"Cada uno tiene su propia cordillera"
Tenía 18 años cuando el plan de pasar con sus amigos un fin de semana en Chile se convirtió en una odisea que le cambiaría la vida para siempre. "Yo no concibo mi vida sin la cordillera", afirma Carlitos Páez, como lo llaman todos, convencido de que fue la experiencia crucial en la conformación de su personalidad.
En una entrevista exclusiva para Caldenia, Páez recordó momentos de aquellos 72 días en la montaña y las adversidades que siguieron en su vida, cuando el mundo los transformó en héroes y él se volvió adicto al alcohol y las drogas. Y una vez más, el triunfo de la vida, la recuperación y su presente, que lo encuentra dictando conferencias en distintos países del mundo sobre liderazgo y actitud ante la vida.
El golpe más brutal.
Para este chico de la clase alta uruguaya, hijo del carismático artista Carlos Páez Vilaró, el viaje a Chile no era para jugar al rugby, sino para acompañar a sus amigos que sí lo harían. Tenía 70 dólares que le había dado su madre y partió de su Montevideo natal el 12 de octubre de 1972. Después de hacer una escala en Mendoza por el mal tiempo, el viernes 13 retomaron el viaje. "Todavía recuerdo que bromeaba del viernes 13 como un día de mala suerte", asegura.
Atravesaban la cordillera de los Andes en el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya cuando un integrante de la tripulación les avisó que se colocaran los cinturones de seguridad porque "iban a bailar un rato". De pronto el avión agarró un pozo de aire gigantesco que los hizo descender unos 700 metros. Después vino el segundo pozo de aire y bajaron 700 metros más. Los 45 pasajeros sintieron la acelerada del motor y vieron que el avión levantaba la trompa cuando se produjo el golpe más brutal del mundo. El avión pegó contra la montaña a 400 km por hora.
Fue uno de los pocos accidentes en que el avión choca a esa velocidad y deja sobrevivientes. "Se partió la parte de adelante y voló cuatro kilómetros, se deslizó como un trineo a altísima velocidad hasta que fue a parar contra un banco de nieve. La parte de atrás, la cola, también salió volando y la encontramos después de un mes y medio. Ahí no hubo sobrevivientes. El resto, es decir el pedazo entre la parte de adelante del avión y la cola desapareció sin sobrevivientes", cuenta Páez.
El destino quiso que segundos antes del accidente, él cambiara su asiento y salvara su vida. "Rafael Echevarren estaba sentado en el pasillo y yo junto a él en la ventanilla -cuenta-. Segundos antes del accidente me pide que le cambie de lugar porque quiere sacar fotos de la cordillera para llevarle de regalo a su novia. A regañadientes le cedí mi asiento, el cambio no me divertía para nada, pero como yo era el más chico de los que viajábamos tenía que hacerme 'el grande', entonces le cambié disimulando la rabia que tenía. El simple hecho de cambiar de asiento terminaría costándole la vida", explica.
El infierno.
A 4.000 metros de altura, con 30 grados bajo cero, sin abrigo ni comida, Carlitos y los demás sobrevivientes soportaron la cruda vida en la soledad de la montaña, el alud que mató a ocho amigos y la decisión de alimentarse de los cuerpos de los compañeros. Pero por encima de todo, detrás de la tragedia y la adversidad, en un escenario inmensamente solitario, se logró crear una sociedad diferente a todas las conocidas, pautada por la firme decisión de salir con vida de la montaña.
"Todos veníamos vestidos de primavera, todas las maletas estaban en la cola del avión y desaparecieron por completo. Nos apretamos los unos contra los otros para pasar la primera noche que fue feroz, una noche fatídica, una noche de un frío inimaginable. Las palabras se quedan cortas. Fue horrible, comparable sólo con el infierno. Había gente muriéndose, otros con las piernas rotas. La experiencia fue brutal", relata Páez.
"Pasamos esa primera noche y llegó el primer día. Ahí tomamos conciencia de que había muertos. Y a la vez estaba la posibilidad de nuestra propia muerte -continúa-. En una situación como esa surgen liderazgos y roles muy definidos. Los estudiantes de medicina empiezan a ejercer su labor como médicos. Es importante captar lo que sos capaz cuando empezás a tomar los roles que te impone la vida. Ellos empiezan a curar los heridos. Un estudiante de ingeniería, también de primer año, empezó a arreglar algunas cosas. Cada uno empieza a crear su papel".
