Anónimas y famosas
Poemas y canciones han sido inspiradas en mujeres desde tiempos inmemorables. Sin embargo, muchas de esas musas son hasta el día de hoy, totalmente desconocidas.
Faustino Rucaneu *
Desde una muy lejana antigüedad las mujeres -al margen de sufrir otros condicionamientos no tan amables- han sido objeto de veneración poética y musical. Basta echar una mirada sobre los romanceros, poemarios y composiciones para comprobarlo; a veces con claras dedicatorias que las recuerdan y permiten identificarlas (aunque sus nombres poco digan al lector moderno). Sin embargo un rasgo curioso es que las inspiradoras de esas canciones, más allá de sus nombres de pila, suelen ser desconocidas.
De Georgia a Magdalena.
Con los tiempos actuales la tradición de esos homenajes feministas se mantuvo pero a menudo el anonimato persistió. Cierto que en algunos casos famosos, y aun célebres, se conocen y admiran todavía las musas inspiradoras, tales María Bonita, del mexicano Agustín Lara, dedicada a su compatriota y ex esposa, la bella actriz María Felix o la también conocidísima Muchacha de Ipanema, que compusieran Vinicius de Moraes y Anton Jobim al ver pasar rumbo a la playa a la cimbreante adolescente Eloisa Meneses Pinto. Lo mismo podría decirse dentro del campo de nuestro folklore respecto a La Pomeña, de Manuel J. Castilla y La niña, de César Perdiguero, por poner apenas dos ejemplos.
Un caso singular, fue el de La niña de Guatemala un muy sentido poema que el cubano José Martí escribiera a fines del siglo XIX. Durante mucho tiempo, prácticamente un siglo, el poema fue recitado como un ejemplo de un arrepentimiento amoroso que tuvo un final trágico. A mediados del pasado siglo le puso una hermosa y sentida música que hizo que la grabaran varios intérpretes, con una memorable versión del conjunto uruguayo Los Olimareños.
En 2013, en un homenaje a José Martí, la embajada de Cuba en Guatemala, más el romanticismo de algún historiador, hicieron que se identificara una tumba ya centenaria en el cementerio guatemalteco. Era la de la niña de Guatemala. Su epitafio la nombraba: María García Granados.
Pero ¿quiénes fueron las otras?, aquellas que se hicieron populares en la boca del pueblo pero anónimas desde el vamos? En materia de tango, sin ir más lejos ¿qué nombre se oculta detrás de la Malena, de Homero Manzi, tema todavía objeto de discusión entre los estudiosos… Y en músicas ajenas ¿quién fue y cuándo vivió aquella Georgia Brown, cantada por el jazz añejo, cuya dulzura la hizo merecedora de una canción famosa en los anales de esa música… Un rastreo en fuentes más o menos confiables acerca al recuerdo de una cantante de blues cuya vida fue una sucesión de desdichas y que acaso dio su nombre a la hermosa la melodía. La “dulce Georgia Brown” que durante buena parte de su vida se vio obligada a vivir en una estación del subterráneo de Nueva York…
¿Metáfora de los tiempos?
En 1970 en el festival de música de Viña del Mar resultó ganadora una canción también cargada de simple y nostálgica poesía, sin que tampoco hasta hoy se sepa quién fue la inspiradora. Canción a Magdalena se llamaba y rápidamente ganó gran popularidad en Chile y trascendió a todo el ámbito latinoamericano.
El tema tiene un texto cargado de imágenes y acaso algunos delicados dobles sentidos, acordes con la época política que se vivía en Chile y el resto de Latinoamérica. Con leves variantes según la grabación la canción dice: “Y Magdalena vendrá/ya la tarde se llena de sol/mientras los campos floridos/van saludando su voz./Hoy ya se oyen los clarines,/van anunciando por fin:/es Magdalena que viene/caminando cerca del Tacuil”.
Las versiones más variadas -disparatadas algunas de ellas- se han dado a conocer en cuanto a la identidad de Magdalena, respaldada -según dice la canción- por el sol del amanecer. A la intriga sobre la identidad de la inspiradora de los versos se agrega el hecho de que su autor, el chileno Julio Zegers, menciona en la letra a los “cerros de Tacuil” que no están en su país sino en la provincia de Salta, en Argentina. El lugar se contrapone al paisaje chileno en general donde, con poco recorrido, es fácil llegar desde los cerros hasta el mar.
Voz de sombra.
Dentro de la poesía del tango Malena, de Homero Manzi con música de Lucio Demare, forma parte de las mayores manifestaciones de ese género. Pero ¿quién fue Malena?, aquella que tenía “voz de sombra” y mostraba “el frío del último encuentro” cuando cantaba como ninguna? Las finas metáforas de Manzi son paralelas, acaso influidas, por los grandes poetas de la lengua de esos años, caso de Neruda y García Lorca.
