Miércoles 24 de abril 2024

¿Percepción o magia?

Redacción Avances 05/09/2021 - 08.00.hs

La disponibilidad de agua potable y su aprovechamiento en el entorno ha sido una constante en la historia. La presencia de lluvias, ríos y manantiales siempre fueron imprescindibles para la presencia del ser humano.

 

Walter Cazenave *

 

Ese mismo ser intuyó y comprobó tempranamente la existencia de agua de buena condición también bajo el suelo que pisaba, donde se subsumía el volumen que no alcanzaba a escurrir y se infiltraba: llamada precisamente agua sub terranea. Esa clase de depósito, en ocasiones prácticamente inagotable al retroalimentarse con las lluvias y otras resultantes del lento escurrimiento por debajo, marcó también los asentamientos, transformándose con el tiempo y el aumento de la población en un elemento determinante de la presencia humana.

 

La radiestesia.
La necesidad, seguramente, construyó la experiencia y así fue que la observación de determinadas características del suelo superficial pasaron a ser indicadores de la existencia de agua oculta, cierto que a poca profundidad. Uno de esos indicadores fue la sensibilidad de personas que valiéndose de distintos medios (un péndulo, una horqueta…) decían –y dicen– ser capaces de ubicar agua subterránea.
La búsqueda de esa agua por métodos paracientíficos ha dado origen a la actividad llamada radiestesia o rabdomancia, la que, según el diccionario de la Academia, “es una actividad pseudocientífica”. La calificación suena un tanto despectiva y acaso sea apresurada. Son numerosos los casos en la historia que la ciencia dejó de lado aquello que inicialmente no había estudiado, y la afirmación vale desde las experiencias de Leonardo Da Vinci hasta los anticipos literarios de Julio Verne. La actividad de los zahoríes o rabdomantes merece al menos la calificación de técnicas, para el caso utilizadas desde mucho tiempo atrás. Algunas pinturas rupestres, por cierto que milenarias, ya sugieran este método.

 

El primer rabdomante.
Acaso el testimonio más antiguo y documentado de la rabdomancia sea el que da la Biblia, cuando, según el Libro, el pueblo hebreo en éxodo desde Egipto y transitando el desierto, sediento, le reclamaba agua a Moisés, amenazando con apedrearlo. A su ruego Jehová le dijo:
“Toma también en tu mano la vara con que golpeaste el Nilo, y ve. He aquí, yo estaré delante de ti allí sobre la peña de Horeb. Tú golpearás la peña y saldrá de ella agua, y el pueblo beberá”.
Esa práctica de la búsqueda de agua subterránea se continuó en el tiempo y hay testimonios de que en la Edad Media era considerada como una forma de brujería por lo que el practicante corría un riesgo serio de ir a parar a la hoguera o, en el mejor de los casos, a una mazmorra de la Inquisición.

 

El hallazgo según Fierro.
Sin embargo, a pesar de contras y descreimientos la práctica continuó a través del tiempo, aunque siempre en un campo impreciso entre lo válido, lo sobrenatural y la ciencia y se ha dado en diversas partes del mundo. Sin ir más lejos, por citar un ejemplo cercano a nuestra cultura, tenemos, el del Martín Fierro cuando afirma taxativamente que “Tampoco a la sé le temo; yo la aguanto muy contento; busco agua olfatiando el viento y dende que no soy manco
ande hay duraznillo blanco cavo y la saco al momento”.
De la misma manera la experiencia campesina suele señalar indicadores de superficie –evidentes algunos, más ocultos otros– que avalan la presencia de agua subterránea, casi siempre a no mucha profundidad. Pero ¿cuáles eran –o son– los métodos populares más o menos fiables para encontrar esa agua antes de contar con el enfoque científico?

 

¿Energía o sensibilidad?
En la actualidad, con los avances de la hidrogeología, la búsqueda y hallazgo de depósitos de agua subterránea referidos principalmente a la visión aerofotográfica y satelital, ofrecen altas probabilidades de encontrarla, pero esa clase de afirmaciones tenían en el pasado una validez plena en el nivel popular.
Pero qué es, en qué consiste, en qué se basa un proceder tan singular que apunta a experiencias –y presuntos logros– a los que parte de la ciencia tal como la conocemos, mira con desconfianza. Los propios protagonistas desechan cualquier interpretación sobrenatural. Dicen, y algunas teorías científicas los avalan, que se trata de una especie de hipersensibilidad a la existencia de agua por la que “sienten” la presencia, que se expresa por la reacción del elemento manual utilizado, sea el movimiento de un péndulo o el curvarse de la varita, este último el método más utilizado.

