta) a quienes les conectaron la glándula del miedo, y se prohíben a sí mismos el pensar, acaso cuestionar y mucho menos el hacer algo más allá de las fronteras individuales. Y no se dan cuenta que en verdad se están muriendo en vida, resignados y no “re” signados, vueltos a signar, con la posibilidad siempre esperanzadora de armar nuevos símbolos que viabilicen el poco deseo que todavía no se chupó el celular que te enreda en fotos y videítos con muy poco sentido crítico.
“Ajo y agua”, dicen otros. Pero no se trata de eso, de joderse así como así, ni de aguantar aquello que atenta a la dignidad humana sin siquiera quejarse. Hace falta mucho más. No seamos miserables.
Y tampoco alcanza con “ponerle el pecho a las balas”. Aunque tener coraje es indudablemente el primer paso que tenemos que dar. Pero también sabemos que eso puede ser una trampa, porque no estamos dispuestos a morirnos. A eso es donde nos quieren llevar. Y no lo vamos a hacer, porque hemos aprendido las lecciones de la historia ya no tan reciente, como pueblo que somos.
Aunque no nos demos cuenta del todo, es imprescindible avanzar un poco más, al menos para encontrar el mejor lugar, bien parapetados para resistir. Porque la nevada durará un tiempo, pero parará, simplemente porque siempre paró, incluso aquellas que fueron más mortíferas que ésta de ahora.
También es cierto que hace falta un poco más aún. Y eso es lo que algunos empiezan a pedirse a sí mismos, eso es lo que vamos haciendo, asumiendo de a poco el protagonismo, hay que creer. Desprendiéndonos de la delegación en nadie.
Es buena la idea de apechugar: “Empujar o apretar con el pecho, acometer” dice el Google. Porque es algo más que hacer el aguante liso y llano. Medio encogido, casi agachado como estaba Pablo Grillo cuando recibió el disparo artero y cruel, mientras estaba trabajando y también militando. Apechugar como lo siguió haciendo él, cada día en el hospital y por suerte ahora en su casa.
Apechugar como abrazar apretujando, acompañando, amuchándonos. Como el pasto de la pampa, esa paja brava, que resiste al viento continuo, a la lluvia, a la helada. Pechuga que también connota al pecho, aquel materno que nos amamantó cuando recién llegábamos al desangelado mundo, y que luego fue ampliándose también al ancho pecho paterno que nos refugió ante los dolores que fueron llegando. Y que anticiparon los abrazos de tantas y tantos cuando fuimos creciendo. Y los que seguirán.
Ojo, que nadie se equivoque. No nos están arrasando, aunque no estemos bien. Tampoco estamos en desbandada, no nos están llevando puestos.
Estamos apechugando, juntando fuerzas. Y daremos pelea. Quizás, porque simplemente no sabemos hacer otra cosa. (Por Juanjo Lakonich, extractado de Página 12)
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