Las especulaciones respecto a la identidad fueron -y son- muchas. Abarcan desde una ignota modista del barrio de La Boca hasta la cantante Nelly Omar, trascendente medio siglo atrás, con quien se dice que Manzi tuvo amores. Otra versión sostiene que la protagonista de tan famosa canción fue una cantante escuchada por el poeta en una andanza por el sur de Brasil… La pregunta obligada, claro, es ¿brasileña y “canta el tango como ninguna?” Parece que sí.
Para nuestro comprovinciano Roberto “Palmer” Paglia -ex integrante del famoso conjunto folklórico “Los cantores de Quilla Huasi-, no hay dudas: Malena fue la cantante Elena Tortolero, a quien el poeta escuchó en una andanza por el sur de Brasil. Posteriormente ella vivió en la misma casa que Paglia y su esposa y confirmó detalles de la historia, que tiene un detalle singular: tal como refiere el historiador Benedetti en su libro Las mejores letras de tango, una leyenda que él recopiló, según la cual Malena de Toledo (seudónimo que empleaba la cantante brasileña) llegó a incluir este tango en su repertorio sin sospechar que se titulaba así por ella. Cuando descubrió “el vigor de la estampa que surge de estas estrofas temió no estar a su altura y dejó de cantar. Es una resolución que en ese ámbito de arte menor asombra por la extremada conciencia que la dicta”.
Un nombre entre la muerte.
Durante la Segunda Guerra Mundial se produjo uno de aquellos hechos que, por sus características tan especiales, bien puede calificarse como fenómeno. Ocurrió con un poema que compusiera Hans Leip, y que luego fuera musicalizada por Norbert Schulze: se titulaba Lilí Marlene.
La particularidad de esta pieza, surgida por los años previos a la Guerra radica en que pese al origen alemán, y ya durante el conflicto, su popularidad trascendió a los otros bandos contendientes y se trasformó en una canción de soldados, a veces con ritmo de marcha pero frecuentemente como nostálgica melodía evocadora de amores lejanos. Se dice que Hermann Goebbels, el todopoderoso ministro de propaganda del Tercer Reich, llegó a prohibirla porque la consideraba demasiado “blanda” para la rígida disciplina castrense, pero debió ceder ante la avalancha de pedidos llegados desde el frente de combate. “Esta canción fue el único fenómeno cultural durante el Tercer Reich, que escapó al control del Ministerio de Propaganda alemán. Quizás fue, en opinión del escritor americano Steinbeck, “la única contribución positiva de los nazis al mundo”.
La radio alemana siguió transmitiéndola, al tiempo que se popularizaba en la voz de norteamericanos, españoles, ingleses, franceses, italianos y otros. Se dice que las grabaciones de Lilí Marlene -unas doscientas- están referidas en medio centenar de idiomas.
Con semejantes antecedentes cabe preguntarse ¿cuál fue -y es- el encanto de Lilí Marlene para que cundiera entre idiomas y culturas tan dispares…? Es muy difícil explicarlo y muy fácil experimentarlo si se la escucha. La letra narra una historia simple y acaso repetida: la del soldado que va a marchar al frente de batalla y se despide de su novia bajo la luz de un farol. Pero ¿en quién estuvo inspirada? ¿Quién fue Lili Marlene? El misterio nunca ha sido develado y se dice que poema y melodía son un homenaje a las dos mujeres que Hans Leip más amó en su vida: Lilí y Marlene, dos muchachas de pueblo, enfermera una y empleada en una verdulería la otra. Las intérpretes más famosas del siglo pasado la grabaron. Y se perpetúa en la estatua que hay frente a un cuartel en Langeoog, Alemania.
La reflexión se impone: es probable que ninguna de estas presuntas inspiradoras viva todavía… ¿Habrán muerto sin saber que fueron amadas y populares desde el anonimato? La síntesis de la trascendencia de estas canciones, que todavía emocionan, se complementa con una reflexión sobre su popularidad, que hiciera la por entonces popular cancionista Lale Andersen, acaso la primera en grabarla.
Refiriéndose a la causa de que fuera tan apreciada por los soldados de ambos bandos durante la guerra, dijo poéticamente “¿Acaso puede el viento explicar cómo se convirtió en tempestad?”.
* Colaborador de Caldenia
La letra
Aunque teñida de un evidente romanticismo la letra de Lilí Marlene traducida al español carece de la fuerza que le dan rima y acento. Igualmente vale la pena consignarla.
Frente al cuartel,
delante del portón,
había una farola,
y aún se ubica allí.
Allí volveremos a encontrarnos,
bajo la farola estaremos.
Como antes, Lili Marleen
Pronto llama el centinela
Están pasando revista
Esto te puede costar tres días;
Camarada, ya voy
Entonces nos decíamos adiós
tu elegante andar
todas las tardes ardía
aunque ya me haya
olvidado
Y si me pasara algo
¿Quién se pondría bajo la
farola
Contigo?, Lili Marleen
Desde el espacio silencioso
Desde el nivel del suelo
Me elevan como en un
sueño
tus adorables labios
Cuando la niebla nocturna
se arremoline
yo estaré en la farola
Como antes, Lili Marleen
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