Vías de tristeza
El anuncio de la municipalidad santarroseña con respecto a la construcción de un gran parque infantil, aún con el curioso agregado en cuanto a su longitud y que acaso aluda a la variedad, cantidad y calidad de sus entretenimientos, no puede sino saludase como algo positivo, como un hecho claramente dirigido al bienestar de la comunidad.
En realidad, el gran tramo antaño ferroviario ya cumplía esa función a medias, empavesado como estaba con maquinarias y objetos en desuso. En actual concepción en cuanto a entretenimientos de los niños se eliminarán algunos riesgos que tenían aquellos artefactos pero, fundamentalmente, ayudarán a motivar y dinamizar la energía mental de la infancia, especialmente en una época como la actual, en que la electrónica absorbe gran parte del quehacer infantil llevándolo a los interiores hogareños.
Detrás de la idea y su concreción late todavía un hecho triste para la nación argentina, un agravio que el tiempo diluye inevitablemente pero que acaso merezca ser citado para que reflexionen las generaciones actuales, inmersas en a menudo en intrascendentes aluviones informativos. Es que más de sesenta años atrás ese gran rectángulo que ahora pasará a ser un parque infantil era parte de la actividad ferroviaria, de unas vías que cubrían casi todo el país y que, acorde con la técnica y la época, deberían haber crecido todavía más.
Lamentablemente la ingenuidad, la mala fe, la falta de patriotismo, o acaso todo junto, fiaron a la “maravilla” de un plan económico cuya base era el levantamiento de miles de kilómetros de vías férreas. Para más, el designio corrió por cuenta de un general estadounidense, que actuó como zorro en el gallinero. Ni nuestros políticos ni nuestros militares tuvieron en cuenta que la Argentina siempre había sido una piedra en el zapato de la geopolítica norteamericana y le dieron servida en bandeja la forma de desarticular nuestro desarrollo.
Predios en similares condiciones al de nuestra ciudad los hay por centenares en todo el país. No es de esperar que se conviertan en parques infantiles y, como en nuestro caso, hagan algo así como de la necesidad una virtud.
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