Sabado 28 de junio 2025

La libertad es para pensar

Redacción 27/10/2024 - 09.20.hs

El nombre de Hanna Arendt goza, entre nosotros, del dudoso privilegio de estar asociado al nombre de cierta política de origen chaqueño, cuya carácter sin embargo no heredó las nobles virtudes del quebracho. Saltimbanqui de mil partidos, últimamente se dedica a modelar ropa para señoras, y -en el colmo de la indignidad- ha "retomado" su profesión de abogada. Se impone entonces un desagravio a esta extraordinaria pensadora alemana, en una época en que el pensamiento parece estar acorralado entre tanta tecnología, tango griterío y tanto sinvergüenza con poder.

 

Condición.

 

La evocación viene a cuento no de un aniversario -como suele ocurrir- sino de una magnífica columna de Ted Gioia, un pensador de nuestros días fascinado con la lectura compulsiva de cuanto texto clásico se le cruce, y, en particular, con la forma extraña en que esas obras, leídas desde el presente, resultan ser proféticas. Aunque, claro, puede aducirse que las profecías no existen, que lo que pasa es que la condición humana no cambia, y de ahí que lo que escribiera Aristóteles o Descartes pueda resonar con fuerza en nuestros días.

 

El libro aquí evocado no es "Eichman en Jerusalem" -su crónica comentada sobre el juicio seguido en 1961 contra el jerarca nazi que Israel secuestró en Argentina- donde ella tuvo oportunidad de acuñar el concepto de "la banalidad del mal", su pasaporte a la inmortalidad en la era de los slogans y de los twits breves.

 

La obra en cuestión es anterior, fue escrita hace casi setenta años, y se titula "La condición humana", título ambicioso si los hay. Y en esas páginas de denso desarrollo conceptual, Arendt parece estar escribiendo desde estos días tecnológicos y políticamente caóticos que nos toca sufrir.

 

Humanidad.

 

Para entrarle a la cuestión de la tecnología que hoy nos permea por todos lados, ella empieza por dirigir su dedo acusador a las personas que están "desconectadas de la condición humana" y en cambio han desarrollado una obsesión por el espacio exterior, aparentemente buscando "escapar de la prisión de los humanos en el planeta Tierra".

 

Como sabrá el lector, el gurú tecnológico de moda, "amigo" de nuestro presidente, Elon Musk, tiene una obsesión con Marte, sus empresas están dedicadas a planificar la colonización de ese planeta, y él mismo se anota para tomar residencia allá. Lo cual tiene sentido si se tiene en cuenta que también -como otros billonarios tecnológicos- está convencido de que nuestro planeta va camino de la extinción, y los privilegiados están haciendo sus planes de contingencia.

 

Curiosamente o no, el candidato a presidente Donald Trump -al que Musk, autotitulado "libertario" ha prestado su entusiasta apoyo- acaba de declarar en un acto de campaña que está convencido de que hay vida en Marte. ¿Será, también, un profeta avizorando el futuro?

 

Artificial.

 

Pero volvamos a Arendt. Acto seguido, caracterizando a esta gente hoy famosa, dice que están "empeñados en hacer que la vida humana se vuelva artificial", a través de la creación de "máquinas que tomarán a su cargo nuestro pensamiento y nuestra palabra" que terminarán por "volvernos esclavos sin esperanza, a merced de cuanto artefacto sea técnicamente posible, no importa cuán asesino sea". Cualquier semejanza con los teléfonos inteligentes y la inteligencia artificial, es pura coincidencia profética.

 

No olvidar que esas lineas fueron escritas en la década posterior al horror nuclear de Hiroshima y Nagasaki, por lo que no es casual que ella denuncie que los científicos que crearon estos juguetes mortales "son los últimos en ser consultados sobre su uso", decisión ésta que, desde luego, queda en manos de los autócratas de turno.

 

No es raro tampoco que en este contexto la libertad humana -tan cacareada en nuestros días- se vuelva casi insignificante porque "la gente es despojada de las actividades más significativas y sublimes, las que justifican ganar la libertad". Es el escape de la condición humana lo que está creando "la alienación del mundo moderno".

 

Y como el sujeto de estos tiempos vive en un "mundo artificial, compuesto de cosas ajenas a su entorno natural", la consecuencia lógica es la degradación del medio ambiente, y el alejamiento del mundo real. De ahí que "toda nuestra economía se basa en el desperdicio, y las cosas pasan a ser descartadas tan pronto como aparecieron".

 

No menos preocupante resulta su afirmación de que esta acumulación de individuos alienados desarrolla necesariamente "una inclinación irresistible al despotismo". Lo cual se relaciona también con "el fenómeno masivo de la soledad" que ha llegado a su forma más extrema: "Esta sociedad de masas no sólo destruye el ámbito de lo público (¡el Estado!) sino también el de lo privado, despojando al ser humano no sólo de su lugar en el mundo, sino también de su hogar, donde alguna vez se sentía protegido".

 

Esta columna habrá cumplido su cometido si alguno de sus lectores decide encarar la lectura de Hanna Arendt. Pero por favor, no le pidan un resumen a ChatGPT.

 

PETRONIO

 

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