Un topo destructor y unas ratas comestibles
La semana nos dejó como saldo a un león que se devaluó en seis meses y que terminó conformándose con ser un topo que debe agradecer a las honorables ratas que lo ayudaron a empatar una votación. Fue el único modo que encontró para conseguir que sobreviva una desvencijada ley que arrancó con un pomposo título y ahora desfila por el Congreso mientras se deshilacha entre tantas idas y vueltas. El texto va acompañado por un infaltable ajuste fiscal, desflecado por todos los costados.
Así y todo, hay que reconocer la tremenda habilidad exhibida para negociar a la vieja usanza de la vituperada casta política, torciendo voluntades con amenazas de carpetazos, ofreciendo algunos cargos y prometiendo otros a futuro. Y también hay que admitir la existencia de una cada vez más aceitada maquinaria comunicacional, tan poderosa que es capaz de mostrar y reproducir por diarios, canales, radios y redes que una lucha de seis meses para una sola ley, que ahora debe volver a ser tratada por los diputados, se vea como una gran victoria nacional.
De la misma forma dieron vuelta hechos de modo tal que una brutal represión se viera como una gran batalla ganada contra “terroristas y sediciosos” que “intentaron un golpe de Estado”.
Para colmo, se las vieron en figurillas para maquillar que para salir del ahogo financiero fueron salvados por los comunistas tan odiados por el actual gobierno, esos chinos que según nuestra canciller “son todos iguales”.
De ahora en más queda por saber qué papel jugará el pueblo, qué podemos hacer desde La Pampa y qué herramientas nos dejaron los legisladores que votaron a favor de estas leyes. Esa respuesta nos deben a los pampeanos. Otros “oficialistas” y “dialoguistas” negociaron obras y beneficios para sus respectivas provincias. ¿Y los nuestros? ¿Consiguieron algo que nos favorezca? Aún estamos esperando alguna buena explicación.
Corto de vista.
En el medio de este panorama, nuestro presidente dejó de identificarse con un león para asegurar que ama ser un topo que llegó para destruir al Estado “desde adentro”.
Pero resulta que el hábito principal y vital de estos animales es cavar hoyos y de este modo comprometer actividades productivas. Son depredadores diminutos que crean elaboradas redes de túneles y caminos a través de la hojarasca, la vegetación y el suelo. Se alimentan de gusanos blancos, caracoles, coleópteros y larvas. El topo común es prácticamente ciego, pero según un nuevo estudio, lo compensa con un sentido del olfato estereofónico.
Obviamente, el presidente habló en sentido figurado, tal vez ignorando que el término se utiliza para identificar a aquellas personas que tropiezan con cualquier cosa, por cortedad de vista o por falta de tino natural.
Según algunos diccionarios académicos, coloquialmente se habla de un topo para referirse a “alguien que, infiltrado en una organización, trabaja al servicio de otros, como agente encubierto o secreto”. No hace agregar nada más. Fue el propio presidente el que eligió identificarse con este animalito.
“Honorables roedores”.
Lo curioso del caso es que nuestro ex león -que ahora prefiere ser topo- siempre calificó a los legisladores nacionales como ratas porque no le votaban los mamotretos con ínfulas de mega-leyes que les enviaba. Pero ahora que lo ayudaron, terminó agradeciendo a los “honorables senadores” por permitirle arañar un sufrido empate para que la vicepresidenta inclinara la balanza a su favor. Esto apenas alcanza para devolver un texto cada vez más reducido a la Cámara de Diputados, pero a falta de otras noticias positivas para mostrar, el hecho fue presentado como un enorme triunfo.
Queda por avisarles a los legisladores que deben tener ciertos cuidados, porque en cualquier momento pueden volver a ser tratados como ratas. Y corren ciertos peligros, porque en caso de gran hambruna, pueblos enteros han demostrado que hay ciertas especies de roedores que pueden ser comestibles. En Vietnam, por ejemplo, cada año se venden unas 3.600 toneladas de ratas y se ofrecen a los transeúntes en puestos callejeros. Acá aún no llegamos a tanto, pero durante la última sesión más de un manifestante hizo públicas sus ganas de querer “comerse crudo” a un “senador-rata”.
Un enorme peligro.
Quiere el destino que otra interesante historia vincule a los animalitos aludidos. La Catedral de León es uno de los templos más espectaculares de toda España. Es una de las grandes obras del estilo gótico, que en 1845 se convirtió en el primer monumento nacional declarado en el patrimonio español.
Este emblemático monumento alberga una curiosa historia que se esconde sobre la puerta de San Juan, en el mismo interior de la edificación. Según cuenta la leyenda, un topo maligno fue el encargado de que las obras del magnífico templo sufrieran contratiempos. Cuando llegaba la noche, este animalito se encargaba de minar los cimientos, destrozando con el hocico todos los trabajos que se habían desarrollado durante el día, con lo cual no servían de nada.
Hartos de esta situación, le colocaron una trampa y así consiguieron atrapar a un enorme topo, de unas dimensiones nunca vistas y que sorprendió a todos los que allí se encontraban. Lo consiguieron matar y colgaron su piel. Era una forma de demostrar que habían vencido al animal y que esto serviría como escarmiento para el resto. Desde entonces, en la puerta del edificio cuelga un enorme pellejo oscuro, simbolizando a ese topo destructor que entorpeció las obras pero que tuvo un mal final.
Si las autoridades no tienen en cuenta estas historias, pueden pasarla mal. Con hambre popular, las ratas corren peligro. Y si el topo sigue buscando destrozar al Estado, deberá extremar los cuidados: cada vez somos más los que queremos que deje de ser un animal destructor.
DANIEL ESPOSITO
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