 

El enfoque científico.
Las informaciones más imparciales apuntan a que “se corresponde con la capacidad de las personas o animales de percibir radiaciones, normalmente con la ayuda de instrumentos amplificadores como el péndulo o las varillas. Constituye una herramienta mental que estimula la conciencia (sic) de los “sentidos ante estímulos eléctricos, electromagnéticos, magnetismos y radiaciones de un cuerpo emisor pueden ser percibidos y, en ocasiones, manejados por una persona por medio de artefactos sencillos mantenidos en suspensión inestable como un péndulo, varillas “L”, o una horquilla que supuestamente amplifican la capacidad de magnetorrecepción del ser humano.
Según la múltiple información consignada en Internet “los escépticos y algunos creyentes piensan que el instrumento usado por el zahorí no tiene energía propia, sino que amplifica pequeños movimientos inconscientes de las manos, efecto conocido como efecto ideomotor”. Esto haría de la varilla un instrumento de expresión de conocimiento o percepción subconsciente del adivino. Algunos autores afirman que el ser humano podría ser sensible a pequeños gradientes del campo magnético terrestre, aunque no hay evidencia sobre ello.
En palabras más sencillas un enfoque científico podría expresar que el zahorí “siente” la presencia del agua, aun careciendo de conocimientos técnicos al respecto. Los defensores de esta práctica defienden su cuestionado carácter científico amparados en un fenómeno de percepción extrasensorial y hubo mentes racionalistas que estudiaron el caso desde un punto de vista y con herramientas interpretativas exclusivamente científicas. De hecho, según expresan, se trata en definitiva de una manifestación extrasensorial de la que están dotadas algunas personas (más adelante se verá que hay ejemplos que contradicen esa interpretación). Para el caso suele citarse la existencia de grupos o sociedades muy amplias que reúnen a personas de muy distinto origen y actividad que dicen poseer la condición de rabdomantes.

 

Casos.
Todavía en la actualidad hay quienes fían el método “de la varita” y aseguran que, si bien no es infalible, tiene grandes posibilidades de acertar y, en algunos casos, de predecir a qué profundidad se encuentra el agua.
Los prolegómenos son sencillos y consisten en la unión de dos varas (pueden ser de vegetales o de metal) las que tomadas una en cada mano del radiestesista, se avanza sobre el terreno: en el presunto lugar del agua las varas, increíblemente, se curvan hacia el suelo. El fenómeno –porque lo es– tiene todavía plena vigencia en los medios rurales del país; lo avalan los ejemplos, al menos de Pampa y Patagonia.
“Yo no me creo lo de los superpoderes mentales ni esas cosas…¡no!…esto es un método que yo aprendí”. Palabras tan significativas son de don Britos, un zahorí cordobés de amplia y efectiva trayectoria. Así lo consigna el periodista Martín Jáuregui en un reportaje a quien lleva ya más de mil hallazgos con su técnica, en su región y en otros lugares del norte argentino. “Y remata con un epílogo filosófico (…) esta forma es segura… lo sé desde hace mucho… pero quien va a querer aprender… ya quedamos pocos…”.

 

Los de por aquí.
El autor de esta nota tiene formación científica pero admite haber presenciado (también protagonizado en parte) experiencias imposibles de negar.
La primera de ellas fue a comienzos de la década de 1970, durante una reunión en casa del señor Angel Garay, por entonces inspector de escuelas de la provincia. Expuesto el tema de la radiestesia y ante la manifestación de incredulidad de varios de los asistentes (yo entre ellos) uno de los presentes –que era el por entonces jefe del regimiento de Toay– se levantó de la mesa, cortó dos ramitas de un olmo debajo del que nos encontrábamos y las unió por las puntas con un hilo común. Hecho eso las tomó con los dedos hacia arriba, y comenzó a caminar; en un determinado momento las varillas se doblaron hacia abajo en forma perceptible. Como yo evidenciara mis dudas tratando de observar el interior de las manos que sostenían la vara me dijo.
– Ah, ¿usted no cree? Tome una de las varitas y pase su brazo sobre mi hombro…
El hizo lo mismo y, al caminar sobre el sitio donde ya se había manifestado pude sentir claramente que la vara se movía en mi mano en forma semicircular. El movimiento dejó de producirse cuando deshicimos el abrazo.

 

Otros que los refrendan.
El otro suceso también fue presencial; el protagonista fue el señor Isidoro Cheit, que por entonces vivía en Santa Rosa. La diferencia estuvo en que el señor Cheit operaba –es un decir–, con dos varillas de alambre de acero unidas en la punta y encastradas en mangos hechos de palo de escoba. Ante mi requerimiento anduvo unos pasos hasta que las varillas se arquearon claramente.
El lugar donde hizo la prueba fue en los médanos del norte de Santa Rosa (formaciones que son conocidas por albergar agua) pero también allí la inclinación de las varillas resultó inexplicable, al menos dentro de los parámetros de conocimiento que manejaba quien esto escribe.
Como conclusión puedo asegurar que ambos sucesos carecen de explicación pero que nada tuvieron de magia ni de sobrenatural.
Un caso más –este de carácter zonal– es el de Norberto Luis Davini, de Colonia Barón. Practicaba la rabdomancia y, en el decir de su hermano que hasta la actualidad opera con una máquina perforadora, prácticamente no fallaba nunca en la predicción de ubicación y profundidad del agua, de lo que pueden dar testimonio numerosos vecinos de la zona.
Esquemáticamente su método consistía en que, después de determinar los puntos cardinales operaba con una horqueta de tamarisco; al igual que en la mayoría de los casos en el sitio determinado las ramas se inclinaban hacia el suelo.
Lo singular del caso de Davini era que, según él decía, su capacidad predictiva provenía de las enseñanzas que le había hecho un indio, de condición muy humilde, que vivía en Rancul.
Como en muchos otros casos el sucedido roza la leyenda, pero los testimonios cimentan los hechos.

 

  • Geógrafo
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