Miércoles 28 de mayo 2025

El rastro de la cautiva

Redacción 05/12/2010 - 00.43.hs
A partir de un poema de Bustriazo Ortiz, se rastreó la historia de vida de la cautiva Fermina Zárate, una mujer que conoció Mansilla en su visita a los toldos.

"En la constelación de sentidos que supone el abordaje de una obra, muchos son los enfoques posibles", dice Dora Battiston en el prólogo de "Canto Quetral I", de Ediciones Amerindia, tomo que recoge los seis primeros libros de Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1954-1964).
No se pretende en esta página un análisis literario del poemario señalado. Lego de condición, me excuso rápidamente de tamaña empresa. Solamente campea -tras el convite de Dora- el ánimo de ensayar algunas consideraciones en el sentido que ella propone. Simplemente, como investigador comarcano del complejo cultural de los ranqueles, pueblo que hoy retoña tozudamente, pese a todo, -y diría- desde condiciones terminales de amnesia y amputación cultural.
Ceñido a la elocuencia de los amarillentos papeles que suelo frecuentar en el arcón de Clío y que motivan una relectura crítica de mezquinos ideologismos que muchos dieron por consagrados y sacramentados, es insoslayable la mirada sobre un Bustriazo indigenista que para los de mi generación abrió ancha huella en una línea de pensamiento y de acción.
Y como en ciencia, lo que se pierde en misterio se gana en asombro, quienes trabajosamente buscamos decodificar y reescribir la historia de las comunidades indígenas, descubrimos tempranamente a un Bustriazo cronista de las vetas mas dolidas del antiguo País del Monte. En su formidable capacidad expresiva, pero sin renunciar a la fidelidad biográfica.
Así, aquel primer Bustriazo, el de Canto Quetral I, el del cancionero que abreva -parafraseando a Morisoli- "en la tradición popular criolla de la Argentina árida", intercala títulos que son la "otra" historia, aparentemente diluida tras el sino trágico en la heredad indiana. Una historia engarzada, conjurada en misérrimas cocinas paisanas del orillal de los pueblos y de las mejores tierras.

 

Cancionero.
Muchos de los poemas incluidos en el corpus que nos ocupa, comenzaron a circular musicalizados, dando carnadura particular a un cancionero que fue torrentera inagotable para músicos y cantores. Pero que también fluyó y afloró en precisas alusiones mitológicas, legendarias e históricas al paisaje y a su gente puelche, salinera, ranquelina.
El tema del inhumano extrañamiento que vivieron los aporreados indios vencidos tras las últimas campañas roquistas queda planteado en el poema "Indio Platero", del libro "Zambas del Piedra Juan" (1954-1959).
Aquí, Bustriazo evidencia el acabado conocimiento del hecho histórico puntual hasta en sus mínimos detalles. Nos deja las claves precisas -exactas- del calvario de la tribu Cabral, "desde el San Luis de su sangre" a la entonces capital, General Acha, y aporta claras referencias distintivas de los Nawuel -tal el linaje de los Cabral- respecto de los otros grupos ranqueles.
Bustriazo retoma la dinastía de los Tigres en dos poemas del mismo libro: "Del Chalileo" y "Fermina Zárate".

 

