Lunes 05 de mayo 2025

Los supersónicos

Redacción 07/07/2024 - 17.57.hs

Sesenta años atrás, la serie de dibujos animados "Los Supersónicos" contaba la historia de una familia en 2062, en plena era espacial, que vivía en edificios suspendidos en el aire, y se trasladaba con autos voladores. Los quehaceres domésticos de la casa estaban a cargo de la simpática Robotina, un asistente hogareño cibernético. Esa era la promesa que nos hacía el progreso tecnológico en la década de los años '60: robots que nos libraran de las tareas más tediosas y desagradables. Sin embargo, la secta de multimillonarios alienados que pulula en Silicon Valley, ha venido a cambiarnos los términos del contrato: ahora resulta que la inteligencia artificial se va a encargar de nuestros mejores trabajos, en tanto los seres humanos quedaremos condenados a las únicas tareas en las que no podemos ser reemplazados, esto es, la de cuidar a otros seres humanos en situación de vulnerabilidad.

 

Música.

 

Algo de eso está ocurriendo en el mundo de la medicina, las leyes, el diseño industrial. Pero también en las artes, supuestamente, la mayor expresión del alma humana. Hay novelas, poemas escritos por la inteligencia artificial. Y hay ya circulando por las redes obras musicales enteras que han sido así creadas, artificialmente, "a costo cero", esto es, sin pagarle a un ser humano para que las componga.

 

Sólo unos pocos humanos están en condiciones hoy de notar la diferencia (son muy jóvenes, hasta niños, y con un oído musical muy entrenado), pero el pronóstico es que en algún momento del futuro cercano, acaso en unos pocos meses, este monstruo que hemos creado se va a perfeccionar tanto que ya no se podrán distinguir sus obras de las de los grandes compositores de la historia.

 

¿Cómo hemos llegado a este lugar distópico, aterrador? De alguna manera, como en Fuenteovejuna, fuimos todos y no fue nadie. O fue, acaso, nuestra innata fascinación por las herramientas que creamos la que terminó llevándonos a este Planeta de los Simios, o mejor dicho, a esta 2001 Odisea del espacio.

 

Récord.

 

Todo empezó cuando se inventó la grabación magnetofónica, que pudo registrar por primera vez -y permitir el placer de la repetición de la experiencia- todas las sutilezas del arte interpretativo. Hasta ese entonces -el fonógrafo de Edison, 1877- la única forma de transmitir la música era a través de partituras escritas, que sólo contienen una mínima fracción de toda la información musical.

 

Aquellas primeras grabaciones eran totalmente "en vivo": cada una de ellas, una performance única. La voz de Carlos Gardel, si logramos aislarla de la "fritura" del disco, es un fiel reflejo de cómo cantaba el hombre. Y lo mismo puede decirse, aún con mucha mejora en la calidad de reproducción, hasta comienzos de los años 60. El Frank Sinatra que entraba al estudio de Capitol Records en Los Angeles, a cantar en vivo junto al abrumador volumen de una orquesta de cuarenta, cincuenta músicos, lo hacía sin otra ayuda que su propio nombre, su propia actitud, y sobre todo, su propia voz.

 

Fue en los sesentas, la misma época de los Supersónicos, cuando apareció la grabación multipista, esto es, la posibilidad de que una performance musical pudiera ser grabada en etapas, en distintos canales, en distintos momentos temporales. Gente como Los Beatles en la música popular, o Glenn Gould, en la música erudita, abandonaron las salas de concierto para mudarse a vivir en ese mundo fascinante que pasó a ser el estudio de grabación, en sí mismo un nuevo instrumento musical.

 

¿Progreso?

 

A partir de ahí comenzaron los pequeños trucos, los engaños. Si un músico cometía un error, o un cantante desafinaba en un pasaje, se podía "pinchar" ese sector, y repetir la performance hasta que quedara perfecta. De hecho, el mismo músico podía hacerse cargo de tocar todos los instrumentos de una orquesta, como para sorpresa del mundo ocurrió en 1973 con el disco Tubular Bells de Mike Oldfield.

 

Y cuando apareció la grabación digital, la cosa pasó ya a otro nivel: ahora las computadoras permitían editar las grabaciones, plasmadas en una cantidad infinita de canales, con las mismas funciones que un procesador de textos: seleccionar, cortar, copiar, pegar. Y las desafinaciones podían ahora corregirse electrónicamente, sin necesidad de apostar a la competencia del cantante o el violinista. Otro tanto las baterías y percusiones, que pasaron todas a corregirse con precisión metronómica, privándolas de todo defecto... y de toda humanidad.

 

Es cierto: la grabación digital multipista permitió la democratización de la grabación musical. Hoy en día cualquiera puede grabar un disco en su dormitorio, e incluso, con las poderosas herramientas disponibles, y con un costo accesible, puede sonar más o menos como un músico competente. Pero en ese camino, la música fue paulatinamente sonando más maquinal, y más homogénea. Si los músicos y productores musicales eligieron -por vagancia, por fetichismo tecnológico o por lo que fuera- sonar como máquinas, podría decirse que no tienen derecho a quejarse de que las máquinas hayan comenzado a reemplazarlos.

 

Cuando Frank Sinatra entraba al estudio de Capitol, no tenía afinadores electrónicos que lo ayudaran si pifiaba una nota. Estaba obligado a cantar bien. Y vaya si lo hacía. A lo sumo, sus asistentes en la afinación eran un paquete de Camel, y una botella de Jack Daniels. Acaso es por eso que, cuando decía sentirse solo y abandonado, y que sólo los solitarios lo comprenderían, le creemos cada nota y cada palabra.

 

Que es mucho más de lo que puede decirse de las Robotinas que hoy cantan reguetón con "auto-tune".

 

PETRONIO

 

Foto: De archivo.

 

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