Martes 16 de abril 2024

El humor y el temple de Saúl Santesteban

Redaccion Avances 24/08/2022 - 09.02.hs

Cumplir con el encargo de escribir sobre Saúl Santesteban, a poco más de seis meses de su muerte, me coloca en el incómodo lugar de redactar en primera persona, algo que él desaconsejaba. Pero el dilema no tiene otra solución, de modo que habrá que confiar en la indulgencia del homenajeado.

 

Cuando comencé a frecuentarlo diariamente, allá por 1986, Saúl cumplía un doble rol paterno: el de mi suegro, y el de director de LA ARENA, el diario donde yo me iniciaba como aprendiz de periodista. Pero esas palabras nunca se pronunciaron entre nosotros. Saúl era un hombre pudoroso, y poco dado a las efusividades.

 

Mi recuerdo de él con las manos a la obra, es casi el de un Buda: sentado, la espalda recta, los ojos entrecerrados, los dedos volando sobre el teclado de la máquina de escribir (o del bandoneón). Se decía que podía explotar una bomba a su lado, que él no perdería la concentración. Y no era figurado. LA ARENA fue efectivamente bombardeada en 1975, y en otra ocasión, un disparo de arma de fuego desde la calle hacia la redacción, pasó muy cerca de donde Saúl estaba escribiendo. ¿Su reacción? Seguir escribiendo.

 

Como buen Buda, su enseñanza no era magistral: se aprendía de él viéndolo trabajar, y con las grajeas de sabiduría que iba aportando en la conversación, arte éste que practicaba con fruición.

 

Temple.

 

Don Raúl D'Atri, el fundador del diario y suegro de Saúl, solía referirse con amargura a los meses que su yerno había pasado preso al iniciarse la dictadura en 1976. "Es un hombre manso", decía, acaso en contraste con el temperamento más aguerrido de otros periodistas que también sufrieron la injusta persecución de aquel régimen criminal.

 

Sin embargo, esa mansedumbre no era debilidad, sino temple. Saúl tenía lo que había que tener para sacar el diario a la calle todos los días, aún en los tiempos más oscuros. Los que yo compartí con él no fueron fáciles. Cubrir los alzamientos militares contra el gobierno democrático en los '80, las brutales crisis económicas, la corrupción de los '90, fueron verdaderos desafíos.

 

En mi rol de abogado, me tocó asistir a Saúl en las numerosas querellas que debió soportar, acusado por calumnias o injurias a raíz de los artículos de LA ARENA que desnudaban, sobre todo, hechos de corrupción pública. En aquellos años, el director de un medio de prensa ponía el cuero en defensa de sus periodistas, cuya identidad se mantenía en reserva, y a quienes ni siquiera se convocaba a tribunales como testigos. La posibilidad de sufrir una condena de prisión no era lejana, y de hecho hubo algún periodista que debió exiliarse para evitar ese destino aciago. El Congreso argentino recién modificó el Código Penal para impedir esta persecución cuando se vio obligado por un fallo de la Corte Americana de Derechos Humanos, ya entrado este siglo.

 

Humor.

 

Algunos de los personajes que pusieron a Saúl "en el banquillo de acusados" no le llegaban a los tobillos en estatura moral. Sin embargo, él asumía estos avatares con templanza, y hasta con humor. En un punto, los canallas le resultaban divertidos.

 

En esas interminables audiencias de juicio oral y público, siempre mantuvo la calma y la firmeza. En una ocasión le objetó al juez actuante la presencia de un crucifijo colgando de la pared tras el estrado, e invocó su derecho a ser juzgado sin la presencia de símbolos religiosos, en un país donde impera la libertad de culto. Podrá parecer un detalle menor, pero para aquel magistrado fue como si le estuvieran hablando en griego.

 

Saúl se mantuvo por décadas como uno de los hombres más influyentes de La Pampa, pero nunca dejó de llevar una vida frugal. No era dado a acumular ni a coleccionar. El bandoneón que tocó hasta que no pudo más, era el mismo de su juventud.

 

Ahora que ese bandoneón está callado, creo que la definición de Don Raúl define bien lo que fue la epopeya de Saúl: la de un luchador de innumerables batallas, que nunca perdió la mansedumbre y el humor. No es poco legado.

 

ALBERTO ACOSTA

 

 

 

 

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?