Lunes 22 de abril 2024

Maternar en libertad

Redacción 18/10/2022 - 08.11.hs

Junto a la romantización de esa maternidad extenuante, el sistema demoniza a todas aquellas que no cumplen con el mandato de crianza con dedicación exclusiva.

 

VICTORIA SANTESTEBAN*

 

"El patriarcado recluyó la maternidad en el hogar, en un puesto subalterno, y la utilizó como mecanismo de dominio sobre las mujeres", escribe Esther Vivas, en "Mamá Desobediente. Una mirada feminista a la maternidad". ¿Tenemos que resignarnos a este significado? pregunta la autora, y su respuesta vaticina un no rotundo y feminista. "El objetivo consiste en politizar la maternidad en sentido emancipador", des-romantizarla, des-idealizarla, quitarle el rosa para reconocer su papel fundamental en la reproducción social. "Las mujeres conquistamos el derecho a no ser madres, a acabar con la maternidad como destino; ahora el desafío reside en poder decidir cómo queremos vivir esa experiencia". El desmantelamiento feminista sobre el orden patriarcal alcanza el modelo hegemónico de maternidad esclavizante y canonizado para permitir experiencias maternales libres de prejuicios, mandatos y culpas. Frente al discurso todavía instalado de la madre abnegada se escucha un arrullo sororo que las abraza y alivia. Ro al rescate, que habilita nuevos modelos de maternidad.

 

Madre patriarcal.

 

La imagen canonizada de la Santa Madre construida patriarcalmente continúa insistiendo en ese modelo de mujer todo poderosa, que a fuerza de noches en vela y sacrificios logra el podio patriarcal que la enarbola como madre "con todas las letras". Este modelo de maternidad hegemónica la romantiza y ubica como prioridad para la realización femenina. Y a la maternidad como deber, se suma un solo modelo de maternidad válido como funcional al sistema de opresión: la mamá 24/7 que cumple el mandato de postergación eterna y, además, debe disfrutar sonriente de esa maternidad esclavista. A todas las culpas culturalmente femeninas -por comer, por gozar, por desear, por salir- se agrega la de no disfrutar la crianza, y la depresión post-parto también se lee bajo ese prisma.

 

Deber de maternar.

 

Junto a la romantización de esa maternidad extenuante, el sistema demoniza a todas aquellas que no cumplen con el mandato de crianza con dedicación exclusiva, tachándolas de "malas madres" y peor aún, a las mujeres que deciden no maternar. Es que, hasta nuestros días, la maternidad deviene culturalmente en un deber femenino, en alternativa "natural" que nos completa y que "toda mujer elegiría" en función de un pretendido instinto que como reloj biológico despierta deseos de procreación en todas y cada una de las mujeres del mundo. El reproche machista gesta culpas en todas ellas: en quienes quieren concebir y no pueden, en quienes engendraron y no quieren ser madres, en quienes adoptan, en las que quieren ser madres solteras, en las que abortan, en las que desafían la heteronormatividad, en los cuerpos gestantes que no se autoperciben femeninos, en las madres que tuvieron cesárea, en las que parieron en la casa sin medicación y en las que pidieron la peridural a gritos, en las que "cerraron la fábrica temprano" con un único embarazo y sin producción de hermanitos ni hermanitas. Culpas también en las que, por impuntuales, se les pasó el tren. Así las cosas, ejercer los derechos sexuales y reproductivos de la ley 26.485 se vuelve utópico.

 

Super mamás.

 

Por si fuera poco, en las últimas décadas al modelo de madre abnegada tradicional se le suman características aggiornadas que hasta se valen del discurso feminista de empoderamiento, en un berenjenal que tergiversa adrede. Este modelo de Super Mamá, bien funcional al sistema capitalista y patriarcal que nos entrampa, supone una maternidad remasterizada: la mujer maravilla que es "buena madre" porque logra orquestar con coordinación robótica horarios, reuniones de colegio, chats de "mamis", fiestas de cumpleaños, a la vez que mantiene una vida social, profesional y un físico hegemónico de panza chatísima. La policía de los cuerpos arremete contra ellas para recordarles de los mandatos de belleza hegemónica. Esa poli felicita a quienes lograron no dejar rastros de los nueve meses de gestación y reprende a las que sumaron kilos y estrías, las cachetea con imágenes de cuerpos firmes y escuálidos post parto que se suman a la lista de culpas patriarcales.

 

Opresión.

 

Entonces, en medio de conquistas feministas de derechos y espacios, la reacción patriarcal es extremar los recursos opresivos, con nuevas exigencias que se suman a las clásicas. El resultado es un mandato aún más extenuante sobre las madres de este siglo, una esclavitud solapada con discursos neoliberales y pretendidamente feministas, que utilizan al empoderamiento femenino para exigirles tantísimo más que en otros tiempos.

 

Malas.

 

Como estrategia patriarcal -también capitalista y racista- se refuerzan discursos que titulan a las mujeres pobres como fábricas de hijos, que se embarazan por un plan, a la vez que legitima con engañosa publicidad, el alquiler de vientres. También se dictamina que la maternidad es estrategia de mujeres que quedan embarazadas para enganchar al varón, al menos, con una cuota alimentaria. El machismo además se horroriza ante la madre que tacha de abandónica porque sale a trabajar y deja al padre "oficiando de niñero" pero no acusa recibo contra los padres que no reconocen a sus hijos, a los que no volvieron más, a los que no pasan la cuota alimentaria. De manera perversa, las madres víctimas de violencia doméstica también van a ser cuestionadas y se dirá que exponen a sus hijos e hijas a un hogar violento: ¿por qué no salen de ahí?

 

Madres y abuelas.

 

Esos discursos que responsabilizan a madres son resabio dictatorial que rememora el reproche del terrorismo de Estado que increpó a madres y abuelas, cuestionando su maternidad y culpándolas por las desapariciones: ¿Dónde estaba señora, cuando su hijo militaba, cuando su hija soñaba con cambiar el mundo? ¿Qué clase de madre es usted? Las que nos enseñaron a marchar a pesar del dolor y del miedo, movidas por la fuerza más poderosa. Por el amor. Hay lugares donde nos reencontramos. En los recuerdos felices, en la memoria que nadie nos quita, en un más allá donde imaginamos los abrazos que vamos a volver a sentir y las manos refugio que no dejaron de acariciarnos. Las que confirman la inmensidad del amor y espantan los miedos hasta volvernos invencibles. Feliz día.

 

*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles

 

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