Con total sinceridad Carlitos reconoce que hasta antes del accidente "era un malcriado, un niño mimado al que le daban todos los gustos. Con 18 años ¡todavía tenía niñera! Y de un momento a otro me enfrento a una de las experiencias más extremas que puede imaginar un ser humano".
Así, este niño mimado "que era bueno para nada", define, se da cuenta que era útil, que servía, que tenía mucho por hacer.
El día 10.
Carlos Páez escribió un libro llamado "Después del día diez" y se titula así porque fue un momento clave de la tragedia: a los diez días de la caída del avión escucharon por radio que la búsqueda se había suspendido. Descubrieron que estaban librados a sus propias fuerzas. "Recuerdo perfectamente el momento. Estaba nevando cuando entró al avión Gustavo Nicolich, uno de los compañeros, y me dice 'Carlitos, tengo una buena noticia para darte. Acabo de escuchar por radio que dejaron la búsqueda y van a volver por los restos nuestros dentro de tres meses'. Me puse furioso y contesté '¡cómo puede ser ésa una buena noticia!'. Para mí era lo peor que podría pasar. Pero Gustavo me insistió 'es una buena noticia porque ahora dependemos de nosotros y no de los de afuera'. ¡Qué razón tenía! Desde ese día nosotros dejamos de ser sobrevivientes y pasamos a ser vivientes. A partir de ahí empezamos a tener un objetivo, que era salir de la cordillera por nuestros propios medios porque el mundo entero nos había olvidado", explica.
Fue en ese entonces cuando se planteó el tema que desvelaba a todos: la alimentación. Llevaban diez días sin comer más que algún chocolate que llevaban o una lata de mariscos que compartieron entre 26. "El hambre era infernal. Todos teníamos en la cabeza la opción de alimentarnos con los cuerpos de algunas personas que habían muerto, pero nadie se animaba a plantearlo -reconoce-. Cuando se habló el tema entre todos, no fue tan complicado. Habíamos vivido un proceso de 10 días de no comer nada, de saber que no nos buscaban más, y sobre todo, que teníamos el objetivo fundamental de volver con nuestras familias. Para cumplir con ese objetivo primordial había que hacer lo que fuera".
La avalancha.
Otro de los momentos que Páez más recuerda de aquellos 72 días en la montaña fue una avalancha brutal de nieve que ocurrió el día 16. "Fue una segunda tragedia que se sumó a la primera... más de lo mismo. Murieron siete personas, intentamos escarbar lo más rápido posible pero no pudimos salvarlos a todos. La nieve entró al fuselaje con brutalidad y el techo del fuselaje estaba al ras del suelo. Quedamos sepultados en la nieve durante tres días, todos hacinados en unos pocos metros cuadrados. Ahí cumplí 19 años. ¡Fue un horror! -recuerda-. En esa avalancha murieron mis dos mejores amigos de toda la vida, Diego Storm y Gustavo Nicolich. Y quedamos 19 con vida".
Aquella segunda tragedia marcó a fuego a Carlos. "En la avalancha quedamos solamente dos compañeros descubiertos: Roy Harley y yo. A mí me tocó quitar la nieve de adentro del avión. En ese momento tuve un papel fundamental en salvarle la vida a mis compañeros. Lo que importa no es que lo haya hecho yo. Es como me empiezo a dar cuenta de que no era cierto que yo no servía para nada. Antes de ese incidente la imagen que tenía de mí mismo era la de un chico consentido y caprichoso. De pronto, al transcurrir los días, me doy cuenta de que empiezo a ser un tipo útil. No solamente eso, sino que me doy cuenta de que a pesar de ser el más chico de todos, mi palabra empieza a pesar. Hoy en día, cuando me invitan a dar una conferencia de liderazgo, siempre enfatizo la importancia del trabajo. Por medio del trabajo se logra el liderazgo".
La libertad.
Fueron muchos los aprendizajes, los momentos, los diálogos que marcaron a fuego a Carlitos y a cada uno de los 16 sobrevivientes de los Andes. Un día de especial alegría de tantos de desolación, fue cuando encontraron la cola del avión. "Ahí estaban las valijas, toda la ropa y 131 cajas de cigarrillos. Fue un momento de gran alegría. Con el tema de la alimentación resuelto, superado el incidente de la avalancha y animados por lo de la cola del avión, empezamos a elaborar una expedición para buscar la salida", cuenta.