En Mansilla.
En "Una excursión a los indios ranqueles", Lucio V. Mansilla narra, en 1870, su estadía en Carrilobo, toldería de Ramón Cabral, que no es otro que el "Indio Platero" del poema de Bustriazo. Lo describe en su ámbito familiar, y transcribe especialmente el episodio del diálogo con Fermina, la cautiva cordobesa:
"Es fama que Ramón ama mucho a los cristianos; lo cierto es que en su tribu es donde hay más.
Una de sus mujeres, en la que tiene tres hijos, es nada menos que doña Fermina Zárate de la Villa de la Carlota.
La cautivaron siendo joven, tendría veinte años; ahora ya es vieja.
¡Allí estaba la pobre!
Delante de ella, Ramón me dijo:
-La señora es muy buena, me ha acompañado muchos años, yo le estoy agradecido, por eso le he dicho ya que puede salir cuando quiera volverse a su tierra, donde está su familia.
Doña Fermina le miró con una expresión indefinible, con una mezcla de cariño y de horror, de un modo que sólo una mujer observadora y penetrante habría podido comprender, y contestó:
-Señor, Ramón es buen hombre. ¡Ojalá todos fueran como él! Menos sufrirían las cautivas. Yo, ¡para qué me he de quejar! Dios sabrá lo que ha hecho.
Y esto diciendo se echó a llorar sin recatarse. Ramón dijo:
-Es muy buena la señora - se levantó, salió y me dejó solo con ella.
Doña Fermina Zárate no tiene nada de notable en su fisonomía; es un tipo de mujer como hay muchas, aunque su frente y sus ojos revelan cierta conformidad paciente con los decretos providenciales.
Está menos vieja de lo que ella se cree.
-¿Y por qué no se viene usted conmigo, señora?
-¡Ah! Señor -me contestó con amargura-- ¿y qué voy a hacer yo entre los cristianos?
-Para reunirse con su familia. Ya la conozco, está en la Carlota, todos se acuerdan de usted con gran cariño y la lloran mucho,
-¿Y mis hijos, señor?
-Sus hijos...
-Ramón me deja salir a mí; porque realmente no es mal hombre; a mí al menos me ha tratado bien; después que fui madre. Pero mis hijos, no quiere que los lleve.
No me resolví a decirle: Déjelos usted, son el fruto de la violencia.
¡Eran sus hijos!
Ella prosiguió: -Además, señor ¿qué vida sería la mía entre los cristianos después de tantos años que falto de mi pueblo? Yo era joven y buenamoza cuando me cautivaron. Y ahora ya ve, estoy vieja. Parezco cristiana, porque Ramón me permite vestirme como ellas, pero vivo como india; y francamente, me parece que soy más india que cristiana, aunque creo en Dios, como que todos los días le encomiendo mis hijos y mi familia.
-¿A pesar de estar usted cautiva cree en Dios?
-¿Y Él qué culpa tiene de que me agarraran los indios? La culpa la tendrán los cristianos que no saben cuidar sus mujeres ni sus hijos.
No contesté; esta filosofía en boca de aquella mujer, la concubina jubilada de aquel bárbaro, me humilló".

 

La zamba.
Recuerdo mis frecuentes visitas de tarde, en aquellos meses en que Juan Carlos vivió en el estudio del arquitecto Miguel García. En esos tiempos, mi empeño investigativo giraba casi obsesivamente en torno a la dinastía de los Nawuel. Era el espacio para la charla fraterna con el Ghenpinñ sobre el tema. En ese ámbito, en ese tiempo mágico -por la palabra del Penca- conocí la composición "Fermina Zárate". Luego se la escuché cantar muchas veces a Guri Jaquez. El la musicalizó en tiempo de zamba.
En esta obra, el poeta profundiza una grieta y explora un flanco donde la mujer -poco importa si india o cristiana- es la víctima inocente del conflicto de poderes.

 

Paisajes.
El texto cobra particularísima entidad cuando con melancólica plasticidad y suavidad apela a metáforas del paisaje, de elementos físicos, de la flora y aun de la iconografía cristiana, y los evoca en Fermina como recurso de fina expresión, pero también como un sutil campo de observación del comportamiento femenino en relación con una experiencia límite.
Pero, cabe preguntarse, ¿existió realmente Fermina?, ¿existieron los tálamos con Ramón?, ¿o todo fue un recurso literario de Mansilla y luego una evocación romántica de Bustriazo?
Marginal de ambas fronteras, ¿olvidó la cautiva finalmente el mundo que la había olvidado? ¿O volvió para reintegrarse a su comunidad de origen? La respuesta a la primera duda la obtuve poco tiempo después de haber conocido el poema que taloneó mi tozuda curiosidad para recoger pacientemente todo lo que mediante documentos pudiera saberse de ella. Desde entonces hasta hoy, en que escribo lo que pude conocer de ella y lo dejo a disposición de quienquiera para confrontarlo con las conjeturas que inevitablemente circulan entre nosotros.

 

Tras los archivos.
Consultando en el archivo franciscano de Río Cuarto la añeja libretita de campo de Fray Donati, donde narra una de sus entradas a los toldos ranquelinos, posterior a la que realizó con Mansilla, encuentro junto a un sinnúmero de desordenadas anotaciones y encargues de Tierra Adentro, una referencia a Fermina.
¡Allí estaba la cautiva real! transformada en mujer concreta en tan sólo cuatro renglones que emocionan al leer la enrevesada letra de fray Donati, que intercala palabras en italiano. Le ruega trasmita a los hermanos de otra cautiva de la misma toldería -vecinos de Villa Mercedes-, que vayan a sacarla. Que traigan unos ponchos, unas botas y aguardiente para darle a Crual, el indio que la tiene en Coñolauquen. La libreta y pedidos datan de 1873, cuando Ramón Cabral aún estaba en Carrilobo. Y Fermina con él. Esto ocurría tres años mas tarde del dialogo que la cautiva tuvo con Mansilla en ese lugar.

