La fiesta inolvidable
Días pasados se viralizó un video que muestra a Patricia Bullrich en un visible estado de beodez, saltando con un grupo de adolescentes, durante una fiesta en un salón de Puerto Madero.
Por Ricardo Ragendorfer*
En esa fiesta se celebraba un cumpleaños de 15, el de la hija del fiscal federal Carlos Stornelli. Éste, ancho como nunca, minutos antes había deleitado a los presentes al bailar un vals con la homenajeada. Y entonces, a la ministra se la vio aplaudiendo a rabiar.
Si bien tal escena podría interpretarse, sencillamente, como un himno a la promiscuidad entre dos poderes de la República, lo cierto es que en ambos personajes palpitan algunas gestas en común. Por caso, la violenta represión del 12 de junio de 2024 frente al Congreso, que dio comienzo al nuevo paradigma del punitivismo libertario. Ese miércoles, en el transcurso de la protesta contra la Ley Bases, los mastines antropomorfos de Bullrich detuvieron a 34 personas, entre las cuales hubo una familia que vendía empanadas en la plaza, una mujer que filmaba el operativo policial, un músico callejero, un estudiante de Historia que milita en una organización social, cuatro estudiantes secundarios que salían del colegio y algunos desocupados que se autoconvocaron. La cuestión es que Stornelli los imputó por 15 delitos, incluidos los de “sedición”, “incitación a la violencia en contra de las instituciones”, “uso de explosivos”, “imposición de ideas por la fuerza” y “atentado al orden constitucional”, además de solicitar la prisión preventiva para todos y su inmediato traslado a cárceles federales.
De manera que en Bullrich y Stornelli se advierten almas gemelas. Pero, mientras sobre ella corren a diario ríos de tinta, las indignidades cometidas por él transcurren en un plano mediático más discreto. Una gran injusticia, puesto que merecería ser reconocida su impronta en la historia nacional de la infamia.
En este punto, no están de más algunos pantallazos de su trayectoria. Lo último que se supo de él -en marzo de este año- fue su sobreseimiento en la causa donde -junto a su amigote, el falso abogado Marcelo D’Alessio- se le atribuía haber pergeñado una cámara oculta para perjudicar al abogado José Manuel Ubeira cuando estaba en pleno trámite el caso de los “Cuadernos”. Esa trapisonda fue parte de otro asunto: su participación en una gavilla dedicada al espionaje y a la extorsión.
Pero tal vez esta trama sea el capítulo más liviano de su ser. Porque ese hombre con rostro perruno y sobrepeso supo ser, durante el régimen macrista, un alfil del lawfare, tal como se le dice a la judicialización de la política, a través de la triple alianza entre cierto sector del Poder Judicial, los servicios de inteligencia y la prensa amiga. Tanto es así que -por ejemplo- la ya mencionada causa de los “cuadernos” fue el gran regalo que le dio la vida. Es que, en tándem con el ya fallecido juez Claudio Bonadío, supo articular un sistema confesional basado en lo que podría denominarse la “delación asistida”. Una mixtura entre el macartismo y la inquisición española, orientada en privar de su libertad a todo testigo o imputado que no declarara lo que ellos pretendían oír. Pero el fiscal habría tensado esa cuerda más de lo aconsejable, extendiendo su angurria hacia presuntas cuentas bancarias a su nombre.
Este sujeto solía ufanarse en rueda de amigos por haber propiciado el encarcelamiento del ministro kirchnerista Julio De Vido, a quien, por cierto, le debía su integración al gabinete de Daniel Scioli como ministro bonaerense de Seguridad. Stornelli tiene fama de morder las manos de quienes le dan de comer.
Skanska.
Pero pongamos en foco algunos pantallazos de su existencia. El recordado periodista Enrique Vázquez evocó alguna vez el comienzo de su vida profesional con las siguientes palabras: “En 1983, cuando ingresé a Radio Belgrano, fui recibido por el interventor militar. Estaba de uniforme y tenía un crucifijo más grande que el de Río de Janeiro”. Se trataba del teniente coronel Atilio Stornelli. Su hijo Carlos, por entonces un estudiante de la UBA, solía visitarlo en la emisora. En aquellas ocasiones, no ocultaba su contrariedad ante la restauración de la democracia.
Ya con diploma de abogado, el joven Carlos se fue labrando una opaca carrera judicial en un tribunal porteño de menores. Pero el gran salto lo dio al desposar a Claudia Reston, hija del general Llamil Reston, el poderoso ministro del Interior y Trabajo de Videla y Bignone. Ella trabajaba de abogada en el estudio jurídico del ministro Carlos Corach. Y fue él quien colocó a su marido, en junio de 1993, al frente de la Fiscalía Federal Nº4. Lo cierto es que su designación contó con el beneplácito de Carlos Menem. El riojano estaba lejos de suponer que, un lustro después, ese muchacho taciturno le dictaría la prisión preventiva por el contrabando de armas a Ecuador y Croacia.
Por entonces la vida le sonreía: católico practicante, fanático boquense, padre de tres hijos y ascendente en su labor, ninguna sombra cabalgaba sobre su destino. Hasta que, en 2005, su querido suegro terminó detenido por delitos de lesa humanidad. Pero él mitigó semejante disgusto concentrándose en el caso Skanska, decidido a involucrar en sobornos al gobierno de Néstor Kirchner. Luego se produjo su desembarco en el Gabinete sciolista.
En resumen, Stornelli se llevó puesto de un plumazo la reforma policial efectuada por su antecesor, León Arslanián, dado que les devolvió a los “Patas Negras” -como se les llama a los efectivos de La Bonaerense- las atribuciones recaudatorias que habían tenido en sus épocas más picantes.
Pero su paso por La Plata también fue un semillero de papelones. El más sonado: la búsqueda de la familia Pomar, que -en apariencia- parecía tragada por la tierra. En realidad, sus integrantes habían muerto en un simple accidente vial. Pero la pesquisa -al mando de Stornelli- tardó 24 días en encontrarlos al costado de una ruta.
En tanto, aumentaban los casos de gatillo fácil y torturas en comisarías, a la vez que él accedía a las más antojadizas demandas de los uniformados. No obstante, sólo le bastó realizar un enroque en Prevención del Delito Automotor (una caja codiciada) para que ellos le declararan la guerra. Y con una simpleza terrorífica: tres cadáveres fueron arrojados -en sentido figurado, desde luego- sobre su escritorio. Eran mujeres de clase media, malogradas -presuntamente- en ocasión de robo.
El bueno de Stornelli entendió el mensaje y se apresuró a renunciar, antes de poner los pies en polvorosa en dirección a la CABA. Y nunca más volvió a cruzar la avenida General Paz.
Boca.
El regreso de Stornelli a la Fiscalía Federal Nº4 fue con la frente marchita. Pero pudo sobrellevar su pesadumbre alternando los quehaceres judiciales con la rosca interna en Boca. Eso significó su acercamiento a Macri. Y a otros seres no menos carismáticos.
En abril de 2012 fue designado jefe de Estadio y Seguridad Deportiva de Boca. Y se convirtió en mano derecha de su titular, Daniel Angelici.
Ya se sabe que, cuatro años después, sería una de las espadas más filosas del sistema persecutorio aplicado por el macrismo en el Poder Judicial. Y que, ya en el alba de esta década, quedarían a la intemperie los delitos que cometió desde su despacho.
Pero ahora, bajo la luminosidad plateada de la luna, baila un vals con su hija en un salón de Puerto Madero, mientras Bullrich lo aplaude a rabiar. A veces la vida es bella. (*en tiempoar.com.ar)
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