Los derechos humanos, acosados por la religión
No es casualidad que los derechos humanos sean violados allí donde la religión tiene una presencia preeminente en la organización social y estadual. Y esto vale para todas las religiones.
JOSE ALBARRACIN
Al cabo de una larga vida y mucha sabiduría acumulada, un sobreviviente del Holocausto fallece y conoce a Dios. Para romper el hielo, decide contarle un cuento sobre el Holocausto.
-No lo encuentro gracioso, dice Dios.
-Bueno, supongo que tendrías que haber estado allí...
El chiste, como la cebolla, tiene capas. En un primer nivel está el razonamiento habitual: no te hace gracia porque no estuviste allí, porque no tienes la experiencia suficiente para comprender lo que pasó. Pero en un nivel más profundo, el chiste es otro: Dios, supuestamente omnipresente, no estuvo en el Holocausto, de otro modo no se explica cómo pudo haber acontecido aquel horror, cómo lo permitió.
Y la verdad es que las religiones tuvieron un rol bastante deslucido en aquellos hechos históricos. Es famosa la réplica de Josef Stalin cuando Winston Churchill propuso invitar a Pío XII a la conferencia de Yalta: "¿Cuántas divisiones tiene el Papa?". Otro chiste: no era esperable que el Vaticano aportara tropas, pero sí que al menos hiciera esfuerzos abogando por la paz, y protegiendo las vidas civiles inocentes.
Como quiera, cuando tras la Segunda Guerra Mundial se producen los juicios de Nuremberg, y se organizan las Naciones Unidas y su sistema internacional de derechos humanos, toda la base de ese formidable edificio jurídico fue eminentemente laica.
Los derechos humanos son protegidos internacionalmente -y sin reparar en límites nacionales- no porque deriven de una autoridad divina, sino porque, sencillamente, todo ser humano tiene reconocido su derecho a la protección de la comunidad internacional ante los abusos cometidos por los gobiernos.
El historiador y pensador israelí Noah Yuval Harari sostiene que, en realidad, el humanismo (esto es, la creencia de que toda existencia humana es digna de protección en sí misma, y con carácter igualitario, sin distinción de sexo, nacionalidad, etnia, etcétera) es, en realidad, la religión imperante en nuestros días. Entendiendo por religión no una organización con su clero y sus dogmas, sino simplemente un conjunto de creencias y relatos que sirven como ordenador de la conducta humana.
Lo hace no sin señalar sus defectos y limitaciones: al dar preeminencia a la especie humana, descuida los deberes éticos que ésta tiene hacia las otras especies vivientes -a las que somete a un dominio despiadado- y al planeta tierra y su ecosistema como un todo.
Como sea, ese es el sistema que se pergeñó para evitar que volvieran a producirse las atrocidades del nazismo, y fue así que -por ejemplo- Argentina pudo juzgar los delitos de lesa humanidad cometidos en ocasión de la dictadura imperante en el país en el período 1976/1983. Y fue también como se estableció una Corte Penal Internacional para juzgar ese tipo de ilícitos, que llevó a juicio supranacional a criminales de guerra de todo el mundo, desde Serbia hasta el Congo.
Un factor político.
Ahora bien, resulta notorio que aquel orden internacional emanado de la Segunda Guerra está en crisis, y no solamente en materia de derechos humanos. Y buena parte del problema ha sido, en distintos lugares del mundo, la irrupción de las religiones como factor político, que invariablemente llevan agua para el molino de la derecha, cuando no la ultra-derecha.
Lo vemos en el avance de las iglesias protestantes en toda América, y su lamentable rol, por ejemplo, en el movimiento político que encabeza Jair Bolsonaro en Brasil, cuya expresión más acabada fue el criminal complot golpista que intentó derrocar al presidente constitucional Luis Ignacio "Lula" Da Silva. Y lo vemos, también, en los Estados Unidos, donde el actual presidente, imbuido de esa ideología retrógrada, ha emprendido una cruzada en contra de las diversidades sexuales, contra los inmigrantes, contra los intelectuales, y hasta tan luego contra los jueces y fiscales de la Corte Penal Internacional, a los que ha amenazado con represalias personales.
¿El motivo? La orden de captura emitida por ese tribunal -en un todo de acuerdo con sus procedimientos y su jurisprudencia- en el marco de una fundada denuncia presentada por la República de Sudáfrica en contra el gobierno del Estado de Israel por su tratamiento de la población palestina que habita ese territorio.
Derechos personales.
Los funcionarios de ese gobierno, conforme la ley internacional, deben responder si se han violado los derechos humanos de los habitantes de ese territorio, sean o no ciudadanos plenos, sean o no de la etnia o de la religión dominantes.
En el marco de este orden internacional, una afirmación como "el Estado de Israel tiene derecho a existir y a defenderse" carece de todo asidero: los derechos son de las personas, no de los estados, que son los sujetos obligados a respetarlos y deben responder ante la comunidad de naciones en caso de su violación.
No es un dato menor, desde luego, que el Estado de Israel -que debe responder internacionalmente exactamente igual que cualquier otro ente nacional, sin poder invocar ningún privilegio al respecto- es, básicamente, una teocracia: un gobierno organizado sobre las bases de una religión, que sostiene el carácter de "pueblo elegido" de una determinada etnia, y que incluso mantiene dentro de su población a una casta religiosa privilegiada a la que, entre otras cosas, exime de los deberes militares a los que el resto de la ciudadanía está obligada.
No es casualidad que los derechos humanos sean violados allí donde la religión tiene una presencia preeminente en la organización social y estadual. Y esto vale para todas las religiones, no sólo para las naciones islámicas, las únicas que se suelen definir como "teocracias", a sus fieles como "fundamentalistas" y a sus actos de agresión como "terrorismo".
Si este sistema ha de sobrevivir -y debe hacerlo- será en la medida en que mantenga y profundice su espíritu laico original.
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