 

Más datos.
Un ignoto doctor Caballero, hace varias décadas, dejó una ligera información en una revista local a la cual accedí por un amigo cordobés sabedor de mi búsqueda. En la publicación se rememoran los primeros años y habitantes de Villa Chazón,
pequeño pueblo equidistante entre Río Cuarto y La Carlota. Relata un sucedido de 1876 a un tal Hilarión Zárate, estanciero del "Paso de los Algarrobos", campos cercanos a La Carlota. Este había obtenido por cartas el acuerdo del cacique Ramón para internarse en sus tolderías y comprarle a sus hermanas María y Fermina, cautivadas desde muchos años antes.
Casi llegando al punto, es interceptado por el cacique Epumer, que le niega violentamente el paso a su destino, anteponiendo una pretendida autoridad sobre Ramón. Lamentablemente, el interés de Caballero se centra en la hombría de Hilarión Zárate al internarse solo en el desierto y sostener un duelo criollo con semejante personaje, sin indicar si pudo concretar su cometido. Sin embargo, surgen datos interesantes para esta ligera hilación.
La destemplada actitud de Epumer tal vez se origine en el hecho de que el antiguo linaje Nawuel -fundacional de la etnia- había sido paulatinamente desplazado de las decisiones importantes de la tribu por los Rosas y Baigorrita. Tanto que gravitó definitoriamente en la decisión del pasaje a la cristiandad de la agrupación Cabral, tiempo más tarde, con Ramón a la cabeza. En cuanto a Fermina, se corrobora su permanencia aún en los toldos para ese año, junto a su hermana María.

El regreso.

De la incorporación de Ramón a nuestra civilización hay referencias que indican el año 1878, pero no sabemos hasta cuándo Fermina se mantuvo con él. A partir de un documento oficial tenemos la certeza de que su regreso fue antes de 1883. En ese año, Córdoba sanciona la Ley provincial 825, que dispone la distribución de chacras y solares entre pobladores de La Carlota. Hay catorce personas de apellido Zárate beneficiadas. Entre ellas, Fermina.
La generosidad de un amigo carlotense, el señor Cantón, puso en mis manos tiempo atrás el acta de defunción que documenta el deceso de Fermina el 15 de mayo de 1905 en el lugar. La riqueza documental de los asépticos y brevísimos datos consignados en esa inesperada página dio nuevos aires a esta investigación biográfica que yo creía concluida por falta de fuentes a disposición.
Consta que era nacida en la Villa y de 85 años de edad. Hija legítima de Luis Zárate y Estefanía Fernández. Claro que la gente, por entonces, solía carecer de documentos, y más en este caso, con décadas de cautiverio en su espalda y con la trama de su vida quebrada por el infortunio. Generalmente, se daba fe a lo que el declarante consignaba en el acto con respecto a nombres y edad. Pero aún así, no tenía certeza absoluta y necesariamente debía cotejarlos. Pero con qué, contra qué otra información cotejarlos. La partida de bautismo podría haber aclarado el punto referente a la fecha de su nacimiento. Años de búsqueda fueron estériles. Hasta 1892 la iglesia de La Carlota no era parroquia y los libros sacramentales anteriores a esa fecha fueron a parar a la catedral de Río Cuarto, donde los consulté en varias oportunidades. Faltaban algunos tomos con datos de varios años. Justamente aquellos en los que nació Fermina.

 

Otro senderos.
Pero así como la cabra tira al monte, buscamos otros senderos a partir de los nombres de sus padres, aportados por el acta de defunción.
En el censo de 1840 estaba la punta del ovillo. En la cédula que se completa con los datos que aporta su madre Estefanía Fernández, viuda de 56 años, declara convivir con otras personas en su domicilio de la campaña carlotense; entre las de menor edad -sus hijos-, figura Fermina Zárate, de 13 años. Por lo que al morir tendría 78 y no 85 años. O sea, nacida alrededor de 1827.
Claro que, a pesar de lo indagado, no pudimos precisar cómo se la liberó ni establecer -aún- cuándo fue cautivada. Aunque barruntamos alguna idea sobre lo último. Los escritores Barrionuevo Imposti y Norberto Ras, en sus fundamentados libros sobre malones, no anotan ninguno por Carlota. Sólo uno, en 1848, por Paso de los Algarrobos, donde estaba el puesto de los Zárate. "Tendría 20 años cuando me raptaron", le había dicho Fermina a Mansilla en Carrilobo. Un dato coincide con el otro.