Habían pasado 60 días de soledad en la montaña, cuando tres compañeros emprendieron la expedición que les permitió salir de aquella inmensa prisión. Los demás vieron como se iban alejando lentamente en la nieve. A los tres días vieron que uno de ellos regresaba. Todos pensaron lo peor, que los otros dos se habían muerto. Pero no, lo que había ocurrido es que al llegar a la cima, en lugar de encontrar los verdes prados chilenos encontraron montañas y más montañas y por eso se había vuelto. Nando Parrado y Roberto Canessa, en cambio, decidieron seguir adelante, aún hasta morir. "Fue una cuestión de tener actitud positiva y un compromiso firme. A los 10 días encontraron un arriero que avisó a las autoridades", cuenta Páez, a la vez que confiesa que "hasta el día de hoy se me pone la piel de gallina al recordar cuando escuché los helicópteros de los rescatistas. El momento del rescate fue algo maravilloso. Cuando escuchamos el ruido de los motores de los helicópteros, al levantar la vista, vi en esos dos aparatos dos pájaros de libertad... No me voy a olvidar más".
Héroes.
La noticia conmovió al mundo entero. Aún hoy, pasados 37 años de la tragedia, la historia vuelve a emocionar y, como dice Páez en su libro "es una excepción histórica que no se ha olvidado". Por el contrario, el accidente de los Andes dio lugar a catorce libros, cinco documentales y tres películas que recuerdan toda la odisea en la montaña.
Después del rescate, llegó el reconocimiento de todo el mundo. "Y ser un héroe a los 18 años es atractivo", reconoce Páez, que siguió con los estudios de agronomía, pero con su fama a cuestas. "Terminé tomando el camino fácil. Focos, revistas, televisión, Hollywood, jefes de Estado... Me endiosé. Me convertí en drogadicto y alcohólico".
La "segunda cordillera", como él llama a sus años de adicciones, lo llevaron a una época de internaciones y oscuridad que lo tuvo al borde de la muerte. "La lucha contra la droga sigue toda la vida, por más que ya hace 18 años que estoy sobrio. Después de haber luchado tanto por la vida en Los Andes, no podía seguir un camino que llevaba a la muerte -reflexiona-. Me vi obligado otra vez a embestir contra lo que parecía imposible de derribar. Y también en esta pelea la figura del grupo volvió a tener un papel decisivo. En mi recuperación tuve ayuda de Alcohólicos Anónimos y de Narcóticos Anónimos, como de mi familia y mis amigos".
Actitud.
Durante mucho tiempo se dedicó al campo, después a la publicidad y desde hace algunos años, Carlitos es conferencista motivacional para empresas de todo el mundo.
Con gran pasión, cuenta su historia de sobrevivencia en los Andes que según el mismo dice "es la historia sobre la evolución del ser humano. Mi visión es positiva y triunfalista. Hablo del trabajo en equipo, toma de decisión, liderazgo, rápida respuesta a lo desconocido, tolerancia a la frustración, actitud, compromiso y sobre todo, descubrir recursos desconocidos que todos tenemos dentro y no se ponen de manifiesto. Es una historia que demuestra que el ser humano común puede presenciar ésta y otras historias. Y que con actitud, todo se puede".
Empresas como Nokia, Coca-Cola, Telefónica, Unilever, Loma Negra y Citibank son algunas de las muchas que han contratado a Páez para que transmita a sus empleados su historia. Y justamente es su trabajo actual el que lo lleva a tomar aviones todo el tiempo para dar conferencias aquí y allá. "¿Qué siento hoy a subirme a un avión? No siento nada... me duermo", dice con humor. Y cuenta que, más allá de las conferencias o las entrevistas, en muchos momentos de su vida personal aparecen recuerdos que lo llevan a los Andes. "Más que nada cuando me quejo por pavadas de la vida cotidiana, por ejemplo si hay un apagón, trato de recordar que viví 72 días sin luz, y no me hago más mala sangre", dice.
Carlitos es un apasionado de la historia que vivió en la montaña. Y también ve la pasión que la gente siente en cada conferencia que da. ¿Por qué fascina tanto la historia? Él considera que "la clave está en que éramos gente común que vivió una historia extraordinaria. Nosotros no estábamos preparados para vivir lo que nos tocó vivir, éramos chicos jóvenes de entre 18 y 25 años que iban a Chile a jugar un partido de rugby y a pasarla bien... ni siquiera teníamos la ropa adecuada. La gente se puede identificar con nosotros... cada uno vive o vivió su propia cordillera".
Romina Maraschio*
*LICENCIADA en Comunicación Social
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