 

En el censo.
Y como la costura doble aguanta mejor, rápida y cómodamente extraemos más precisiones de las libretas del Segundo Censo Nacional efectuado en mayo de 1895 (se puede consultar en Internet en páginas especialmente diseñadas). Aunque, claro, lo que se gana en efectividad, se pierde en mística, agradables trajines y sustanciosos contactos con papeles viejos. Pero lo concreto para el caso es que allí la propia Fermina informa ser soltera, propietaria y de 70 años. Las instrucciones dadas a los empadronadores eran precisas: debían anotar en el casillero correspondiente el número de hijos vivos o muertos que había tenido cada mujer sin precisar sexo. O sea, cuántos alumbramientos había tenido en su vida. Fermina es lapidaria: sólo uno.
Figura, viviendo en la misma casa, la mujer Práxedes Zárate, de 50 años, soltera. En el espacio reservado a endemias y discapacidades consta una elocuente cita: "loca por accidente". Y como no fue fácil desvincularse de la reacción emotiva, indagamos un poco más sobre ella. Sólo pudimos saber que Práxedes muere en 1919 y su acta de defunción la señala como hija natural de Fermina, sin mención de padre. Por su edad, se deduce que ciertamente es nacida durante el cautiverio de su madre en La Pampa, e inferimos, hija del cacique Ramón Cabral.

 

Los hijos.
¿Y los otros hijos? Hay incongruencias que confunden. Porque ¿qué poderosa razón llevó a Fermina a callar la existencia de aquéllos, si aceptamos la versión de Mansilla en cuanto a que los hijos eran tres? ¿Podemos suponer que los dos restantes hayan quedado en Tierra Adentro y ya fallecidos -prematuramente- para la época de las salidas de Fermina y Ramón?
Me explico mejor : explorando esta posibilidad, tomo nota de una noticiera carta de 1877 dirigida por un misionero franciscano desde Villa Mercedes a otro de Río Cuarto, que narra con detalles la muerte trágica del indio Renao, a quien consigna el sacerdote como un hijo mozo de Ramón que había llegado al lugar a comerciar plumas. Presumo que éste haya sido uno de los hijos habidos con Fermina, por otros datos aleatorios que tengo en mis viejas libretas de campo. Entre ellos su apodo usual: Zárate Chico, que lo ligaría directamente al apellido de su madre cristiana.

Tehuelche.

El nombre clánico consignado para la misma persona -Renao- lo ubica dentro de la lógica de onomástica patrilineal tehuelche, que aún era usual en esta parcialidad ranquelina para la época. La partícula terminal naw o nao lo incluye en el linaje paterno nawel y en este caso remite al nombre de un tío abuelo de Ramón Cabral : Rainao (también Yoinao y variantes) con r vibrante alargada y con i corta, casi imperceptible, que al oído de un europeo - el franciscano que lo anota lo era- suena, en su esfuerzo por castellanizarlo, como Renao.
En cuanto al que suponemos el tercer hijo -Antenao Zárate-, encontramos referencias a él en una partida de casamiento de 1930 de su hijo.
En la combinación del nombre clánico Antenao (tigre del sol) con el apellido cristiano Zárate adosado, quedaría establecida su condición de mestizo y casi la certeza que su madre haya sido Fermina. El documento es preciso. Indica que Antenao falleció hacia 1874 en Hualwé, al norte del actual Luan Toro, campos donde poblaba parte de la tribu Cabral, por entonces.

 

Memoria.
Esto es, en esencia y con cierto regustillo a poco, todo cuanto pude saber de Fermina Zárate y sus hijos. Por ella no se desató una larga lucha como entre griegos y troyanos por el rapto de Helena. No hubo expediciones punitivas ni -como para las sabinas- rescate organizado. Sino sólo esperar que el tiempo borrara su recuerdo. Pero Bustriazo, resquebrajando el esquema y visión de poetas rioplatenses decimonónicos, que trataron el tema de la mujer cautiva en la antinomia civilización/barbarie, lo instala para siempre en términos de desarraigo/mestizaje fundante de la memoria popular. Que es nada más -pero nada menos- que la memoria de nuestro pueblo.

 

José Carlos Depetris
HISTORIADOR y escritor

 


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